— Anabeth, déjate de parsimonias y dime. ¿A dónde planeas llevarme? 

— Ya lo descubrirás. Ten paciencia.

— Necesito saber el recorrido que tomaremos.

— Nop. —tarareó con diversión—. Solo mantente detrás de mí.

— ¿Al menos me darás una pista?

— Hmm... —se inclinó sobre el manubrio, adoptando una pose pensativa—. Centro de Londres. Eso es todo lo que puedo decirte.

— Ja-Ja. —ríe sin ganas—. Eso no me ayuda. Necesito algo concreto.

— Esa era la idea, genio.

Anabeth comenzó a pedalear, dejando al pelirrojo con la palabra en la boca. 

Mycroft maldijo internamente y se apresuró a subirse a su propia bicicleta. Bajó por la acera aprovechando la inclinación de la calle y aceleró. Para ese entonces, la castaña ya se encontraba a mitad de cuadra.

— ¡Vamos, Mycroft! ¡No querrás quedarte atrás! —gritó desde la esquina, frenando un poco al cruzar la bocacalle.

El chico logra alcanzarla en la segunda intersección. Ambos se detuvieron frente a un semáforo en rojo.

— No vuelvas a hacer eso.

— Era la única forma de que movieras el trasero. —se encogió de hombros sin culpas, ignorando su mirada de odio.

El semáforo se puso en verde.

— Tres cuadras más y vuelta a la derecha. 

Mycroft asintió a regañadientes. 

Los jóvenes continuaron su recorrido sin prisas. Cuando iban a la par o frenaban en alguna esquina, Anabeth aprovechaba para darle indicaciones o lo prevenía de algún bache en el camino, demostrando así su vasto conocimiento de las calles de Londres. 

Durante el trayecto, Mycroft intentó descifrar cual podría ser su destino, pero ella no se lo estaba poniendo fácil. Usaba calles secundarias y se internaba en los suburbios, lo que dificultaba considerablemente definir su posición.

El joven tuvo la sospecha de que ella evitaba las avenidas por dos motivos. El primero, y más obvio, era porque de esa manera se mantenían alejados del tráfico. Era más seguro de ese modo. Y en segundo lugar, las calles de barrio resultaban menos conocidas para él, lo que beneficiaba a obstaculizar sus deducciones sobre dónde estaban y hacia dónde se dirigían.

En determinado momento, cruzaron el Támesis en dirección hacia el centro. A partir de ese punto, Mycroft logró ubicarse en el mapa. De vez en cuando, intentó adivinar su destino. En cada semáforo, un nuevo lugar se le venía a la mente y lo decía en voz alta, esperando poder ver algún gesto de reconocimiento en el rostro de la castaña.

Doblaron en la avenida Piccaddily, una de las avenidas más céntricas de Londres.

— El Palacio de Buckingham. —aventuró, frenando en seco en la bocacalle. Anabeth se detuvo a su costado.

— Cerca, pero no. —sonrió con diversión.

Este ya era su noveno intento. La chica estaba feliz de que su sorpresa aún no fuera descubierta. Levantó la vista hacia el semáforo que les cedía el paso. Daba gracias que hubieran bici-sendas en esa ajetreada parte de la ciudad.

— ¿Museo Wellington? —sugirió.

— No. Ya déjalo, Mycroft.

— No me rendiré.

La Clase del 89' (Mycroft y tú)Where stories live. Discover now