La Mansión Malfoy

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Bella tomó su varita y, confiando en su nivel de magia, se apuntó al cabello. Una vez Nehyban le comentó que quería hacer cambiar su color de cabello, pero sin usar sus poderes de metamorfomago, así que usó magia y funcionó. Él le confió a Bella el hechizo y, justo en ese momento, era tiempo de usarlo.

—¡Dicambiulus!

Harry se giró y miró a su alrededor, meras siluetas en la oscuridad. Hermione lo apuntaba a la cara con la varita, en vez de dirigirla contra los intrusos. Hubo un estallido, un destello de luz blanca, y el muchacho se dobló por la cintura, dolorido y cegado.

—Pero ¿qué se...? —Fue lo único que dijo Bella, antes de que Hermione susurrara:

—¡Espera!

Harry, al llevarse las manos a la cara, notó que ésta se le hinchaba rápidamente, al mismo tiempo que unos pasos pesados lo rodeaban.

—¡Levántate, desgraciado!

—¡Ey! —se quejó Bella cuando unas manos desconocidas arrastraron a Harry con brusquedad por el suelo.

Y, antes de que pudiera defenderse, alguien le registró los bolsillos y le quitó la varita. Bella vio a Harry apretarse la dolorida cara con las manos, que la notaba irreconocible al tacto: tensa, hinchada y abultada como si hubiera sufrido alguna virulenta reacción alérgica. Los ojos se le habían reducido a dos rendijas por las que apenas lograba ver, y como las gafas se le habían caído cuando lo sacaron a empujones de la tienda. Bella forcejeaba tanto como podía, pero también apreciaba, entre movimientos bruscos, las siluetas de cinco o seis personas que arrastraban también a la fuerza a Ron y Hermione.

—¡Suéltela! —gritó Ron. Y de inmediato se oyó el sonido de un puñetazo; Ron gruñó de dolor y Hermione chilló:

—¡No! ¡Déjenlo! ¡Déjenlo!

—A tu novio le va a pasar algo mucho peor si está en mi lista —le advirtió aquella voz bronca, horriblemente familiar. Había reconocido la voz: era la de Fenrir Greyback, el hombre lobo al que permitían llevar la túnica de los mortífagos a cambio de sus feroces servicios—. Vaya muchachas tan deliciosas... Qué maravilla... Me encanta la piel tan suave...

—¡No le ponga una de sus asquerosas manos encima! —exigió Harry, como pudo. Un puñetazo fue a dar a su estómago.

—¡No! —gruñó Bella, tratando de zafarse, pero era inútil.

A Harry se le revolvió el estómago.

—¡Registren la tienda! —ordenó otra voz.

Tiraron a Harry al suelo, boca abajo. El muchacho oyó un ruido sordo y dedujo que Ron había caído a su lado. Se oyeron pasos y golpes; los hombres registraban la tienda, revolviéndolo todo y volcando las sillas.

—Y ahora, veamos a quién hemos pillado —se regodeó Greyback, y le dio la vuelta a Harry. Una varita mágica le iluminó la cara, y Greyback se carcajeó y bromeó—: Voy a necesitar cerveza de mantequilla para tragarme a éste... ¿Qué te ha pasado, feo? —Harry no contestó—. Te he hecho una pregunta —espetó Greyback, y le dio un golpe en el estómago que le hizo doblarse de dolor.

—Me han picado unos insectos —masculló Harry.

—Sí, eso parece —dijo otra voz.

—¿Cómo te llamas? —gruñó el hombre lobo.

—Dudley —contestó Harry.

—¿Y tu nombre de pila?

—Vernon. Vernon Dudley.

—Busca en la lista, Scabior —ordenó Greyback, y se movió para examinar a Ron—. ¿Y tú quién eres, pelirrojo?

—Stan Shunpike.

Bella Price y Las Reliquias de la Muerte ©Where stories live. Discover now