capíтυlo 30

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Cuando volvíamos a casa, después de hacer las compras, esperaba que mi padre dijera algo. Había eludido todos mis intentos por continuar con la conversación con chistes o bromas. En esos días no era muy difícil ponerme de mal humor, y sin duda mi padre lo había conseguido.

- ¿Papá? - mirándolo.

- Si, hijo. Dime - girando levemente la mirada, sin perder de vista el camino.

- ¿Se los diremos en algún momento? -. Tenía la necesidad de devolvérselo a preguntar, necesitaba que me diera una respuesta.

-Hijo, yo... - hizo una pausa, bastante inquietante para ser franco, y de la nada gritó. - ¿Viste eso? Acaba de pasar un Volkswagen Beatle.

- No, no lo vi. – mi mal humor ya era más que evidente porque sabía que lo había dicho para no responderme.

- ¿No era el auto que querías de pequeño?

Asentí levemente con la cabeza. Esperé un poco más para volverle a repetir mi pregunta, y cada vez que la hacía encontraba una forma de cambiar de tema. Las flores, el almacén, las personas que cruzaban en el semáforo y así hasta que llegamos a casa. Una cuadra antes ya había visto estacionado el auto de mi hermana, lo que significaba que ya habían llegado y no, eso no mejoraba mi día.

- ¡Ya están aquí! – exclamó con alegría.
- ¡Vamos hijo! – bajando rápidamente del auto y alcanzándome la silla de la parte trasera. Después de que logré sentarme en ella, mi padre señaló nuevamente la entrada para no perder más tiempo, pero notó mis pocas intenciones de avanzar, así que empujó la silla hacia el interior para que pudiera darles la bienvenida.

Apenas me vieron mis hermanas corrieron hacia mí. Me sorprendió muchísimo la reacción que tuvieron al verme. Eliza parecía la típica tía diciéndome:  "¡Ay pero que grande que estás! Estas tan hermoso". Mientras me apretaba las mejillas y me daba besos. Y Ailín permanecía atrás sin poder decir ni una palabra porque rompió a llorar. Eli también lo hizo, pero no fue hasta después del fuerte abrazo, mientras me tenía apretado, que sentí que estaba llorando. No me gustaba verlas así, era justamente lo que no quería. Pero significó mucho ese momento, ese amor familiar.

Eliza, hija de mi padre. Vivía fuera del país, así que era a la que hacía más tiempo que no veía y la verdad, tampoco me comunicaba con ella. Si sabía de su vida era porque mis padres me contaban y claro, por las redes. Pero sin duda era quien más me quería, o simplemente eso parecía. Trabaja de abogada en España, después de haber terminado sus estudios allá, por lo cual siempre tenía esa apariencia de una mujer seria, aparentando unos treinta años, incluso un poco más vieja a veces. Pero si lo era, su seriedad, e incluso lo ordenada, pulcra y respetuosa que podía llegar a ser, contrastaba perfecto con su dulzura de abuelita.

Se parecía bastante a mi padre, el cabello negro, en realidad, el de él ya era gris debido a sus años, o como suele decir el, su “experiencia”. Y una gran sonrisa que, por cierto, no era muy normal verla.

Y luego estaba Ailín, hija de mi madre. Hacía algunos años se había ido de casa para estar más cerca de su trabajo. Hablábamos de vez en cuando, para los cumpleaños, fiestas, y alguna otra rara ocasión, pero igual la quería mucho. Sabía que, a pesar de que no nos comunicáramos muy seguido, podría contar siempre con ella. Es una de esas personas que se sientan en silencio y te escuchan, no importa si hablas por una hora o cien. Y al terminar te aconsejaría con las palabras correctas. En ese momento era a quien más necesitaba, alguien con quien hablar sobre todo lo que había pasado, pero le prometí a mi padre que no les contaría de lo ocurrido. Era todo lo contrario a Eliza, en el último año había pasado por un montón de cambios de looks. Se tiñó el cabello a naranja, luego azul y ahora lo tenía "rosa gold" según se lo explicó a mi madre. Sus cambios la hacían más fuerte, y le ayudaban a dejar atrás etapas y volver a empezar, y posiblemente después de esa visita, tendría que volver a cambiar de look.

Sí, yo pienso igual que ella respecto a los cambios de look´s. Cerrar un ciclo y empezar uno nuevo no es lo mismo si no haces una transformación en uno mismo, y no sólo en personalidad, sino también en su aspecto físico.

Ella siempre estaba ayudando, no importaba a quién o cómo, su corazón es sólo bondad. Por eso trabajaba en un centro de ayuda como psicóloga de niños que habían sufrido algún trauma. Y a veces como consejera en institutos o internados. Apoyaba a todo el mundo, pero en ocasiones se olvidaba de ciertos asuntos que tendrían que ser más importantes.

Hasta ese momento, creía que había sido ella quien había ido al hospital cuando estaba en coma. Ailín siempre apoyaba a la familia, escuchándolos y por supuesto, siendo fuerte. Por eso no me podía imaginar que no hubiera ido en aquel momento a estar al lado de mi madre.

Pero como dije, "Hasta ese momento", porque definitivamente ella no fue.

Luz Where stories live. Discover now