La Varita de Saúco

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Si el mundo había terminado, ¿por qué no cesaba la batalla? ¿Por qué el castillo no quedaba sumido en ese silencio que impone el horror y por qué los combatientes no abandonaban las armas? La mente de Bella había entrado en caída libre, semejante a un torbellino descontrolado, incapaz de entender lo imposible, porque Fred Weasley no podía estar muerto, las pruebas que le evidenciaban todos sus sentidos debían de ser falsas...

Vieron caer un cuerpo por el boquete abierto en la fachada del colegio, por donde entraban las maldiciones que les lanzaban desde los oscuros jardines.

—¡Agáchense! —ordenó Harry bajo una lluvia de maldiciones que se estrellaban contra la pared a sus espaldas.

Ron y él habían agarrado a Bella y a Hermione y las habían obligado a echarse en el suelo, pero Percy estaba tumbado sobre el cadáver de Fred, al igual que Ivaniouska, protegiéndolo de nuevos ataques, y cuando Harry le gritó: «¡Vamos, tenemos que movernos!», ambos se negaron.

—¡Frred! —chilló Ivaniouska—. ¡Frred, porr favorr!

—¡Percy! ¡Ivaniouska! —Harry vio cómo las lágrimas surcaban la mugre que cubría la cara de Ron cuando éste cogió a su hermano por los hombros y tiró de él, pero Percy se negaba a moverse—. ¡No pueden hacer nada por él! Nos van a...

—¡Sí podemos! —exclamó Bella, tragando grueso.

—¡Bella, ¿qué es lo que dices...?!

—¡Mi guante, Harry! —bramó Bella, quitándose el guante negro frenéticamente, mientras que, para los demás, dejaba expuesta su mano, pero, para ella, dejaba ver su guante sin dedos que estaba pegado a su piel como una especie de tatuaje.

En ese momento Hermione soltó un chillido. Bella no tuvo que preguntar por qué: una monstruosa araña del tamaño de un coche pequeño intentaba colarse por el enorme boquete de la pared; un descendiente de Aragog se había unido a la lucha.

—¡Percy, apártate! —pidió Bella y, al ver que no estaba dispuesto a colaborar, le empujó—. ¡ES PARA AYUDARLO, IDIOTA! —exclamó, con los ojos llenos de lágrimas.

Ron y Harry lanzaron a la vez sus hechizos, que colisionaron, y el monstruo salió despedido hacia atrás, agitando las patas de forma repugnante antes de perderse en la oscuridad.

—¡Ha venido con sus amigos! —informó Harry a los demás. Asomado al boquete que las maldiciones habían abierto en el muro, observaba cómo otras arañas gigantes trepaban por la fachada del edificio, liberadas del Bosque Prohibido, donde debían de haber penetrado los mortífagos.

—¿En serrio volverrá, con lo que sea que estés haciendo? —preguntó Ivaniouska, pasándose la manga de la chaqueta por los ojos.

—Claro que sí, siempre lo hace —dijo Bella, tocando la mejilla de Fred con la mano izquierda, concentrada.

—¿Qué haces Bella? —preguntó Percy, gateando devuelta hacia Fred.

—Ayudándolo —le contestó la rubia.

Harry, por su parte, les lanzó hechizos aturdidores a las arañas y provocó la caída de la que venía en cabeza encima de las demás, de modo que todas rodaron edificio abajo y se perdieron de vista. Las maldiciones continuaban pasándole tan cerca de la cabeza que le levantaban el cabello.

—¡Larguémonos ya! —urgió.

Empujó a Hermione hacia Ron y se agachó para coger a Fred por las axilas.

Percy, al percatarse de lo que Harry intentaba hacer, apartó a Bella y a Ivaniouska y lo ayudó; juntos, agachados para esquivar los hechizos que les arrojaban desde el exterior, sacaron a Fred de allí, mientras que Bella e Ivaniouska lanzaban hechizos y más hechizos en tanto podían.

Bella Price y Las Reliquias de la Muerte ©Where stories live. Discover now