Capítulo 8

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-Bueno, ¿no me vas a decir qué sucede?

Abbie miró a su hija sin saber qué responderle, pero en ese momento apareció Henry y la sacó del apuro.

-Celebraremos una cena de caridad mañana.

-¿Y por qué razón traen los víveres a esta hora de la noche?

-Nos pidieron tarde que nosotros diéramos la cena, y por eso pedimos todo tan tarde. Mañana será un día de corre y corre, así que lo mejor será que nos vayamos a la cama... Buenas noches, hijita que duermas bien.

Su padre le dio un beso en la frente, y tomando a su esposa del brazo la guió hasta las habitaciones.

Blossom también se retiró, sin embargo, la explicación de sus padres no la dejó conforme. Algo se traían entre manos, pensó maliciosamente. No era propio de sus padres inventar cenas de última hora por muy caritativas que fueran, puesto que les gustaba la organización con tiempo, invitar a la mayor gente posible, decorar con el mayor lujo que pudieran obtener. Y todo esto sin pensar en el vestido que su madre querría lucir, uno que ninguna mujer le hubiera visto antes. No. Algo debía estar pasando. Y era algo bastante gordo. Lo malo, ya era tarde para ir a preguntar a su prima si sabía algo. Pero, si así hubiera sido, de seguro ella le habría contado cuando estuvieron juntas más temprano. Ahora tendría que dormirse con la duda, y eso la irritaba a más no poder.

-Hoy es el gran día, ¿no estás nervioso?

Ambos hermanos desayunaban en la posada, y Fred estaba decidido a molestar a su hermano por la decisión tan precipitada que acababa de tomar el día anterior.

-¿Por qué habría de estarlo?

-Simplemente porque es la primera vez que le propones matrimonio a una mujer, y no en las condiciones ideales exactamente.

-¿Existen condiciones ideales para hacer algo así? Las condiciones son tal como se presentan.

-¿Precipitadas?

-Eso da lo mismo, lo que importa es el fin, no la forma.

-Creo que estás muy equivocado, y te llevarás una decepción más grande que la isla de la que se supone provienes.

-Esa isla es pequeña.

-Para una decepción no, hermano.

-Veremos... Y siempre hay formas de convencer a una dama.

-Imagino que no son formas muy decentes, Adrian.

-Ya te dije...

-Sí: solo importa el fondo.

-Brindemos por eso -dijo Adrian y levantó la taza de té para chocarla con la de su hermao.

-¡Harris! ¡Harris!

Blossom estaba escondida cerca de la cocina esperando que pasara el mayordomo, y cuando este salió, lo llamó con un murmullo.

-¡Señorita! ¿Qué hace tan escondida?

-¡Baja la voz! Necesito hablar contigo. Iré al establo y quiero que me sigas en cinco minutos.

-Está bien.

Blossom se dio prisa pues el establo estaba bastante retirado de la casa principal. A los cinco minutos exactos, mismos que había controlado con su pequeño reloj colgante, apareció el señor Harris. Al parecer había corrido, porque su respiración se oía agitada y su rostro estaba enrojecido. Blossom sintió pena, ya que el mayordomo tenía sus años ya.

-¿Qué le ocurre, Harris?

-Vine corriendo, señorita. Me atrasé un par de minutos y no quería llegar retrasado.

La hija del mineroDove le storie prendono vita. Scoprilo ora