21 "La otra cara de la moneda"

72 8 0
                                    

Vicenta:
Anochece y Anthony me prepara la cena, aunque yo me quedo callada durante toda la tarde y la noche. No quiero comer, pero si no lo hago, Anthony se sentirá mal, así que como lo que él me preparó, a pesar de las náuseas que me provocó esta tarde. Me acuesto en la cama y lo siento que me abraza. ¡Me siento incómoda! Me levanto con la excusa de que "voy a cambiarle el pañal a Caro". No me quiero dormir al lado de Anthony, así que me quedo dormida en el sofá que hay en el cuarto de mi hija. Me despierta un beso en mi boca que me deja un amargo sabor.

—Ya me voy a trabajar, esta noche, espero que te duermas conmigo, como debe ser—me dice Anthony un poco molesto.

—Es que...

—¡ES QUE NADA!—agarra mi mentón bruscamente—ahora eres mi mujer, y como mi mujer, vas a dormir conmigo, y te vas a acostar conmigo cuando a mí se me de mi regalada gana, ¿me oíste?—me dije enojado.

—Anthy, ¿qué te pasa?—pregunto preocupada y algo tímida.

—Me pasa que me caga que hayas sido tan ESTÚPIDA de decirle a Daniel que Carolina es hija suya, y que por eso ahora, tengas que estarlo viendo a diario—me grita enojado.

—Lo siento, pero no tengo la cara tan dura ni tan poco corazón como para alejar a un padre de su hija, y mas aún sabiendo que Daniel ya perdió a una hija. Carolina es lo único que tiene.

Siento que me agarra bruscamente por el brazo y me sacude.

—Anthony, me estás haciendo daño—le digo suavemente, tratando de ocultar lo asustada que estoy.

—¡Te lo mereces! Eres una maldita PUTA—me grita.

—Anthony, Suéltame.

—Por tu culpa, se murió tu marido, y luego te empezaste a revolcar con otro, que es al que quieres, pero como no puedes, te revuelcas conmigo.

—Por favor, Suéltame, me lastimas—le digo, ya con lágrimas corriendo por mi rostro.

—Eres una zorra, como decía mi tío Chucho, una cusca igualita a la perra de tu madre.

Le doy una bofetada. Puedo aguantar que me insulte, que me grite, hasta que me pegue, pero no le permito hablar mal de mi madre, porque no conocí mujer más luchona y heroina que Edelmira Rogores.

—Con mi madre, no te metas, cabrón—le digo entre dientes y llena de rabia.

—¿Cómo me dijiste?

—Lo que escuchaste.

—¿Me dijiste cabrón?

—Te metiste con la memoria de mi jefa.

—Te voy a enseñar a respetar a tu marido, maldita zorra, aunque llegue tarde al trabajo.

Veo que se saca el cinturón y me agarra fuertemente del brazo; creo que lo va a romper. Me pone contra una pared y me saca mi blusa, dejándome desnuda de la cintura para arriba. Luego, me agarra por el pelo y me pone boca abajo en la cama. Empieza a darme latigazos en la espalda con el cinturón.

—¡PARA! ¡PARA! ¡DEJA DE GOLPEARME! ¡TE VOY A DENUNCIAR!—le grito desesperada y entre llantos mientras me retuerzo por el ardor en mi espalda.

—Te mereces estos golpes por ser una perra que destruye vidas.

—¡NO ES CIERTO!

—¡SI LO ES! Mataste a Abelardo, lo cambiaste por Daniel, le pariste una hija a ese desabrido, y yo, que lo he hecho todo por ti ¿qué obtengo? ¿Un mal rato de solo sexo?

—¡Basta! No me hagas sentir peor—le digo con la voz quebrada.

—¡Esto es pa que aprendas!—me dice y me pega el último latigazo, el más fuerte.

Anthony se va y yo me quedo por unos minutos ida, acostada en la cama, pero con mi mente volando en las nubes. Luego, siento el llanto de mi bebé. Adolorida, tanto física, como emocionalmente, me vuelvo a poner mi camiseta y corro a cargar a mi niña. Mi Carolina llora desconsolada, parece que tuvo una pesadilla.

—Ya, ya, ya, mi princesita, cálmese ¿si?—le digo con la voz quebrada y sin poder dejar de llorar—que su mami está aquí y mientras estemos juntas, NADIE te hará daño, te lo prometo, mi tesoro.

Pego su frente a la mía y sus pequeñas manitas empiezan a jugar con mi rostro. Una vez logro calmarla, la pongo de nuevo en su cuna y le preparo su biberón. La tomo entre mis brazos y me siento en el sillón con ella y le doy la mamila mientras le canto una canción de cuna para que se relaje. La pongo en su cuna de nuevo y me dirijo hacia el baño. Me miro en el espejo y veo que mi camiseta blanca está manchada de sangre por la parte de atrás. Me quito la ropa y veo las marcas de los latigazos. Mi espalda está en carne viva, pero lo importante, es que mi hija no sufrió ningún daño y a demás, en parte, me merezco esto por ser tan tóxica. Me meto bajo la ducha y el agua me arde al caer sobre mi herida, la cual, limpio lo mejor que puedo y luego me seco. Me pongo una blusa de cuello y una chaqueta por encima. Me duele a cada movimiento que realizo, pero es algo que debo aguantar. Finalmente, siento el timbre de la puerta. Sé que es Daniel, pero aún no sé con qué cara mirarlo. Le abro la puerta y lo hago pasar, pero evito el contacto visual.

Daniel:
Entro a la casa y empiezo a jugar con mi niña. Vicenta se la pasa muy rara todo el tiempo. No me mira a los ojos y está evitando hablarme, como si hubiese puesto una enorme y fría barrera de hielo entre los dos, pero como todos sabemos, el hielo, con fuego se derrite, y el fuego de mi amor por ella está más vivo que nunca y estoy dispuesto a recuperarla.

—¿Cómo amanecieron hoy las dos flores más hermosas del desierto?—le pregunto a Vicenta regalándole una sonrisa, pero ella no me mira.

—Bien, como siempre—me dice seca.

—Vicenta, ¿te pasa algo?—le pregunto acercándome a ella.

—Estoy bien... Tú juega con tu hija, yo debo... ir al mercado—me dice nerviosa y sin mirarme a los ojos.

—No—le digo cerrándole el paso—no te vas a ir hasta que no me digas ¿qué te pasa? ¿Ese tipo te hizo algo?

—No te debo explicaciones sobre mi vida privada. Con permiso—me dice, aun sin querer mirarme a los ojos.

—Vicenta, te pasa algo, porque en el hospital estabas tan alegre y ahora estás tan...

—¿Tan desabrida? Pues acostúmbrate, Gringo, esta es la nueva Vicenta—me dice desanimada y haciendo un gesto de asco hacia sí misma mientras finalmente, me mira a los ojos—ahora déjame ir al mercado, que necesito comprar comida y más pañales.

La dejo pasar para no ponerla de un humor peor. Sospecho que ese tipo le está haciendo algo malo, o quizás, es simplemente el malestar de vivir infeliz. Recuerdo que cuando vivíamos juntos ella y yo, era dulce, alegre, apasionada y enérgica, se le notaban las ganas de vivir, pero ahora, siento como si su único motor, su único impulso, fuera nuestra hija.

—Tú vas a ayudar a mamita a estar feliz, ¿verdad?—le pregunto a mi Caro retóricamente y beso su frente.

Necesito recuperar a mis mujeres, las necesito conmigo para asegurarme de que sean felices.

Amor Prohibido [Señora Acero: La Coyote]Where stories live. Discover now