capíтυlo 25

276 50 2
                                    

Giré y la miré, su sonrisa abarcaba todo su rostro, podía notar como le hacía tanta ilusión llamarme por mi nombre. No pude evitar reírme al verla así.

-Me encanta verte alegre- Me dijo Luz.
Volví a mirar mi habitación y luego de respirar profundo, giré nuevamente hacia ellos - Podrían por favor dejarme solo un momento – lo dije con voz temblorosa, pero estaba muy decidido.

Mi madre me sonrío – Luz vamos a tomar un café… - colocando su mano en el hombro derecho de ella y ambas empezaron a bajar por la escalera.

Mi papá me guiño un ojo y luego cerró la puerta tras salir. No había alcanzado a irse y yo ya me había derrumbado.

Esas cuatro paredes dejaban muy definido quien fui y quien era ahora.

Comencé a mirar a mi alrededor, a recordar a ese “yo" que hacía unos meses abandonó su cuarto para ir a una competencia y volvió siendo una persona totalmente diferente.

Todo seguía muy normal, tal como lo recordaba y anhelaba. La sentía ajena, pero a su vez familiar, sabía que era mi rincón de la casa, que todo estaba ahí porque yo lo había puesto y que era el lugar donde más solía estar. Pero ahora no iba a ser así, sería una de las ultimas veces que la vería, que la sintiera mía.

La repisa con los trofeos que había ganado a lo largo de mi corta vida, estaba al lado de la puerta. Fue lo primero que vi al darme vuelta, y estaban ahí para hacerme recordar lo que no volvería a ser. Me acerqué, leí uno por uno, fútbol, básquet, natación, rugby, atletismo. Pero el último no estaba.

Faltaba ese trofeo, el que había ganado aquella noche, por el que tanto había luchado.

Busqué con la mirada si no estaba en algún rincón de mi cuarto, pero no lo encontré. Lo único diferente que había era un paquete, grande y marrón, que se encontraba sobre mi escritorio, ese lugar donde siempre estaban mis libros por si alguna vez los leía para poder aprobar en el colegio, pero sólo lo utilizaba porque en él escondía mi reserva de marihuana. Por debajo de la mesa, pegado con cinta adhesiva estaba una pequeña cajita de madera en donde la guardaba. Nadie, absolutamente nadie, sabía de ese secreto, y como será de bien que lo oculté, que en aquel momento aún seguía ahí. Sé que mis padres revisaron toda mi habitación en búsqueda de droga para evitar que yo volviera a casa y callera nuevamente en ella, pero más que nada, buscaron porque aún se les hacía difícil el hecho de creer que yo las consumiera. No encontraron, así que eso les daba un poco de tranquilidad.

Pero ese no era mi objetivo en aquel momento. Mi mente estaba constantemente pensando en el antes de subir al auto. Sabía que podía no llegar a encontrarlo, pero de igual forma necesitaba buscarlo.

Me acerqué al paquete, me imaginaba que adentro podría estar el trofeo, pero para mi sorpresa no estaba. Todo lo que había adentro eran las cosas de taekwondo, tanto lo que había llevado al viaje, como las que habían quedado en el Dojo.

Sentí odio al abrirlo. Que todo eso estuviera en mi casa significaba que ya no volvería ahí, ni a ser el de antes.

La rabia se había apoderado de mí en ese instante, con mucha violencia tiré todo lo que había adentro y con el trofeo entres mis manos, me desahogue por completo lanzándolo con fuerza contra la pared.

El trofeo estaba en el suelo, partido en tres partes y al verlo recordé lo que significaba para mí.

No era simplemente un trofeo ganado antes de una noche horrible, era el esfuerzo que había hecho para conseguirlo, era todo lo que había aprendido, y lo más importante, era lo que Joel me había enseñado y motivado a conseguir.

Ese trofeo era Joel, era lo que él me había dejado. Lo único que me quedaba de él.

¿Qué había hecho?

Lo cogí y lo abracé con fuerza, como si estuviera abrazando a Joel. Había sido un estúpido al romperlo. Intentando dejar de llorar, me acosté en mi cama, aún con el trofeo en mis brazos y así permanecí por un buen rato hasta que me quedé dormido. Desperté cuando escuché que golpearon la puerta de mi habitación, y seguida de una dulce voz que me pedía permiso para entrar.

-Pasa Luz – me senté rápidamente en la cama e intenté esconder el trofeo, pero necesitaba su ayuda.

- ¿Está todo bien? – al entrar a la habitación y al ver las cosas en el suelo.

- Sí, lo está.

Se agachó a recoger las cosas y luego las colocó sobre la mesa – Si quieres hablar… sabes que no te juzgaré – me dijo con su voz serena que me transmitía tanta paz.

-Necesito tu ayuda, cometí un error - tenía un nudo en la garganta y luchaba contra el para no romper a llorar.

- ¡Dime! – sentándose junto a mí.

Tomé el trofeo y con una parte en cada mano, mirándola fijo a sus ojos, le pedí que me ayudara a arreglarlo. No quería que mis padres se enteraran, necesitaba que ella lo hiciera y luego lo pondría en la repisa, junto a todos los demás. Me sentía un niño ocultando mis errores, pero desde que desperté me había sentido así otra vez.

-Sabes que siempre te ayudaré en todo lo que pueda – tomándolo.

-No le digas a nadie.

-No te preocupes, nuestro secreto – me hizo una sonrisa torcida y luego se paró y comenzó a recorrer mi habitación – Es muy linda, por cierto.

- Años haciéndola mía, dándole mi estilo y ahora… - suspiré. Sabía que lo que iba a decir me haría más daño que pensarlo – ni siquiera es mía.

-Pero ahora tienes la oportunidad de redecorar una nueva – sonriéndome
- No es tan fácil. Ni menos cuando no puedes hacer mucho.

- Pero ahora me tienes a mí. Y creo que no lo sabes, pero me encanta decorar habitaciones – con una gran sonrisa – ahora vamos, dime ¿qué quieres que separemos para llevarnos?.

Nunca puedes estar triste cerca de ella. En cuestión de unas horas, muchas de mis cosas estaban en mi nuevo lugar, en el cuarto de la planta baja. Se sentía todo muy raro, pero intenté aplicar el método Luz:

Buscarle siempre la parte buena.

Y ahí estaba, pensando en que formaba parte de mi nuevo comienzo.

Luz Donde viven las historias. Descúbrelo ahora