XI: A Lost Princess

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Treinta son los hombres que disfrutan de un banquete que quizá nunca en su vida habían conocido. A aquellos que hicieron posible la atroz hazaña, Bane les recompensa de la mejor manera.

En la mesa está el pavo y el cerdo sobre bandejas que recuerdan a no menos que a una cena medieval en la ficción, servido para un puñado de hombres infames por sus despiadados actos contra la sociedad, sujetos de mala finta que devoran la carne de la mesa como bestias hambrientas, hombres que han entrado y salido de prisión cómo si de su patio de juegos se tratara.

Violadores, asesinos y ladrones están reunidos en el mismo lugar mientras devoran tanto como pueden y beben como si no hubiese un mañana del licor casi ilimitado que su anfitrión les ha dado.

Hasta que el mercenario de Santa Prisca irrumpe donde ellos. Los hombres al momento dejan de desgarrar y mascar para dirigir sus miradas con total fascinación hacia Bane, quien no ha llegado solo. En brazos lleva a una niña que puede decirse, es casi una bebé.

Treinta criminales, entre chicos y grandes escogidos por sus habilidades, su fuerza y sus destrezas, pero no por su decencia y escrúpulos. Sus miradas como hienas hambrientas se dirigen a la menor como si sólo se tratara de carne fresca.

-El Murciélago dejó una cría -dice ante los corrosivos y sedientos ojos que se ha echado encima.

-¿Qué va ha hacer con ella, jefe? -no tarda en preguntar uno de ellos, un sujeto con más denuncias por agresión y violación que con cabellos en su cabeza.

-Díganos, ¿qué haremos? -continúa otro tras dar una gran mordida a la pierna de pavo que tiene en frente.

Pero la niña solo se aferra al cuerpo del mercenario como si de alguna manera pudiera pedir la protección de este contra aquellos que le persiguen con la mirada.

-Están asustando a mi invitada -contesta el extranjero colocando una mano sobre la espalda de la menor-. Tratan con la princesa de Gótica -advierte -no quieran causar una mala impresión.

-Tiene razón, jefe -prosigue el primer hombre en hablar, sin embargo sus ojos eclipsados en la niña aseguran todo lo contrario.

-¿Dónde está el chico? -prosigue el enmascarado. Tras dar un recorrido visual por sobre las cabezas de aquellos se percata de la ausencia del puñado de cabellos rojizos que suelen saltar a la vista casi de inmediato.

-Se esconde en los peldaños, como siempre -contesta alguien, y Bane no demora para dirigirse hacia estos.

El joven informante come de las piezas de carne que pudo traer en sus mano bajo el ángulo de la escalera.

-¡Señor Bane! -exclama de inmediato al sobresaltarse en su lugar de tan solo verle.

-¿Siguen siendo pesados contigo? -cuestiona el mayor sin darle mayor importancia-. Así es este negocio, chico.

-¿Para qué me requiere, señor? -pregunta alzando una eufórica mirada hacia el mayor.

-Lonnie, Lonnie-. Bane en ese instante redirige sus pasos hasta el ventanal que tiene en frente, dónde del otro lado se encuentran sus tres voraces doberman que pelean por un trozo de carne-. Quiero saber más del Murciélago -responde finalmente.

El chico rápidamente se pone del pie al oír esto, y con las mangas de su camisa limpia las comisuras de sus labios para dirigirse con contrastante porte y propiedad hacía el hombre.

-¿Qué más quiere saber de Bruce Wayne? -pregunta Lonnie como el orgulloso sabelotodo que es. -Ya sabe lo de sus padres ¿Quiere que le cuente de las tesis que intentó publicar en la universidad? ¿Quiere saber cuál solía ser su canción favorita? También sé que su bebida preferida eran las infusiones de Oriente -y agrega en un tono más hilarante-. ¿Por qué la curiosidad, jefe? ¿Tiene algo más en mente?

Batman KnightfallWhere stories live. Discover now