Capítulo 3

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Blossom corrió hasta el jardín trasero, y su prima que la había visto corrió detrás para ver qué le sucedía.

La joven no paró su loca carrera hasta que estuvo bastante apartada de la casa, casi en el bosque que se extendía por detrás de la mansión. Cuando Ada la encontró, Blossom tenía la respiración agitada.

-¿Qué te sucedió, Blos?

-No lo sé. Jamás me había sentido así. Es algo similar a los cuentos de los folletines que le robamos a tu hermano. Esas sensaciones que llegan al vientre y más abajo.

-¿Te refieres al sexo?

Ambas primas, casi de la misma edad, se divertían leyendo libros prohibidos, y literatura barata como la que encontraban debajo del colchón de Albert, el hermano mayor de Ada. Él solía recortar estos folletines del periódico y coleccionar las historias por entregas. Cuentos llenos de lujuria que ya habían abierto en demasía los ojos de las chicas, hasta el punto que estaban de más enteradas de lo que un hombre y una mujer podían hacer en el lecho.

-Sí. Me sentí igual como describen a las protagonistas de esas historias. Con un deseo incontrolable de...

-¿Estar con un hombre? ¿Con ese hombre?

-Sí.

-¿Es por eso que no te has despegado de él?

-No.

-¿Me explicas, entonces?

-Les dije a mis padres que es mi novio, que es un conde.

-¿Y quién es?

-Un lacayo.

-¿De quién? ¿De dónde?

-No tengo idea, y no se lo pregunté.

Ada tiró con fuerza del brazo de su prima.

-¿Es que acaso estás loca?

-No. No sé. Solo quería darles una lección.

Ada se puso ambas manos sobre la cabeza y comenzó a pasearse alrededor de Blossom.

-¡Para ya, que me mareas!

-Es una locura. Es una locura -dijo la prima, sin convencerse aún.

-Quizás, pero ya está hecho.

-No quiero estar cerca cuando el tío Henry se entere del embuste.

-¡Así que aquí se esconde mi prometida! -exclamó una voz masculina detrás de ellas.

Ada lo miró con asombro, y Blossom con enojo. Le provocaba ira que aquel hombre se tomara atribuciones que no debía. Todo era una mentira. Una mentira para el resto del mundo, pero que no tenía por qué representar a solas. Tendría que ponerlo en su sitio desde ya, o le traería problemas los días que durara la farsa.

-No es necesario que finja, señor Baker, mi prima ya lo sabe todo, ¿no es así, Ada?

Ada no respondió. Estaba ocupada situándose bajo uno de los pequeños faroles chinos que alumbraban los jardines, y en la parte de atrás inclusive, los primeros árboles del bosque. Cuando logró su objetivo, no tuvo más atención que para aquel hombre que sería capaz de satisfacer las fantasías de cualquier chica instruida en las artes de amar, como se consideraban ella y su prima.

No recordaba si Blossom le había descrito al hombre, pero, ¡caramba que era guapo! Ella también estaría dispuesta a inventar cualquier cosa con tal de pasar una noche en sus brazos. ¿Se atrevería a tanto su prima?

-¡Ada!

-¡Oh, sí, ya me contó!

-Comprendo. De todas formas me presento, soy Adrian Baker, señorita...

-Mi nombre es Ada Moore, señor Baker... Blos, ¿por qué no regresamos antes de que nos salgan a buscar?

-Sí.

Caballerosamente, Adrian le ofreció un brazo a Blossom, mismo que ella rechazó para caminar adelante con su prima. Adrian con una sonrisa torcida las siguió. El juego se ponía cada vez más interesante.

-¿Te das cuenta, querido? El conde debe querer mucho a nuestra hija, no ha permitido que baile con ningún otro hombre.

-Tenemos mucha suerte, ¿verdad? Y sin tanta presión de nuestra parte.

-Seremos la envidia en nuestro círculo de amistades. Ahora tu hermano Arthur, tendrá que esforzarse mucho para encontrarle igual partido a la pequeña Ada.

-Ada es muy bella, no creo que tenga problema alguno para encontrar marido. ¿Te imaginas que al final los Moore terminemos emparentados con lo mejor de la nobleza?

Abigail Moore emitió un gritito de satisfacción.

-Ahora no solo tendremos el dinero, sino también el abolengo.

-Creo que esto merece un brindis, mi querida Abbie.

-¡Henry, te lo prohibo! Ya bebiste suficiente por hoy, no quiero que te enfermes nuevamente por pasarte de la raya.

-¡Aguafiestas!

A Blossom le dolían los pies de tanto bailar. Cuando se habían terminado los cupos en su carnet de baile, Adrian no se detuvo y continuó llevándola al centro del salón. La gente comenzaba a marcharse, y él insistía en pedirle a los músicos que tocaran nuevas piezas para llevar a Blossom entre sus brazos, pues bien pronto, y quizás a pedido de él, la contradanza había sido reemplazada por valses vieneses.

-¡Basta, ya no doy más!

-No me diga que ya se hartó de mí.

-Estoy muy cansada, es mejor que se retire. Le daré dinero para que se hospede en la mejor posada del pueblo. Que no digan después que el Conde de Wight no le hace honor a su título.

-Veo que lo ha pensado todo.

-Diecinueve bailes me han dado tiempo para planificar nuestro noviazgo, señor Baker.

-Bien. Iré a despedirme de sus padres.

Adrian avanzó por el salón casi vacío en busca de los padres de Blossom. Ellos esperaban sentados, admirando a su única hija atraer a aquel hombre con su lazo dorado.

-Es hora de que ya me retire. Es tarde y ustedes deben estar cansados. Yo lo estoy, pues el viaje es largo.

-Puede marcharse -dijo Abigail-, pero debe venir a desayunar con nosotros, y no se preocupe por llegar temprano, ya que pienso que también nos costará salir de la cama.

-Muchas gracias, señora Moore, vendré encantado.

Luego de despedirse y de las exageradas genuflexiones de parte de los Moore, Adrian comenzó a caminar en dirección de la salida, acompañado por Harris.

-¡Harris, espera! -llamó Henry al mayordomo-. Deja que mi hija acompañe a su prometido hasta la puerta.

A Blossom le dio rabia la imposición de su padre, pero sin demostrarlo se colgó del brazo de Adrian y caminó junto a él.

Cuando llegaron a la puerta de entrada, Blossom recordó que no llevaba el dinero consigo para que Adrian se fuera a la posada, y le pidió esperar un momento.

-No importa, ya me pagará todo después, pero puede darme un anticipo.

-¿Anticipo?

Con rapidez, Adrian la tomó entre sus brazos y aproximó su rostro al de ella.

La hija del mineroWhere stories live. Discover now