Mycroft, por otro lado, ideaba estrategias más refinadas. Podía leer cuales serías las tres siguientes jugadas de la castaña y planear diez emboscadas diferentes, evaluando el nivel de riesgo de cada una. Su margen de error era apenas de 5%. 

Al pelirrojo le gustaba jugar a la pesca, poniendo una pieza valiosa en el camino de Anabeth, esperando que mordiera el anzuelo. Debido a esto, la castaña descuidaba la defensa y en pocas jugadas su rey quedaba desprotegido y a la deriva.

En menos de diez minutos, el tablero se había liberado de la mayor parte de sus piezas, siendo Mycroft quien llevaba la ventaja.

Finalmente, el juego acaba como era de esperarse, con el joven siendo el ganador.

— Jaque-mate. —canturrea, derribando al rey en el proceso.

Anabeth chasquea la lengua con disgusto.

— Creo que hubiese sido mejor si sacrificaba a la reina. —reflexionó, colocando las piezas en su posición original.

— Sí, si lo que querías era ganar cinco movimientos extra. Él resultado sería idéntico. —sonrió con petulancia.

— Te odio.

— Mientes.

Anabeth rodó los ojos con diversión. Mycroft tenía un serio problema con tomar todas las frases de manera literal. El doble sentido era algo que se le escapaba con facilidad. Justificaba esto a la poca, por no decir nula, interacción con otros chicos de su edad donde las bromas e ironías era el pan de cada día.

La sonrisa de la castaña es borrada de su rostro al percibir el ruido de llaves provenientes de la puerta de entrada. Voltea curiosa en esa dirección.

— ¿Esperabas visitas? 

— Temo que no. —confesó, casi tan sorprendido como ella—. No creí que llegarían tan temprano.

Las voces de dos adultos invadieron la habitación. Un hombre alto, con pómulos marcados y cabello negro entrecano hizo su aparición junto a una mujer más baja, de rostro ovalado y ojos claros. Ambos vestían vestimentas formales y caminaban enfrascados en una conversación, cuando de pronto repararon en la extraña jovencita sentada en su sofá.

Anabeth sabía perfectamente quiénes eran, aunque solo los había visto en fotografías. Eran los padres de Mycroft. 

La mujer observó a su hijo, en busca de una explicación. Mycroft se puso de pie y los presentó.

— Madre, padre. Ella es Anabeth Smith. Anabeth, mis padres. 

La mujer es la primera en acercarse a la joven. Anabeth hace lo mismo.

— Buenas tardes, señora Holmes. Lamento esta intromisión. 

La repentina cortesía por parte de la castaña tomó a Mycroft por sorpresa. Era muy extraño escuchar ese tipo de formalidades viniendo de la castaña. Respiró aliviado al ver un gesto de aprobación por parte de su madre.

— Margaret Holmes. Un placer. —la mujer saca a flote sus modales de aristócrata, estrechando la mano que le era ofrecida.

— Siguer Holmes, un gusto. —saludó de forma amena. 

A diferencia de su esposa, el hombre se mostró mucho más cálido en el saludo. Su apretón fue firme, pero sin demasiada fuerza. Anabeth les sonrió a ambos y los cuatro volvieron a tomar asiento en los sillones de la sala.

— No esperaba que regresaran tan temprano. 

— Mi reunión se canceló por la tormenta y tu madre no pudo asistir a su club de lectura. Así que me llamó para que volviéramos juntos. Pero veo que no te hace falta nuestra compañía al parecer. —explicó el hombre con cierta gracia. 

La Clase del 89' (Mycroft y tú)Where stories live. Discover now