Capítulo 16

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Abrí los ojos con pesadez. Estaba en una habitación individual con paredes pintadas de un azul pálido, quizás en un vano intento por volver todo menos deprimente, pero les había salido al revés. Observé a mi alrededor. Jenn, Chaz, Ryan, Marie. Todos en ese exacto orden. Subí la mirada al techo. Un collarín inmovilizaba mi cuello, el aire olía extrañamente a parafina, y un pequeño televisor estaba encendido en un canal de deportes. Dejé que el aire saliera de mí en un soplido. No, no era una pesadilla. Era la maldita realidad.

Miré ciegamente hacia el televisor, mientras sopesaba la posibilidad de que mi vida era la mayor mierda que había sobre la Tierra. El recuerdo de verlo allí, yaciendo sobre una cama, con una máquina haciendo su jodido trabajo de respirar. El sólo hecho de no volver a ver sus ojos brillando cuando sonreía, o su sonrisa ampliarse y reprimirse cuando observaba algo que le gustaba, o las arrugas que tenía alrededor de sus ojos a pesar de su corta edad. Alguna vez, ¿volvería a ver todas esas cosas? ¿O era su sonrisa la noche anterior lo único que tendría de él? ¿O su voz resonante mientras cantaba sería lo último que escucharía?

Quise hacerme una bola en la cama y llorar, pero ocho ojos estaban puestos en mí, observando cada uno de mis movimientos. Ciertamente, eso me importaba una mierda, pero tampoco sería una actitud muy madura de mi parte en un momento como éste. Y, oh, casi lo olvido. Me duele todo el cuerpo, joder.

La habitación quedó en un silencio tenso. El ambiente se sentía estático, casi como… como debajo del agua. Tragué saliva, inhibiendo las lágrimas que pugnaban por salir y obligándolas a quedarse donde estaban. Alguien metió un gol, pero nadie volteó a ver la televisión. De nuevo me sentía adolorida, como cuando metieron a Justin a la cárcel y llegué a casa luego de que, en la estación de policía llamaran a mi madre. Pero esto era peor. Mucho, mucho peor.

-¿Cómo te sientes? –masculló Chaz, sonriéndome. Lo miré de reojo, deseando quitarme el puto collarín de mierda que me mantenía inmóvil en la cama.
-Bien –respondí secamente. Marie suspiró, y metió ambas manos entre sus rodillas, balanceando sus pies de un lado a otro.
-Tu mamá dijo que vas a poder comer en unas horas, así que… -Ryan comenzó, encogiéndose de hombros, y sacando una caja enorme de Ferrero Rocher de detrás de su espalda. –Bueno, te compramos esto.
-Gracias –susurré, sin ánimos de meterme nada a la boca. Miré a Jenn, quien sostenía la mano de Chaz muy fuerte, al tiempo que éste acariciaba sus dedos. Aparté la mirada, sintiendo que las lágrimas se aproximaban a mis ojos. Pudieron ponerme una inyección para que cerrara la boca en Cuidados Intensivos, pero no podrían inhibirme para siempre.
Mordí mi mejilla interna fuertemente, suspirando.
-Bueno –Jenn suspiró. -¿Qué tal si todos nos vamos a comer algo? ____ quiere descansar un poquito –sonrió tristemente, dirigiéndome una mirada comprensiva. “Gracias”, intenté decirle, pero no me salió.
-Yo paso –masculló Marie, quedándose sentada -. Quiero quedarme un rato más con ella.

Jenn asintió, y luego todos salieron por la puerta, dejándonos solas. Aparté la mirada y la fijé en el televisor, tragando saliva. Marie se levantó de la silla tímidamente, y la seguí con la mirada cuando se acercó a mí, sentándose en el extremo de la cama, sonriendo tristemente.

-Es una mierda, ¿no? –musitó.
-Su auto quedó… -me corté, dándome cuenta de quién estaba hablando –Destrozado –susurré, sin fuerzas. Él estaba destrozado, más bien. Ella guardó silencio, y sostuvo mi mano. Suspiré, tragando las lágrimas dentro de mí.
-¿Tú sabes cómo está? –pregunté con la voz desquebrajada. Ella bajó la mirada, como si fuera una niñita reprendida. –Dímelo, por favor –gemí. Ella tomó aire y apretó mi mano con sutileza.
-Está muy mal –respondió con voz sombría. Apreté los párpados, como si me hubieran clavado una daga en el estómago. Humedecí mis labios, tragando las lágrimas.
-¿E… está en…? –apreté los párpados.
-No –me atajó suavemente, y acarició mis dedos. –No, no. Y, bueno, no sé mucho de esto, pero los doctores dijeron que necesitan llamar a su familia, por… cualquier… eventualidad –achicó los ojos, encogiéndose de hombros. –Nunca se sabe, así que… -suspiró.
-Me tiene a mí –le dije, y mis ojos se llenaron de lágrimas.
-Pudiste quedar como él, ___ –se encogió de hombros, contorneando mis dedos con los suyos suavemente -. No puedes siquiera levantarte de la cama, y… y necesitan a alguien más… como su madre.
-Bien –la interrumpí -, yo voy a darte el número, ¿bien? Quiero que la llames, y que le digas que tiene que venir –casi le rogué. Ella asintió, y yo la miré. Seguidamente, exploté en llanto, y ella rodeó sus brazos alrededor de mi cintura, apoyando su cabeza en mi pecho. La rodeé con mis brazos, apretándola.

Sollocé amargamente, preguntándome por qué Dios ponía todas estas cosas en mi camino. ¿Era acaso que Justin no era para mí, después de todo?

Cuando Marie se hubo retirado, luego de que le insistí millones de veces que estaría bien –aunque sabía que no era cierto-, me cubrí con las manos, y comencé a llorar a gusto. Me daba rabia no poder controlar mis putos sentimientos.
Pretendía quedarme ahí haciendo eso hasta que pudiera levantarme de la cama y ver cómo se encontraba Justin. No me importaría besar todas sus heridas y quedarme con él todo el tiempo que fuera necesario.
Es gracioso que, a veces uno cae en depresión, y sólo quieres abrazar a alguien para desahogarte, pero no hay nadie a quién abrazar. De eso me había dado cuenta cuando me di cuenta de que él no podía estar aquí para hacerlo, porque estaba tan débil que una puta máquina le quitaba el derecho de respirar por sí solo.

La puerta fue rápidamente abierta, asustándome de sopetón. Me quedé helada al ver la figura en la puerta, que sostenía la manilla con la mano temblorosa y me miraba con unos muy abiertos ojos verdes.

-¿Papá? –susurré.

LOST | 2da TEMPORADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora