II: No Exit

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Abrir la puerta de la habitación principal y toparse con una cama vacía y bien hecha por las mañanas no era algo que sorprendiera a Alfred Pennyworth, al igual que pasar las noches despierto en la cueva no era tampoco un comportamiento inusual en Bruce Wayne.

Antes del medio el mayordomo baja a la cueva a revisar que todo se encuentre en orden, y con ello solo puede referirse a que Bruce mantenga la sangre circulando dentro de sus venas. Le deja la bandeja del desayuno —un vaso con agua y un par de aspirinas— sobre la mesa de trabajo saturada de desperdicios mecánicos, y en medio la hojalatería, reposa su cabeza rendida, enmarcada por sus brazos, perdido en un profundo sueño que Pennyworth se ve obligado a interrumpir.

—A estas alturas dudo en creer que sea peor, si esta "fundamentación logística" o su "trabajo de campo". Levántese —ordena—, que ya pasan de las doce.

Wayne poco a poco se incorpora con un bostezo.

—Siento como si me hubieran dado una paliza —gruñe estirando los músculos de sus brazos. 

—Y también se ve como tal. 

—No me digas —continúa sarcástico.

—Señor Wayne, le recomiendo poner su mejor cara. Tiene visitas —suelta el mayordomo.

—Por supuesto que no —masculla el más joven de ambos.

Bruce deja salir un quejido al tronar los huesos de su cuello. 

—Le dije a su invitada que saldría en cinco minutos, así que suba y no me haga quedar en mal. 

—¿Mi invitada?

Él le observa por recelo por unos instantes, y cede. La intriga no le deja pararse sobre la obstinación que hubiese preferido, pero antes de preguntar de quién se trata, Wayne directamente encamina sus pasos al ascensor, y mientras lo hace se humedece los dedos en el vaso de agua y peina su cabello hacia atrás.

—Más te vale que sea algo importante —asevera apuntándole con el dedo desde la lejanía.

Baja los escalones que conectan con el vestíbulo y los murmureos de las voces que escucha a lo lejos, pronto comienzan a ser distinguibles. Reconoce inequívocamente aquella voz y ese acento que no deja una sola duda al aire.

—¡Buen trabajo! 

De espaldas a él juega acuclillada con la pequeña Helena en el piso una mujer de proporciones armoniosas y de elegante gracia. Vestida de un impecable color hueso, de una melena tan rubia que es casi blanca y con una fragancia que contagia todo a su alrededor de su inconfundible esencia. Ella sostiene frente a la niña un par de muñecos que acicala con cuidados. Se trataba de una mujer que bien podía ser la representación misma de Martha Wayne en persona.

—Que sorpresa tan grata, tía Victoria.

—¿Tú eres el sorprendido? —contesta ella con una risita haciendo referencia a la pequeña niña. —Luces tan diferente —dice poniéndose de pie en ese instante, tocando la mejilla ajena, observando las facciones de su rostro a detalle —¿por qué no llamas nunca a tu familia? —suplica — Siquiera sabíamos que ya eras padre, ¿en qué momento ocurrió esto?

Negar el inmenso parecido entre Victoria y Martha era imposible. Bruce sonríe, teniéndola frente a frente, pero los músculos de su rostro apenas si se mueven. Él toma sus manos, sus manos frías, suaves y finas, y la estrecha entre sus brazos. Aspira la fragancia de su cabello, y es tan solo por un segundo que está tentado a no soltarla nunca más.

—Han pasado muchas cosas en estos años —no le queda más por decir.

A la mesa, Bruce y Victoria toman el desayuno, entre copas y cubiertos de todos los tamaños que saturan el comedor con la ostentosidad de los buenos tiempos de la familia Wayne, aún bajo el majestuoso candelabro de piezas nigerianas que permanece impregnado del polvo que en meses se ha acumulado.

Batman KnightfallWhere stories live. Discover now