Capítulo 8

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Me dejé caer sobre una de las mesas del Starbucks y pateé con fuerza la silla metálica y liviana de enfrente. Algunas chicas que cotilleaban en la mesa contigua se giraron para verme con expresiones incómodas en sus rostros. “Que se jodan”, pensé. La sangre hervía sobre mi cabeza, y yo estaba segura de que esta vez era real y no sólo el Sol, mis oídos palpitaban internamente y mis manos retorcían el final de mi camisa. ¿Por qué Justin tenía que haber armado una escena justamente en el campus de la Universidad? ¿Y por qué se supone que tenía que haberle dicho todo a Nathan? Quiero decir, yo estaba pensando en decirle… pero no sabía cuándo. De todos modos, yo siempre encontraba un momento, y éste, definitivamente, no hubiera sido uno de los que yo escogería. Él debía odiarme.

Miré de reojo en dirección al mostrador y la caja registradora. Una chica de color de pelo como el maíz y los ojos azul pálido le sonreía demasiado a Justin, quien se limitó a pagar con expresión neutra y apoyar su barbilla en la mano mientras esperaba los cafés.
Él había insistido en venir aquí aunque yo sólo le había gritado que quería irme a casa. Así que, cuando llegué aquí, me excusé diciendo que tenía que ir al baño. Y una vez dentro, todo lo que pude hacer fue encerrarme en un cubículo con un extraño olor a brownies rancios y llorar. Había sacado mi teléfono del bolso y había actualizado la bandeja de entrada como seis veces, esperando alguna nota de burla proveniente del anónimo. Como, por ejemplo, “¿te gusta que tu novio te haga escenitas en pleno campus?”, o quizá, “¿qué pensará el decano Rivers si yo le digo lo que han hecho?”. Pero simplemente, no había llegado nada.

Y eso me llenaba de alivio, y a la vez de miedo. Que el anónimo estuviera en silencio era más aterrador que tenerlo cerca. Él podría estar ahí, ausente, planeando metódicamente su próximo ataque. Un mortífero y horrendo ataque.

-¿Frapuccino? –dijo una voz ronca y jovial. Giré la vista, y encontré un vaso gigante de plástico con el logo de Starbucks. Fruncí los labios, y empujé el vaso hacia mí, pero no tomé un solo sorbo. Mi estómago me estaba jugando una mala pasada ahora mismo. –Y brownies –continuó, empujando un plato repleto de brownies en una pequeña pila.
-¿Por qué lo hiciste? –grazné, contorneando la boquilla de la pajita con un dedo.
-¿Qué? –inquirió.
-No finjas que no lo sabes –lo corté. –Sólo dime por qué diantres tuviste que armar una escena en el mero campus de la Universidad.
-Él estaba a punto de besarte –musitó en un gruñido. Su rostro inmediatamente tensándose.
-No tenías que hacerlo.
-¿Bromeas? –levantó la voz. Tan fuerte, que las mismas chicas de la mesa de al lado volvieron a mirar, detallaron a Justin con la nariz arrugada, y luego se volvieron a sus propios asuntos de nuevo. –Quiero decir, no voy a pararme ahí a observar cómo flirtean.
-¡Pero yo no estaba haciendo nada! –susurré enfadada. -¡Traté de alejarlo!
-____, yo estaba allí –gruñó. –Y tú estabas con toda tu disposición de…
Di un golpe ciego con la palma de mi mano, que resonó en seco sobre la mesa. Varios clientes voltearon a mirar, pero el ambiente continuó igual de idílico. El barullo de la máquina de café se escuchaba ahogadamente, los murmullos de otros asuntos flotaban por la habitación, el olor a brownies y pasteles inundó mis fosas nasales, mareándome. -¿Quieres decir que yo sólo me paré allí y le dije “hey, bésame”? ¿Crees que yo podría hacer eso cuando estoy contigo? ¡No es así como funcionan las cosas, Justin! ¡No para mí!
-Pero yo los vi –replicó. Sus ojos tornándose oscuros. –Y, y yo no lo soporté, ¿sabes? Y no voy a hacerlo. No puedo soportar que sus manos estuvieran… tocándote –gruñó. Bufé, desviando la mirada cristalizada hacia un contenedor de servilletas metálico, de repente queriendo aventárselo por la cabeza. ¿Qué clase de chica pensaba que era?
-¿Sabes qué? –musité. –Yo no soy la mala aquí, ¿vale? Nathan intentó besarme, al igual que otras veces, y es sólo porque él no tenía idea de nosotros. Estuve a punto de decirle cuando tú apareciste y armaste un teatro gratis. Pudiste meterme en problemas, ¿sabes? Pudieron suspenderme o expulsarme. Pero eso no te importa. Todo lo que te importa es tu estúpido ego, tu orgullo y tu… tu inseguridad de mierda que siempre lo arruina todo –escupí. Mi rostro temblando de rabia. Sentía mi cuerpo entero sucumbiendo ante el calor. Los cabellos de la parte posterior de mi cuello se erizaron. Mis manos sudaban.
-Bien –murmuró, y dio un sorbo a su café tranquilamente, mientras jugueteaba con el contenedor de servilletas metálico. Fruncí el ceño. –Supongo que debí saber que te daría vergüenza estar conmigo.

LOST | 2da TEMPORADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora