capíтυlo 49

127 11 11
                                    

Otra vez las mentiras escupidas frente de mi cara. – ¡Ya basta! No quiero que intentes protegerme. Ya soy lo bastante grande como para hacerme cargo de mis errores ¡Tengo que asumir mi maldita culpa! –. No entiendo cuál es la necesidad de querer evitar que pudiera saber la estúpida verdad de aquello.

–¡Detente! – Imploró casi sin levantar su voz.

–¿Por qué debo callar? Tengo que contarte lo que pasó. Tu no entiendes, ya se la verdad, sé que fue toda mi culpa. No necesito que tú, ni que nadie me siga protegiendo. Estoy seguro que...

–Por favor, no sigas – su tono se elevó un poco.

–¿No ves que todo encaja? Mis sueños, lo que Camila me dijo, los mensajes en mi teléfono, aquellos vagos recuerdos de lo que ocurrió. ¡No tengo dudas!

–¡¡Para!! – gritó mientras arrojaba la lámpara de mi escritorio, con bastante rabia, al suelo. Obteniendo como resultado un fuerte estruendo y un desastre por todo el cuarto. – ¡Que pares, maldita sea!

–Oye ¿pero qué mierda te ocurre? – estaba enfadado. No entendía su reacción, la necesidad de romper y querer negar la realidad.

–¡Que no fuiste tú! Yo maté a Joel. Camila te mintió – se quedó en silencio. Noté como clavó su mirada en mí. Sus ojos pedían compasión a gritos y sus lágrimas denotaban su dolor. Abrió su boca, como intentando formular aquellas palabras que no pudieron salir porque mi madre interrumpió en mi habitación.

– ¿Qué ocurre aquí? – al ver el desastre y nuestros rostros. Mi madre parecía espantada, seguro imagino mil escenarios, pero ninguno el correcto.

–Yo... – vaciló por un momento – Necesito tomar un poco de aire – dijo sin voltear a verme, tomando su teléfono que había apoyado sobre la mesa al entrar y siguió rumbo a la salida.

–¡Albano, espera! No te puedes ir así, tenemos que hablar. – grité esperando tener alguna respuesta de su parte. – ¡Por favor, Albano! – y lo último que escuché, fue la puerta de ingreso de mi casa cerrarse de manera abrupta.

La angustia me invadía. Las voces de mi cabeza ya no hablaban, sino que ahora gritaban. Me aturdían, me volvían loco poco a poco. Quería contener aquel nudo en mi garganta que apenas me permitía poder responder las preguntas de mi madre.

–¿Qué fue todo eso? – preocupada. Caminó rápidamente hacia mí y se agachó enfrente. – ¿Qué ocurre? Por favor, di algo. Quiero verte bien – tomando entre sus delicadas manos mi rostro y dándome unas suaves caricias.

–Estoy confundido. – dudé – Estoy cansado. No quiero hablar, estoy aturdido, tengo demasiadas cosas en mi cabeza.

–Está bien, pero sabes que estoy para lo que necesites... siempre estaré. – posando un beso en mi mejilla y alejándose de mí.

–Mamá, abrázame. Por favor dame un abrazo y dime que todo estará bien – intentaba controlar el temblor de mi voz.

Hundí mi cabeza entre sus brazos ocultando mi rostro inundado de lágrimas. Amortigüé mis sollozos contra su pecho mientras ella acariciaba mi cabello y formaba pequeños círculos en mi espalda con su otra mano. – Tienes que dejar que las cosas pasen, hijo. Sólo dale un poco de tiempo y todo se solucionará – Sus susurros sonaban algo inquietos.

Mamá recogió el desastre que había quedado y se retiró de mi habitación apagando la luz y dejándome solo. No dijo nada más, solo aquel "Te amo, hijo" antes de cerrar la puerta. Yo también la amaba, pero no se lo dije en ese momento. El sólo hecho de haberme dejado ahogarme en mis propios pensamientos cuando, aún estando en contra de ello, sabía que yo lo anhelaba.

Luz Donde viven las historias. Descúbrelo ahora