VI: On Thin Ice

106 20 5
                                    

Dos días y diecisiete horas seguidas es el tiempo que Bruce Wayne duerme en su recámara. Sesenta y cinco horas ininterrumpidas en las que parece estar en coma, ni aún el sol directo en su cara es capaz de despertarlo. Parece casi irreal, y Alfred da constantes vueltas para checar su pulso y cerciorarse que en verdad ese vegetal sobre la cama no está muerto.

Por otro, el mayordomo lee todos y cada uno de los reportajes escritos para el Caballero de la Noche. Sincroniza el canal local que toda la mañana ha hablado del mismo tema que llena la boca de todos; y con las tristezas que solo él ha presenciado, no puede mas que negar con la cabeza.

Pennyworth se había encargado de encubrir habilidosamente la verdad a las mujeres de la familia Kane, les había dicho que Bruce tuvo que salir de emergencia a solucionar un desafortunado y delicado incidente de carácter legal referente a las Industrias Wayne en el otro lado del mundo, y cuyo regreso no tenía una fecha contemplada.

A pesar de que el playboy duerme a pierna suelta, la droga sigue en su cuerpo. Permanece  de manera residual en sus neurotransmisores alterando cada parte de su cerebro, en sus músculos llevados al límite, en sus hormonas hechas un mar de segregaciones guilladas y en sus emociones declaradas en total anarquía. Más de cuarenta y ocho horas en abstinencia no tardarán en cobrar factura.

Pasadas las siete de la tarde Bruce, finalmente, comienza a despertar. Pero no de la manera que cualquiera querría. Sus articulaciones y huesos son los primero que comienza a sentir al recobrar conciencia de si mismo y el dolor es casi insoportable. Pronto en su rostro comienza a convertirse en un recio e intenso gesto. Su aflicción no le deja ni pararse de la cama.

—¡Alfred! —exclama con un grito agónico a la vez que sus manos se hacen puño aferrándose a sus sábanas.

El mayordomo tira la jarra con agua en sus manos. Su clamar penetra en su cabeza como un taladro y no le importa más que correr hasta la habitación principal a socorrer su llamado, pero lo que ahí dentro sus ojos observan es desgarrador. Bruce se arrastra, tiembla en el piso mientras se estira por llegar a sus cajones a la vez que su cuerpo se arquea y se retuerce de infinito dolor.

—¿Qué es lo que le está pasando?—. Alfred es apenas capar de hacerle frente, el impacto, el shock, no sabe ni siquiera cómo reaccionar. Pero Bruce alcanza su cometido y de una caja saca la inyección que se administra en el brazo.

Los ojos del mayor casi parecieran salirse de sus órbitas, está tan aterrado y a la vez tan incrédulo que tiene tantas ganas de salir, huir es su primer instinto. Pero en ese momento escucha la voz lejana de Katherine y de inmediato atranca la puerta con una silla, y su pulso cardíaco se acelera cada vez más al punto que teme tener un infarto ahí mismo.

—¡Es morfina! —exclama el heredero sin aliento a la vez que exhala e inhala casi como una bestia. Es entonces que el dolor de su cuerpo poco a poco comienza a disminuir y no puede evitar liberar un suspiro aliviado.

—Morfina, anfetamina, heroína, ¿cuál es la diferencia? —contesta el mayor, pero sus palabras son casi un susurro. Su garganta se ha quedado seca.

—¡Alfred! —Kate llama golpeteando a la puerta —escuché los gritos, ¿Bruce? Por favor díganme que está todo bien.

—Esto es lo que vamos a hacer —contesta Bruce. Finge que nada ha pasado. Insiste en ignorarlo a toda costa. —Vas a calmarte —ordena con una inflexible mirada hacia su mayor—. Voy a vestirme, y hablaremos de esto en la cueva. Todo tiene una explicación. 

Pennyworth tan solo pasa saliva y con un pañuelo que saca de su bolsillo limpia el sudor de su frente. Bruce no demora en colocarse lo primero que encuentra y ágil gira el pomo de su puerta para salir. Ella está ahí, y retrocede ante el repentino movimiento del hombre, quien en solo instantes se posiciona frente a ella.

Batman KnightfallDonde viven las historias. Descúbrelo ahora