Capítulo 8 - De amores y bahías

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— Eso es fantástico, a Terin y a mí nos encantaría conocer tu galería de arte —Terin parecía estar más interesada en los bonitos ojos chocolates de Adriano que en la charla.

— Están cordialmente invitadas a nuestra amada Verona, mia bellisima Samanta.

Constantino poseía una galería de arte en la hermosa Verona, Adriano, su primo y mejor amigo era dueño de una famosísima panadería en la misma ciudad. Nos invitaron a pasar tiempo con ellos, a conocer la hermosa ciudad y divertirnos al estilo de Italia.

Aunque ambos eran unos coquetos también eran bastantes agradables; la verdad sea dicha, no había química más allá de una buena amistad y ellos lo sabían.

Esa misma noche luego de compartir un sinfín de experiencias con ellos dos preguntamos a los trabajadores del hotel por alguna playa donde pudiéramos evitar las líneas del bikini, descubrimos que en realidad no estábamos lejos, así que al día siguiente decidimos visitar el lugar.

Bronceándonos como Dios nos trajo al mundo Terin y yo fuimos testigos de lo maravilloso de la playa, y de uno que otro personaje que se paseaba frente a nosotras.

— Dime que ese tipo no tiene un tatuaje en el trasero que dice ‹‹Tu boca aquí››.

— Jamás pondría mi boca en esa área de su anatomía.

— Imaginar poner mi boca en esa área me provoca un poco de escalofríos.

— Imaginar que imaginas poner tu boca en esa área me provoca escalofríos.

— Tarada.

— Me amas.

— Siempre, Samy Sam.

Aguantamos la risa como campeonas cuando el nombre en cuestión se giró hacia nosotras, señaló su tatuaje y movió las cejas de arriba abajo, nosotras simplemente saludamos y declinamos cordialmente su invitación.

Zipolite era fantástica, la arena dorada era muy fina y suave, las olas eran altas; gracias a la normativa de la playa no se permitían mirones, y la seguridad para nosotros los valientes estaba garantiza. Nos relajamos durante algunas horas, probamos algunos platillos típicos del lugar. Por la noche viajamos a Huatulco, en la ciudad un ambiente bohemio nos rodeaba; un hombre dibujaba caricaturas de los lugareños, preguntamos si podía realizar una de nosotras dos, dijo que sí, el resultado fue realmente gracioso.

Paseamos por las coloridas calles de Huatulco, disfrutando de cada pequeño rinconcito, compramos algunos recuerditos, probamos algunos bocadillos tradicionales y tomamos más fotografías. Varios lugareños posaron para nostras y con nosotras.

Un grupo de adolescentes bailaban al ritmo de la música regional, no pudimos quedarnos de lado así que nos unimos a ellos; nos enseñaron a bailar desde salsa hasta cumbia y descubrimos que realmente éramos no tan malas haciéndolo. Pasamos un muy buen rato.

— Estoy muerta —Terin yacía despatarrada sobre la cama.

— Igual yo —respondí desde el balcón —. Pero fue un día increíble —ella se colocó a mi lado en el sillón.

— Qué bonito.

Nos quedamos observando la puesta del Sol como en cada viaje lo hacíamos. Nos encantaba ver como en cada lugar era tan diferente y sí, romántico, hasta nostálgico. Perdernos en la diversidad de colores era algo único de ver.

No importaba la cantidad de pinturas o fotografías que los seres humanos tomarán, nunca se lograba captar la belleza en su totalidad.

— Es como verlo dormir, como verlo simplemente cerrar los ojos —asentí.

Sam #PGP2021Where stories live. Discover now