Capítulo 5

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ー¡¡CANDY!!

Albert gritó al ver a Candy tropezar con las raíces del árbol en el que debía refugiarse y sin pensarlo ni un segundo, interpuso su cuerpo entre ella y el león que ya brincaba para atacar. El ruido de las garras sobre tela y piel fue lo único que pudo escuchar después y asegurándose que Candy estaba bien, pudo darse cuenta de que estaba gravemente herido, justo del lado izquierdo del pecho, ahí en donde se encuentra el corazón. ¡Qué ironía!

ー¡¡ALBERT!!

Dijo Candy al verlo herido frente a ella, con su camisa rasgada y la sangre corriendo sin parar. Cuando Candy se dio cuenta de que al tropezar había alertado al león y este se abalanzaba sobre ella, cerró los ojos esperando lo peor; toda su vida le pasó por delante como una película y se lamentó no haber besado a Albert la noche anterior, ¡la vida era tan corta!

Albert de nuevo la había salvado, esta vez poniéndose de por medio. Candy temblaba como una hoja, él estaba herido y el león aún estaba frente a ellos... ¿Qué más sería capaz de hacerles y por qué Albert se había interpuesto?!... ¡No quería que nada malo le sucediera por su culpa!

Los domadores y auxiliares del circo se acercaron con lentitud y Albert los escuchó discutir la necesidad de dispararle al león como única opción para detenerlo.

Su amor por los animales y el deseo de proteger a las personas a su alrededor y en especial a Candy, lo hizo gritar:

ー¡No dispare!

Su mente corría a mil tratando de buscarle una solución a la situación, algo que minimizara el daño colateral. No quería que mataran al león, quien a fin de cuentas no tenía la culpa de haberlos atacado, si era su naturaleza defenderse al sentirse agredido.

Albert sabía que también existía la posibilidad de fallar al disparar y si eso pasaba el ruido del arma alertaría al león haciéndolo atacar de nuevo y con mayor ímpetu; y claro, era posible también que la bala alcanzara a alguien y ¿qué haría si esa persona era Candy, o alguien más? ... El disparar era un riesgo muy grande, muchas cosas podían salir mal pero, ¿qué podía hacer él?

Con la adrenalina corriendo por sus venas, ni siquiera sentía el dolor de sus heridas. Lo único que pensó en ese momento fue poner en práctica los conocimientos que adquirió durante sus meses en África, cuando curaba a animales heridos mientras sobrevivía la sabana africana. Así que con voz firme se dirigió a los entrenadores y les preguntó:

ー¿Cómo se llama este león?

ーDongo, ¡pero no me obedece!... ¡Cuerpo a tierra, hay que matarlo!

ー¡¡No dispare!!

Dongo se mantenía apenas a una corta distancia de donde Albert aprisionaba a Candy entre el tronco del árbol y su espalda para que no se moviera.

Albert lo llamó por su nombre y después, con sus ojos transparentes como el cielo al amanecer, trató de infundirle confianza, era, él creía, la única forma de calmarlo... En una especie de trance meditativo, lo vio directamente a los ojos mientras trataba de comunicarse con él en su mente:

«Dongo, no quiero hacerte daño, conozco muy bien África de donde vienes, sé que has vivido siendo ignorado por humanos que se creen dueños de la naturaleza sin siquiera cuidar de ella. ¡Mírame Dongo, no permitas que te maten!»

Dongo por fin se calmó y Albert le extendió la mano en señal de paz, el león se acercó y se echó a tierra y pudo ser guiado tranquilamente de regreso a su jaula.

Albert se giró hacia Candy quien estaba temblando como una hoja y lo veía con ojos llenos de terror y le preguntó:

ーCandy, ¿estás bien?!

Siempre te esperéWhere stories live. Discover now