El otro sexo

34 1 3
                                    

Esperamos ansiosos a que conecte
la llamada de celular. 
No de computadora pues es
mas difícil maniobrar.
Como una cama demasiado
pequeña para contener un
tornado y un volcán.
O a dos escorpianos. 

Cuando te veo sonrió y
me devuelves una mirada
traviesa a tres mil kilómetros
de mí, te sonrojas.

Tus ropas caen lentamente
y me vuelvo un verdadero
espía, un espectador, sin
el ventilador que te desgarre.

Ahora que estas desnuda frente
a la cámara,  y no estoy siendo literario
sino literal. Humedezco mis labios
al saber que te voy a tener aunque
no te pueda tocar.
Y eres tú quien se toca.
Y soy yo quien te observa,
hipnotizado.

Oh mi musa de ojos negros
Mi aliada en este juego
donde vamos los dos a ganar.
Tus manos te recorren mejor
que cualquier otra, incluso que
las mías, y eso me enfada y me
excita a la vez.

Con la yema de tus dedos
me abres puertas al placer
velado por la inmediatez de
no sentirse. Por la intimidad
de la distancia.

Y mi elección es... mi sino, es,
seguir hasta el fin. Es cerrar
mis ojos y pedirte que me toques y
tocarte yo, lamerte y que lamas vos.
Besarte. Besarnos.
Así el tiempo y el espacio
se rompen por una fracción,
donde compartimos el mismo
colchón, el mismo aliento.

Gemidos mediatizados por
parlantes y micrófonos incorporados.
Tus pechos y mi pene reproducidos
en esa pantalla de ficción y realidad.
Esa ventana por la que nos verán
hacer el acto más vital, como
al leer este poema.

El ardor puede más. Cerca o lejos,
con pandemia o no. El ardor...
¡El ardor! ¡El amor!
Tus piernas se levantan
desprovista todo al fin.
Y es sólo una imagen que
me recibe como a Dios
su primer vistazo al mundo
que había creado,
como a un niño
que nace y vuelve
a su hogar.

Poesías de la cuarentena ©Where stories live. Discover now