Gringotts

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Sus planes estaban hechos, los preparativos completos; en el dormitorio más pequeño un solo cabello negro, largo y grueso (tomado del jersey que Hermione había estado usando en la Mansión Malfoy) estaba enrollado dentro de una pequeña ampolleta de cristal sobre la repisa de la chimenea.

—Y estarás usando su propia varita —dijo Bella, señalando hacia la varita de nogal—, así que considero que resultaras muy convincente.

Mientras la levantaba, Hermione parecía asustada como si la varita pudiera picarla o morderla.

—Odio esta cosa —dijo en voz baja—. Realmente la odio. Se siente tan mal, no funciona bien para mí... Es como un poco de ella.

Bella no podía evitar recordar como Hermione había desechado su aversión por la varita de endrino, cuando esta no funciono tan bien como la suya, insistiendo en que se estaba imaginando cosas, diciéndole a Harry que simplemente practicara. Optó por no repetirle su propio consejo, de todas formas, la víspera de su intento de asalto a Gringotts parecía el peor momento para contrariarla.

—Sin embargo, tal vez te ayude a meterte en su personalidad —dijo Ron—. Piensa en todas las cosas que esa varita ha hecho.

—¡Pues ese es mi punto! —Dijo Hermione—. Esta es la varita que torturo a la madre y al padre de Neville, y ¿quién sabe a cuanta gente más?

Bella no había pensado en eso; miró hacia la varita y fue invadida por un impulso brutal de romperla, de partirla por la mitad con la espada de Gryffindor, que estaba apoyada contra la pared detrás de Harry.

—Extraño mi varita —dijo Hermione miserablemente—. Desearía que el señor Ollivander me hubiera hecho otra varita a mí también.

Esa mañana el señor Ollivander le había enviado una nueva varita a Luna. En ese momento ella estaba afuera en el jardín trasero, probando sus capacidades bajo el sol del atardecer. Dean, que había perdido su varita con los Snatchers, estaba mirándola un tanto melancólico.

Harry bajó la mirada hacia la varita de espino que alguna vez había pertenecido a Draco Malfoy. Se había sentido sorprendido, pero satisfecho al descubrir que le funcionaba por lo menos tan bien como lo había hecho la de Hermione. Recordando lo que les había dicho Ollivander de los funcionamientos secretos de las varitas, Bella creyó que sabía cuál era el problema de Hermione. Al no haberla tomado personalmente de Bellatrix, no había podido ganarse la lealtad de la varita.

La puerta de la habitación se abrió y Griphook entró. Por instinto, Harry se estiró para asir la empuñadura de la espada y la jaló cerca de él, pero lamento la acción inmediatamente. Podría asegurar que el gnomo lo había notado. Intentando distraer la atención sobre el bochornoso momento, dijo:

—Estábamos revisando los detalles de último minuto, Griphook. Le hemos dicho a Bill y Fleur que nos vamos mañana y que no se levanten para vernos partir.

Se habían mantenido firmes sobre este punto porque Hermione necesitaría transformarse en Bellatrix antes de que se fueran, y cuanto menos supieran o sospecharan Bill y Fleur, acerca de lo que iban a hacer, mejor. También les habían explicado que no iban a regresar. Como habían perdido la vieja tienda de Perkins la noche que los Snatchers los capturaron, Bill les había prestado otra. Estaba ahora empacada dentro del bolso de cuentas, el cual, Harry quedo sorprendido al enterarse, Hermione había protegido de los Snatchers con el sencillo y oportuno hecho de esconderlo dentro de su calcetín.

A pesar de que extrañaría a Bill, Fleur, Luna y Dean, sin mencionar las comodidades hogareñas que habían disfrutado por las últimas semanas, Bella estaba ansiosa de escapar del confinamiento de Shell Cottage. Estaba cansada de tratar de cerciorarse que no eran escuchados por casualidad, cansada de estar encerrada en la pequeña y oscura habitación. Sobre todo, deseaba librarse de Griphook. Sin embargo, exactamente como y cuando dejaría al gnomo sin devolverle la espada de Gryffindor continuaba siendo una pregunta para la cual Harry no tenía respuesta. Había sido imposible decidir cómo iban a hacerlo, porque el gnomo raramente dejaba solos a Bella, Harry, Ron y Hermione por más de cinco minutos seguidos. «Podría darle lecciones a mi madre» gruñó Ron, mientras los largos dedos del gnomo continuaban apareciendo en las orillas de las puertas. Con la advertencia de Bill en mente, Bella no podía dejar de sospechar que Griphook estaba cuidándose de una posible triquiñuela. Hermione desaprobaba tan apasionadamente el engaño planeado que Harry había dejado de intentar recurrir a su inteligencia sobre la mejor forma de hacerlo. Ron, en las raras ocasiones que habían tenido la oportunidad de robar unos pocos momentos libres de Griphook, había salido con nada mejor que: Tendremos que irnos volando, colega.

Bella Price y Las Reliquias de la Muerte ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora