Capítulo 2

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Blossom se dirigió hasta donde colgaba el cordón, y tiró de nuevo de él. Después de largos cinco minutos, Harris apareció de nuevo.

-Harris, por favor consígale ropa limpia al señor. Quizás encuentre algo que mi padre ya no use. Tiene tantos atuendos que no extrañará si le falta algo. Quiero que parezca un conde.

Harris la miró sin comprender.

-No necesita entender, Harris. Vaya y haga lo que digo.

Con una inclinación de cabeza, Harris hizo lo que Blossom ordenaba: con un gesto le indicó a Adrian que lo siguiera.

Harris mandó a que le pulieran las botas a Adrian, y enseguida se dio a la tarea de buscarle ropa. Mientras que todo esto ocurría, no dejaba de escrutar al hombre, Adrian se dio cuenta del interés del mayordomo por saber qué ocurría, y le hizo un gesto con la mano derecha.

-No pregunte, señor Harris, que ni yo lo entiendo muy bien todavía.

-Entonces, ¿por qué lo hace?

-Porque, simplemente es la señorita Moore.

Esta vez fue el turno de Harris para no comprender.

La gente se paseaba con vasos de ponche en el salón principal, otros charlaban, y el cuarteto de cuerdas animaba el ambiente con música de fondo. Blossom esperaba impaciente, tanto así que no quiso acudir al llamado de sus padres para ser presentada ante posibles pretendientes. Cuando por fin apareció Adrian Baker por la puerta principal, casi se le cae el vaso de ponche de la mano.

La chaqueta ajustada al cuerpo, la camisa con volantes, y el pantalón ceñido como una segunda piel... Jamás vio así a su padre cuando la traía puesta. Es decir, nunca le hizo justicia a sus atuendos. Adrian se veía tan guapo que hasta le dolían los ojos al mirarlo. Blossom tragó saliva, y una vez pasado el impacto salió a su encuentro con una sonrisa.

-¡Querido, por fin llegas!

Ella lo tomó de un brazo, y Adrian puso con delicadeza una mano sobre la mano enguantada de ella.

-No se extralimite -murmuró Blossom

-Yo solo le sigo la corriente -respondió él de igual modo.

Justo en ese instante, los padres hicieron su entrada al salón, y en cuanto ubicaron a su hija, fueron a interpelarla.

-¡Te hemos estado buscando hace tiempo! -dijo la madre sin disimular su disgusto.

-¿No te dijo Harris que te estábamos buscando?

-Disculpen, papá y mamá, pero la verdad es que estaba esperando a una persona, y por fin llegó.

-¿A quién? -preguntó el padre, haciendo caso omiso al hombre del cual colgaba el brazo de su hija.

-A mi prometido, lord Adrian Baker.

-Conde de Wight -añadió Adrian con tono pomposo.

Henry Moore, padre de Blossom, se acomodó los espejuelos para poder observarlo mejor, entre tanto Abigail Moore, la madre, sonrió de oreja a oreja.

-¿Y por qué no habíamos oído hablar de usted, lord Wight?

-Nos conocimos hace un par de años en la fiesta de los Craigh. ¿Recuerdan que ambos estaban enfermos en casa, y yo fui sola con Ada? Buenos nos conocimos en esa ocasión, y estuvimos escribiéndonos todo este tiempo. Por carta me pidió que nos comprometiéramos. Fue muy romántico.

-¿Por carta?

-Fui a pasar una temporada a América señor, casi dos años. Regresé recién hace dos meses, pero tenía mucho que arreglar en casa, y me fue imposible venir de inmediato. Ahora podemos hacerlo oficial, si le parece bien, señor.

-¡No! -intervino de inmediato Blossom-. Aún es pronto. Me gustaría que nos tratemos más, en persona, quiero decir.

-Hija, es un conde -murmuró la madre al oído de Blossom.

-Será a mi modo, o no será -respondió la joven de igual modo.

Abigail tenía toda la intención de continuar insistiendo, pero la llegada de Harris dio por finalizado el tema.

-Señor, la cena está servida.

-Harris, debes mover unos puestos para que el conde se siente junto a Blossom.

-¿El conde? ¿Cuál de todos, señor?

-¡El que está junto a ella, idiota!

El mayordomo miró con los ojos entrecerrados a Adrian. Aquí estaba sucediendo algo, y no le gustaba.

-Como ordene, señor.

Se sentaron todos a la gran mesa, y las murmuraciones no se hicieron esperar. A todos les causaba curiosidad el acompañante de Blossom. Las mujeres la miraban con envidia, y los hombres, tanto los de alto linaje como los de procedencia burguesa estaban observando como la gran fortuna Moore se les iba de las manos.

-Parece que su puesta en escena está resultando del todo convincente -le dijo ella con una sonrisa enamorada.

-Todo debido a usted -repuso él mirándola a los ojos-. Lo que sí me sorprende es que sus padres no hayan tenido interés en indagar sobre mi vida.

-¿Para qué? A ellos solo les importa que es poseedor de un título. Le dije que cuando los conociera comprendería.

-Y por eso la broma.

-Necesito darles una lección... ¿Para quién trabaja?

-Para mí mismo.

-Quiero decir, en qué casa.

-Ya lo sabrá.

Seguramente debía ser un lacayo de una familia muy importante, ya que sus modales eran impecables al igual que su lenguaje. Serían las mil libras mejor gastadas. A ver si con esto sus padres desistían de la idea de venderla al mejor título.

Cuando la cena hubo concluido, todos los jóvenes que aún tenían esperanzas con Blossom se avalanzaron a inscribir sus nombres en el carnet de baile que colgaba de la muñeca de la joven, pero ella había tenido la precaución de ordenar a Adrian que pusiera su nombre en todas las piezas. Quería que todo el mundo la viera bailar con él, para que la mentira fuera convincente.

Ada que no había logrado estar a solas con ella para que le explicara de qué se trataba todo el embrollo, se conformaba con hacerle gestos a su prima para que saliera la jardín con ella, mas Blossom, respondía con los mismos gestos que aún no podía.

Los músicos volvieron a tomar su posición y comenzó el baile.

Esta vez Blossom estaba segura de que Adrian no sabría llevarla por el salón junto a las otras parejas. No existía obligación de que un lacayo supiera bailar. Bien pronto «lord Wight» la sacó de su error. La suavidad con la que el hombre la llevaba por la pista era inquietante, al no tener mejor palabra para describir la sensación que el roce de su mano al tomar la de ella le provocaba, o la forma de mirarla cuando quedaba situado frente a ella. De pronto no quería que tocara o mirara a otra mujer cuando debía intercambiar pareja como lo exigía la contradanza. Luego de tres bailes no pudo resistirlo más, y corrió fuera del salón, ante la mirada atónita de sus padres y su supuesto prometido.

La hija del mineroWhere stories live. Discover now