22 "Risas que se lleva el viento"

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Vicenta:
Ya ha pasado una semana desde que cometí el tremendo error de acostarme con Anthony. Me he librado de volverlo a hacer porque le he dicho que estoy teniendo mi periodo, aunque eso no es verdad. La incomodidad y la vergüenza que siento al ver a Daniel ha ido disminuyendo y es que con él, siempre me siento cómoda y en confianza. Hoy es un día feriado y casi nadie trabaja, pero gracias a Dios, Anthony sí. Hoy no regresa hasta las 6:00 de la tarde. Dejo a Caro con su nana y salgo a despejar un poco mi mente y a meditar sobre qué tan infeliz es mi vida. Voy caminando y poco a poco, mis pasos me llevan hasta una pequeña empresa, la cual, está compuesta por varias oficinas que no trabajan hoy, pero una de ellas tiene las cortinas abiertas y alguien las está cerrando. De veras tengo demasiada sed, ya que a pesar de que sólo son las nueve de la mañana, llevo una hora caminando y eso cansa; quizás este buen samaritano me pueda ofrecer una botella de agua. Veo que ya cerró todas las cortinas, pero aún así, llamo a la puerta, la cual, se abre a los pocos segundos de ser suavemente golpeada. Veo quién está detrás de la misma y me quedo perpleja.

—¿Daniel? ¿Que haces aquí?—pregunto sorprendida.

—Aquí trabajo—me dice con una sonrisa—la pregunta es, ¿qué haces tú aquí?

—Salí a caminar un rato porque necesitaba aire y pues mis pies me trajeron hasta aquí—digo levantando mis hombros.

—¿Por qué necesitabas aire?—me pregunta cauteloso.

¡Ay, Daniel! Me conoces demasiado bien, pero no puedes saber lo que pasó.

—Porque estaba harta del encierro del hospital—le digo nerviosa—pero tranquilo, a Caro la está cuidando su nana.

—Ya... y se puede saber ¿por qué tu querido novio no vino contigo? Si yo te tuviera a mi lado, no te dejaría sola ni un segundo—me dice sonriéndome y me guiña el ojo—pero ¿por qué llamaste a la puerta de una oficina desconocida que de sobra sabias que estaba cerrando?

—Te vas a reír cuando te lo diga, gringo—le digo soltando una pequeña carcajada.

—¿Reír? Pues cuéntame entonces, porque reír es algo que necesito desde hace tiempo—me dice con un poco de tristeza en la mirada.

Empiezo a sentir culpa por su tristeza y empiezo a cuestionarme si debería de estar con Anthony o con Daniel. Al fin y al cabo, estando con Daniel, solo sufre Anthony, pero si me quedo con Anthony, sufrimos Daniel y yo. Es injusto porque haga lo que haga, alguien va a sufrir.

—Vicenta—me dice Daniel sacándome de mis pensamientos.

—¿Eh?—digo de pronto, como quien recién despierta de un trance.

—Estabas por contarme algo gracioso y te quedaste en las nubes—me dice preocupado—¿todo va bien?

—Sí... es solo un conflicto interno que tengo—le digo desviando la mirada.

—Ya... me imagino... las guerras internas son las más difíciles de librar; sobre todo, cuando son entre sentimientos y razonamientos—me dice con algo de ironía en el tono de su voz mientras cruza sus brazos y desvía su mirada.

—¡A lo que vine pues!—digo cambiando de tema.

—A ver, señora, me prometiste un buen chiste, así que ahora trata de que me ría con esto, o si no, habrá una guerra de chistes—me dice sonriéndome y guiñándome el ojo—¿trato?—estira su mano.

—Trato—le digo sonriente y estrechando su mano y al sentir su tacto, mi piel se eriza y mi corazón se acelera, pero no lo dejo notarlo.

—Bueno pues, haga su historia—me dice con una sonrisa.

—Tenía sed y quería pedirle a quien fuera que estuviera aquí, una botella de agua.

Lo veo que se quiere reír, pero se aguanta las ganas tapándose la boca.

—¿Por qué te contienes?—pregunto cruzando mis brazos y arqueando una ceja.

—Porque quiero ese concurso de chistes contigo.

—Si me das la botella ahora, te concedo ese concurso—le digo regalándole una sonrisa verdadera, de esas que solo él me provoca.

—¡Hecho! Pasa.

Yo entro en la oficina y el cierra la puerta. Veo que prende las luces y abre la nevera.

—Tengo agua, Coke, Fanta y Sprite, ¿cual quieres?

—Coke.

—Al menos tus gustos, no han cambiado.

Siguen intactos, Daniel, todos y cada uno de ellos...

Saca dos Cokes de la nevera y me da una lata. Se recuesta a la mesa y yo hago lo mismo.

—Bueno, ¿quién empieza?—pregunta cauteloso.

—Tú—le digo mientras me doy un sorbo de mi bebida.

Él empieza a contar su chiste y logra hacerme reír. A lo que estamos haciendo ahora, le llamamos concurso de chistes, pero en realidad, no competimos. Esto no se trata de quien gane o pierda, sino de hacernos reír. Pasamos unas tres horas contando chistes, hablando pendejadas y riéndonos. A este punto, ambos estamos sentados en la mesa y vamos por la tercera lata de Coke.

—Pero ese gato sí que era tonto—me dice él sin poder parar de reír.

—Bueno pues, piensa que si el gato no hubiese sido un tonto, entonces no habría historia que contar, ni de que reírse uno pues—le digo y noto que mi bebida está vacía.

—Tienes razón... voy a tirar las latas, ¿ya terminaste con las tuyas?

—Sí—le digo entregándole las tres latas.

Él se baja de la mesa para agarrar y tirar las latas, pero un mal paso que da, lo hace tropezarse con una botella de agua que había tirada en el suelo y cae casi encima de mí. Sus manos están apoyadas en la mesa y al mismo tiempo, rodeando mi cuerpo. Su rostro está muy cerca del mío y eso hace que mi respiración se altere un poco. Veo que se queda mirándome fijamente a los ojos y yo me embobezco mirando esos hermosos ojos aqua que fueron, son y serán siempre mi perdición.

—¿Incómoda?—me pregunta Daniel con la respiración agitada y arqueando una ceja.

Amor Prohibido [Señora Acero: La Coyote]Where stories live. Discover now