Capítulo 23 - Muérdago

Start from the beginning
                                    

Lo bueno de no utilizar bolsos era que no me estorbaban, pero encontrar las llaves del auto en los bolsillos en mi abrigo sería otra aventura a la cual me tenía que enfrentar.

— Los burros no son medios de transporte —aclaré rebuscando en cada una de mis bolsillos —, y dudo mucho que me dejen circular con uno por la ciudad.

Tú padre dice que te compra un auto sí a ti no te alcanza —la escuché cuchichear algo, supuse que a papá —; dice que cuando puedas le devuelves el dinero, y que si no se lo devuelves no hay problema.

— Qué lindo, pero de verdad no necesito un auto —las bolsas cada vez se hacían más y más pesadas, y encontrar las llaves se estaba volviendo eterno —.De verdad, estoy bien así.

Samanta, no seas necia, para tu trabajo sí que necesitas un auto —escuché decir a mi padre.

— Hola papá, ¿cómo estás?

Bien cariño, bien. ¿Te veremos está tarde?

— Claro que sí —reacomodé las bolsas en mis manos y resoplé sintiéndome bastante frustrada —, estaré ahí, puntual.

¿Has considerado ya lo del auto? —pegué la frente al auto, grosso error, ahora tenía nieve en el rostro.

— Papá, no necesito un auto.

Sí, sí lo necesitas —el sonido de otra llamada entrante alteró más mis nervios —, estos tiempos ya no son como antes, son peligrosos.

— Con o sin auto son igual de peligrosos. Escucha, les hablo más tarde, ha entrado otra llamada. Los quiero mucho.

Me despedí de ellos tomando la otra llamada sin revisar de quién se trataba, no que pudiera maniobrar el teléfono del todo, con tantas bolsas de regalo era prácticamente imposible.

— ¿Hola? —hablé haciendo una mueca cuando sentí un tirón en el hombro.

¿Necesitas ayuda? —escuchar esa voz me hizo sentir un puñetazo en el estómago.

— ¿Por qué lo dices? —di un pasó hacía atrás y terminé cayendo de pompas sobre la nieve —. ¡Carajo!

Tu madre va a lavarte la boca si te escucha hablar así.

— ¡Oh, cállate! —solté molesta —. ¡Ay!, mis pompas —suerte la mía que los paseantes parecían haberse ausentado de la zona donde me encontraba.

Espera, ya casi estoy —intenté ponerme de pie, pero con tanta bolsa encima me era un tanto difícil.

— ¿Estás dónde?

Suspiré cansada de la boba situación, porque cada vez que luchaba por ponerme de pie, terminaba cayéndome de nuevo. El problema no era la nieve que seguía cayendo, sino el hielo que se había formado, dejando el piso resbaloso.

— ¿Estás bien? Déjame ayudarte, venga, dame la mano —resoplé internamente pero tomé sus manos, hasta una necia como yo sabía cuando necesitaba ayuda. Con un poquito de esfuerzo me puso de pie.

— Gracias —sacudí la nieve de mis pantalones y después hice una mueca al ver el desastre de bolsas y ropa en el piso.

— ¿Regalos navideños?

Gabriel tomó la bolsa de lencería fina, me mordí los labios para no soltarme a reír por el sonrojo en sus mejillas, especialmente cuando un grupo de señoras pasó frente a él y se escandalizaron al ver dichas prendas en sus manos.

Sam #PGP2021Where stories live. Discover now