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Al día siguiente, Taehyung se despertó abrumado por el estruendoso sonido del despertador. No dudó en estamparlo contra el frío suelo, maldiciendo por la horrible noche que acababa de tener.

Después de que su madre lo dejara solo, no pudo hacer más que recordar las horas que había pasado con aquel lindo azabache.

Sus pensamientos se enfocaron repetidas veces en una sola y única escena, aquella en la que su corazón empezó a martillear contra su pecho y sus mejillas se tornaron de color carmesí al sentirse tan cerca de Jeon. Nunca antes le había pasado algo semejante y eso mantuvo al castañito en vela la mayor parte de la noche.

Soltó un quejido, restregando el dorso de sus manos por ambos de sus oscuros ojos, sabiendo que al abrirlos tardaría un par de segundos en acostumbrarse al brusco cambio de luz que eso le supondría, cosa que odiaba con toda su alma. Pero nada más oír la chirriante voz de su progenitora llamarlo desde la cocina, el pequeño de diez años se levantó velozmente de su cama, dirigiéndose hacia el comedor, donde seguramente le estaría esperando su delicioso desayuno. 

— Buenos días, cariño— saludó ella, acariciando la esponjosa y desordenada melena del menor.

— Mhm— respondió él, con la mejillas llenas de sus cereales favoritos, brindándole una sonrisita vergonzosa a su madre.

Mientras él desayunaba, la señora Kim se dispuso a preparar el uniforme escolar de su hijo, dejándolo junto a su cama para que se lo pusiera al salir de la ducha. Estaba acabando de hacer la cama cuando su reloj de muñeca pitó, tal y como lo tenía programado desde hacía ya mucho tiempo. 

— ¡Taehyung, hora de la pastilla!— advirtió la mujer con una melodiosa voz, procurando no alarmar al pequeño, quien ahora se encontraba frente a la televisión, aprovechando los quince minutos de descanso que su madre siempre le daba. 

— Está bien— suspiró, abriendo el pequeño armario del salón para poder sacar uno de sus decoloridos botes, buscando el naranja. 

Taehyung se preparó un vaso de agua y finalmente se tragó la pastilla sin mucha dificultad, temiendo que ahora que había empezado el curso en un nuevo colegio sus compañeros lo juzgaran por ello. Siempre que su reloj de pulsera con el tierno dibujo de un alegre tigre sonaba en medio de su antigua clase, todo el salón volteaba a verlo confundido, y se quedaban aún más sorprendidos cuando el pequeño sacaba el bote de pastillas color azul de su mochila.  

— Venga, no te agobies demasiado. Te irá muy bien, ya verás— sonrió la mujer, acariciando su castaño cabello al verlo tan apenado— Ahora ya sois mayores— quiso añadir para tranquilizarlo, dejando un pequeño beso sobre aquel lugar que antes acarició. 

Él asintió no muy convencido, dándose la vuelta para dirigirse al baño, donde se dio una rápida ducha, acompañado de aquella estrellita de mar de juguete que vivía en su bañera. Finalmente, cuando salió, se puso su nuevo uniforme, mirándose en el espejo para acabar de retocar su cabello. No le acabó de convencer su aspecto, pero simplemente hizo una mueca, se encogió de hombros y cargó su mochila azul sobre los hombros. 

— ¡Taehyung, es hora de irse!— gritó desde el salón, acomodando su bolso mientras revisaba que las llaves del coche se encontraran en él. 

El nombrado rodó los ojos y corrió hacia la puerta principal, sabiendo que allí estaría esperando su progenitora.

De camino al colegio no pudo hacer más que mirar por la ventana, viendo los árboles pasar hasta que el coche se detuvo frente a un gran edificio, su nuevo colegio. Relamió sus labios y bajó con toda la inseguridad del mundo, sintiendo sus manos temblar ante los nervios. 

Schizophrenia | TAEKOOKDonde viven las historias. Descúbrelo ahora