En esos momentos, solo deseaba que se la tragara la tierra.

El hombre pronunció un simple "Mm-Hmm", dejando perfectamente en claro su escepticismo. Su mirada se posó de nuevo en el pelirrojo.

— ¿Así que ahora mi casa es un albergue de muchachos? 

— ¡Papá! 

— ¿Qué intenciones tienes con mi hija? —cuestionó, ignorando las protestas de la castaña.

Los hombros de Mycroft se habían vuelto tensos, al igual que su expresión. Todo esto era un enorme malentendido sin pies ni cabeza, pero no había tiempo para protestas. El señor Smith aguardaba, impaciente. Buscó desesperadamente dentro de su mente algo ingenioso que pudiera sacarlos a ambos de este embrollo.

— Mi única intención con su hija es ser su amigo y compañero de laboratorio. Nada más. —titubeó, al sentir que era una respuesta demasiado escueta—. Le pu-puedo asegurar que jamás... B-bajo ninguna circunstancia...

De sus labios comenzaron a brotar palabras atropelladas. Para estas alturas sus nervios se habían vuelto más que evidentes. Al verlo, Walter no pudo soportarlo más y estalló en una fuerte carcajada.

— Lo siento, de veras lo siento chicos. —se disculpó entre risas—. Pero debieron ver sus caras de pánico. Ambos estuvieron geniales.

Anabeth y Mycroft lo miraron, estupefactos. La chica fue la primera en reaccionar, tomó el trapo más cercano y comenzó a aporrear a su padre. El hombre levantó las manos para cubrirse, destornillándose de la risa.

— ¡Walter Smith, te voy a matar! 

— Perdón, Annie. Perdóname la vida. —sujetó el trapo para detenerla—. He estado esperando 16 años para este momento. Simplemente no pude resistirme.

— ¡¿Y tenías que darme tres paros cardíacos en el proceso?! —exclamó, fuera de sí—. ¡Agh! Debí imaginármelo. Tú y tus... estúpidas bromas.

El hombre se encogió de hombros con mirada inocente.

— Sé que muy en el fondo aún me amas.

La joven arrojó el trapo sobre la mesa y se cruzó de brazos.

— ¿En estos momentos? No.

Walter negó con diversión. Rara vez ella correspondía alguna de sus muestras de afecto verbales. Había heredado el carácter frío de su madre.  

— Walter Smith, un placer. —se presentó, tendiéndole la mano.

El muchacho correspondió el saludo por acto reflejo, pero aún se veía incapaz de pronunciar palabra. Demasiado conmocionado para decir algo. Walter le regaló una sonrisa afable.

— Annie me habló mucho sobre ti. —liberando su mano—. Me disculpo por mi comportamiento anterior. Me gusta jugarle bromas a la gente. Más si se trata de mi hijita.

Mycroft observó al hombre con detenimiento. Se asombró del enorme parecido entre padre e hija. Molestar y hacer bromas eran dos comportamientos habituales en Anabeth. Ahora sabía de dónde venían.

— Anabeth me advirtió sobre usted... Pero no creí que hablara en serio. 

— ¿Qué puedo decir? Es un pequeño gusto que compartimos. Solo que se enoja cuando ella es la víctima. ¿No es verdad, cielito? —recibió una mirada asesina en respuesta—. ¿Ves Mycroft? Dime si no es una ternurita.

El joven elevó una ceja, poco a poco volviendo a una relativa calma. El señor Smith se dirigía a él como si fueran amigos de toda la vida. Al pareces, esa era su verdadera esencia.

De repente, se escuchó el ruido de un claxon proveniente del exterior.

— Debo retirarme. —anunció el pelirrojo, poniéndose de pie—. Lamento haber venido sin avisar.

El hombre negó con la mano.

— Ya olvídate de eso. Eres bienvenido en esta casa.

Mycroft asintió, en agradecimiento. 

Walter extiende su mano nuevamente, despidiéndose de él con un ávido apretón. Una vez liberado, el muchacho recoge sus pertenencias y camina hacia la puerta en compañía de la castaña.

Cuando volvieron a estar a solas, ella fue la primera en hablar.

— De veras lo siento, Mycroft. Espero que mi padre no te haya asustado. Por lo general suele ser muy tranquilo. 

— No es tu culpa. Solo procura que no me haga víctima de otra de sus bromas en el futuro.  

— Sabes que no puedo prometerte eso. No puedo evitar ser yo la víctima de sus bromas, menos proteger a otra persona.

— Me lo imaginé. No perdía nada con intentarlo... Tu padre resultó ser un hombre interesante. Debe ser de familia.  

El joven guardó silencio, tomando conciencia de lo que había dicho. Anabeth elevó una ceja, suspicaz.

 — Así que me consideras una persona interesante, ¿eh?

 — Hmm... Solo objetivamente. No dejes que se te suba a la cabeza. —se encogió de hombros manteniendo su expresión apática.

— Ajá...

Le abrió la puerta, sin creer por un un instante en sus palabras. Mycroft caminó hacia el auto y, antes de meterse en el interior, se volvió por última vez a la ojimiel.

— Gracias por recibirme. Nos vemos en el colegio. 

Y diciendo eso, subió al vehículo, cerrando la puerta tras de sí. Ella observó desde el umbral como los faros se hacían diminutos conforme se alejaban, hasta perderse de vista en la siguiente intersección.

— ¡Annie! Poné la mesa. —exclamó el hombre desde la cocina.  

— ¡Voy!

Regresó al interior, cerrando la puerta a sus espaldas.

La Clase del 89' (Mycroft y tú)Where stories live. Discover now