El Secreto de Bathilda

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—Harry, alto.

—¿Qué pasa?

Acababan de alcanzar la tumba del desconocido Abbott.

—Hay alguien allí. Alguien vigilándonos, puedo sentirlo. Allí junto a los arbustos.

Se quedaron totalmente inmóviles, aferrados el uno al otro, mirando fijamente al negro y denso límite del cementerio. Harry no podía ver nada.

—¿Estás segura?

—He visto algo moverse, podría jurar que lo he visto...

Se separó de él para tener libre el brazo de la varita.

—Parecemos muggles —señaló Harry.

—¡Muggles que han estado poniendo flores en la tumba nuestros padres! ¡Harry, estoy segura de que hay alguien por allí!

Harry pensó que, según Historia de la Magia, el cementerio se suponía que estaba embrujado: ¿Y si...? Pero entonces oyó un susurro y vio un poco de nieve arremolinarse en el arbusto que Bella había estado señalando. Los fantasmas no podían mover la nieve.

—Es un gato —dijo Harry, al cabo de un segundo o dos— o un pájaro, amor. Si fuese un Mortifago ya estaríamos muertos a estas alturas. Pero salgamos de aquí, y podremos volver a ponernos la Capa.

Miraron hacia atrás varias veces mientras se abrían paso fuera del cementerio. Harry, que no se sentía tan tranquilo como había fingido al reconfortar a Bella, se sintió aliviado al alcanzar la verja y el resbaladizo pavimento. Se pusieron la Capa de Invisibilidad por encima. El bar estaba más lleno que antes. Dentro, muchas voces cantaban ahora el villancico que habían oído mientras se acercaban a la iglesia. Por un momento Harry consideró sugerir que se refugiaran dentro, pero antes de que pudiera decir nada, Bella murmuró:

—Vamos por aquí —y tiró de él hacia abajo por la oscura calle que conducía fuera del pueblo, en dirección opuesta a la que habían cogido para entrar. Harry podía divisar el punto donde las casas de campo finalizaban y la senda se convertía en campo llano otra vez. Caminaban tan rápidamente como se atrevían, pasando más ventanas que centelleaban con luces multicolores, viendo los oscuros contornos de árboles de Navidad a través de las cortinas.

—¿Cómo vamos a encontrar la casa de Bathilda? —preguntó Bella, que temblaba un poco y seguía mirando sobre su hombro—. ¿Harry? ¿Qué piensas? ¿Harry?

Le tiró del brazo, pero Harry no prestaba atención. Miraba hacia la oscura masa que se erguía al final de esa fila de casas. Al momento siguiente aceleró, llevando a rastras a Bella con él. Ella resbaló un poco en el hielo.

—Harry.

—Mira... Mira eso, Bella.

—¡No veo...! ¡Oh!

Podía verla. El hechizo Fidelius debía haber muerto con James y Lily. El seto había crecido salvaje en los dieciséis años que habían pasado desde que Hagrid había tomado a Harry de entre los escombros que yacían dispersos entre la hierba, tan alta que le llegaba a la cintura. La mayor parte de la casa de campo estaba todavía en pie, estaba enteramente cubierta de oscura hiedra y de nieve, pero el lado derecho del piso superior había sido volado. Allí, estaba segura, era donde la maldición había impactado. Bella, instintivamente, trató de mirar a los lados para ver si alcanzaba a ver la casa que fue la de su padre y madre, pero no lograba ver nada y ella junto con Harry se detuvieron ante la verja, contemplado la ruina de lo que una vez había sido una casa de campo como las otras que la flanqueaban.

—Lleva años así —murmuró Bella.

—Tal vez no se pueda reconstruir —contestó Harry—. Tal vez sea como las lesiones de Magia Oscura y no se pueda reparar el daño.

Bella Price y Las Reliquias de la Muerte ©Kde žijí příběhy. Začni objevovat