— Es solo una formalidad.

El hombre sonrió a través del espejo retrovisor. Puso las manos al volante y arrancó, sumándose al tráfico de Londres.

***

El trayecto transcurrió pacíficamente. En menos de cinco minutos, Larry se estacionó frente al hogar de la castaña. La lluvia seguía golpeando contra el techo del vehículo, pero al menos la joven no se mojaría demasiado.

— Gracias por traerme. —se dirigió al chofer.

Larry asintió a modo de saludo. 

— Adiós, Mycroft. Nos vemos mañana.

Antes de irse, se inclinó y depositó un beso en la mejilla del muchacho. Sin esperar una respuesta, salió del auto cerrando la puerta tras de sí.

Larry aguardó a que la chica entrara a su casa, antes de seguir su camino.

— ¿Ahora a dónde, joven Holmes? —pasaron unos segundos, pero no hubo respuesta—. ¿Mycroft?

Lo observó a través del espejo, extrañado. Por un segundo, creyó que se había quedado petrificado en su asiento. Al segundo llamado, el chico reaccionó.

— ¿Hmm? Lo siento. —volviendo a la realidad—. A casa, por favor.

Larry juró ver algo de sonrojo que las mejillas del chico.

— Sí, señor. —contestó, con una sonrisa divertida en su rostro.

El trayecto transcurrió en absoluto silencio. Mycroft miraba por la ventanilla, inmerso en sus pensamientos.

Luego de ese extraño primer encuentro con el señor Smith, su interés por esa familia se había incrementado considerablemente. Anabeth seguía siendo una incógnita para él y su progenitor resultó ser un hombre fuera de lo convencional, lo que explicaba muchos aspectos de la personalidad de su amiga.

Sin embargo, era un poco frustrante que luego de meses de convivencia, había descubierto poco y nada sobre ella. Anabeth resultó ser mucho más reservada de lo que dejaba ver a simple vista. Si bien la consideraba una persona sociable —podía pasar horas hablando de todo y nada— jamás hacía alusión sobre algún aspecto de su pasado, su primera infancia o su madre. Era como si esa parte de su vida fuera inaccesible ante los ojos del mundo.

Por supuesto Mycroft se percató de este detalle, pero no le preguntó nada al respecto. No era de su incumbencia y, por más curiosidad que le causara, Anabeth siempre había respetado su espacio. Era justo que él hiciera lo mismo.

Observó a través de la ventanilla como la lluvia caía a raudales sobre las frías calles de Londres. Faltaban pocos minutos para llegar a su destino. Sus ojos viajaron hacia el asiento vacío que Anabeth había ocupado quince minutos atrás.

Visualizó la imagen de la castaña, inclinándose hacia él. Recordó ese momento fugaz en que posó sus labios sobre su mejilla. La muestra de afecto lo había tomado por sorpresa. No tuvo tiempo de formular una respuesta apropiada antes de que ella se bajara del auto. Era como si su cerebro hubiera dejado de funcionar durante ese segundo.

"Tonto." Se dijo. "No es posible que ese simple estímulo sensorial haya tenido tal impacto en mí."

Catalogó el incidente como una extraña anomalía de su cerebro. Pasó de este pensamiento sin darle demasiadas vueltas. Tenía otras preguntas más importantes a las cuales dedicar su atención.

Recordó esos ojos color miel y esa sonrisa retadora. Había algo en la forma de ser de Anabeth que no le cuadraba. Ella seguía siendo inmune a sus deducciones, lo que la volvía impredecible. A veces mostraba un carácter frío y calculador muy similar al de él. Mientras que, en otras ocasiones como hoy, tomaba decisiones tontas e imprudentes y se mostraba afectuosa hacia los demás. Era confuso y, hasta cierto punto, atrapante.

La Clase del 89' (Mycroft y tú)Место, где живут истории. Откройте их для себя