El Fabricante de Varitas

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Fue como hundirse en una vieja pesadilla; por un instante Bella y Harry estuvieron otra vez arrodillados junto al cuerpo de Dumbledore al pie de la torre más alta de Hogwarts, pero en realidad estaban mirando a un pequeño cuerpo acurrucado sobre la hierba, perforado por el cuchillo plateado de Bellatrix. La voz de Bella todavía estaba diciendo—. Dobby... Dobby... —a pesar que sabía que el elfo se había ido a donde ya no podía llamarle de regreso. Bella no podía usar su guante, puesto que sabía que más adelante podría utilizar un rubí con otra persona igual de importante que Dobby. Estuvo a punto de utilizarla, pero Harry le recordó las palabras de Dumbledore.

Después de un minuto o algo así se dio cuenta de que, después de todo, habían llegado al lugar correcto, allí estaban Bill y Fleur, Dean y Luna, reuniéndose alrededor de ellos mientras se arrodillaban sobre el elfo.

—Hermione —dijo de pronto Harry, acurrucando entre sus brazos a Bella—. ¿Dónde está?

—Ron la ha llevado adentro —dijo Bill—. Se pondrá bien. Bonita, ¿tú estás bien?

Bella asintió cuanto pudo. Se sentía agotada.

Bella bajó la mirada hacia Dobby. Extendió una mano y tiró de la afilada hoja arrancándola del cuerpo del elfo, luego Harry tomó su propia chaqueta y cubrió a Dobby con ella como si fuera una manta.

El mar se precipitaba sobre las rocas en algún lugar cercano; Bella lo escuchaba mientras los demás hablaban, discutiendo temas en los que ella no podía interesarse, tomando decisiones. Dean llevó al herido Griphook dentro de la casa, Fleur se precipitó tras ellos. Ahora Bill estaba entendiendo realmente lo que Harry le decía. Mientras lo hacía, miraba fijamente al diminuto cuerpo, y su cicatriz punzó y ardió, y en una parte de su mente, visto como por el extremo equivocado de un largo telescopio, vio a Voldemort castigando a aquellos que habían quedado atrás en la Mansión Malfoy. Su rabia era terrible y aunque el dolor de Bella por Dobby parecía atenuarla, se convirtió en una tormenta distante que alcanzó a Bella a través del vasto y silencioso océano.

—Quiero hacerlo como es debido —fueron las primeras palabras que Harry fue consciente de haber pronunciado—. No con magia. ¿Tienen una pala?

Y poco después se había puesto a trabajar, solo, con Bella ensimismada a un lado, Harry excavaba la tierra en el lugar que Bill le había mostrado al final del jardín, entre los arbustos. Cavó con cierta furia, disfrutando el trabajo manual, glorificándose en la falta de magia que había en aquello, cada gota de su sudor y cada ampolla los sentía como un regalo para el elfo que había salvado sus vidas.

Su cicatriz ardía, pero era dueño del dolor, lo sentía y a la vez era ajeno a él. Había aprendido a controlarlo al fin, aprendido a cerrar su mente a Voldemort, la única cosa que Dumbledore había querido que aprendiera de Snape. Tal como Voldemort no había podido poseer a Harry o a Bella, así sus pensamientos no podían penetrar la mente de Harry o la de Bella ahora que velaban a Dobby. La tristeza, al parecer, expulsaba a Voldemort... aunque Dumbledore hubiera dicho que era el amor.

Harry cavaba, cada vez más profundamente en la dura y fría tierra ahogando su desconsuelo en el sudor, negando el dolor de su cicatriz. En la oscuridad, con nada más que el sonido de su propia respiración, la de Bella y el agitado mar por compañía, las cosas que habían pasado en la casa de los Malfoy volvían a él, las cosas que había escuchado volvían a él, y la comprensión floreció en la oscuridad...

El constante ritmo de sus brazos batía al ritmo de sus pensamientos. Reliquias... Horrocruxes... Reliquias... Horrocruxes... pero ya no ardía con ese extraño y obsesivo anhelo. La pérdida y el miedo lo habían extinguido. Se sentía como si le hubieran despertado de nuevo.

Bella Price y Las Reliquias de la Muerte ©Where stories live. Discover now