La joven frunció el ceño en fingida decepción.

— Ya, habla. —alentó, al ver que su padre se había quedado en silencio.

— La constructora ha decidido expandirse y necesitan un nuevo maestro de obras.

Walter guardó silencio, esperando la reacción de su hija.

— No me digas que... —su sonrisa se amplió a medida que hablaba.

— Me postulé para el puesto. Somos tres los candidatos, pero con un poco de suerte... Sí. —asintió.

Anabeth brincó del sofá con solo oírlo.

— ¡Eso es genial! Felicidades.

— No te emociones. Nada está confirmado.

Walter intentó mantener la calma, pero Anabeth lo conocía mejor que nadie. Sabía que el hombre por dentro estaba temblando de la emoción.

— Aun así, es una gran oportunidad. —manteniendo el optimismo.

"Sí, si lo es." Pensó el hombre. "Si obtengo este empleo, ya no tendremos que depender de una beca. Podré enviarte a cualquier universidad que desees."

No dejó que su preocupación se viera reflejada en su rostro. En su lugar, habló con una voz segura y optimista. 

— Pediré pizza para celebrar. —anunció, para alegría de su hija.

— ¡Sí! Pondré la mesa.

Anabeth se dirigió a la cocina. Walter la observó desde la distancia. Aunque su cabeza era un mar de inquietudes respecto al futuro cercano, no dejó que estas lo distrajeran de su verdadero objetivo.

"Necesito conseguir este empleo. Por los dos." 

Mientras esperaban a que llegara la pizza, Walter y Anabeth tomaron asiento en la mesa de la cocina. El hombre le explicó que en las próximas semanas se sometería a una capacitación junto con los otros candidatos, lo cual implicaría pasar más horas en el trabajo. A Anabeth esa noticia no le agradó del todo, pero no dejó que su disgusto se hiciera visible. Después de todo, era solo por una temporada y quería apoyar a su padre. Sabía que esto era importante para él. Ella también decidió hacer su aporte, haciéndose responsable de gran parte de los quehaceres del hogar. Walter le agradeció por eso.

Mientras hablaban, Anabeth hacía alguna que otra pregunta sobre el nuevo puesto de trabajo. Walter respondía a todas y cada una de ellas, pero la castaña no pudo evitar notar ciertos signos de ansiedad que se fueron presentando a lo largo de la conversación. Ella intuyó que su padre estaba algo nervioso, lo que era entendible. Quizá fuera por la enorme responsabilidad que ahora recaería sobre sus hombros, o por la competencia con los otros dos candidatos. Fuera lo que fuera, Walter no quiso hacérselo saber.

Sonó el timbre, anunciando que su cena había llegado. Cuando la pizza fue colocada sobre la mesa, Anabeth simplemente dejó de darle vueltas al asunto y tomó una rebanada.

Cenaron en paz.

***

Dos semanas después.

Anabeth sirvió las galletas en un plato y lo colocó en el centro de la mesa. 

 

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
La Clase del 89' (Mycroft y tú)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora