—¡Hola, Mer! —me saluda con voz entrecortada—. ¿Qué pasó?

—¿Que qué pasó? —pregunto incrédula. Me acerco unos pasos más a ella hasta que la encierro contra la encimera. Sus compañeros miran todo con atención, pero nadie se atreve a meterse, seguramente saben de qué se trata—. Vos sabés muy bien lo que pasó.

—Yo no quería que Ema sufriera... —responde con torpeza—. Solo quería que te alejaras de él.

—Eso jamás va a pasar —murmuro con los dientes apretados—, así que ahora vas a ser vos la que se tenga que mantener lejos, ¿me escuchaste? No vuelvas a meterte en nuestra relación nunca más, porque él ya no te ama.

—¿Y a vos sí? —pregunta con sarcasmo—. ¿Acaso te dijo que te amaba? A mi nunca me lo dijo y a vos tampoco te lo va a decir, porque Emanuel no puede amar a nadie más que a sí mismo. Date cuenta, por algo está tan solo, por algo es tan cerrado. No te va a amar nunca. —Esboza una sonrisa maligna y triunfadora, aunque lo único que hace es enojarme más.

—De lo que estoy segura es que en el poco tiempo que estuvimos juntos me quiso más que a vos —digo. Suelta una carcajada amargada y rueda los ojos.

—¿Muy segura estás? ¿Por qué no le preguntas si se acuerda de cuando perdimos a nuestro bebé? No se separó de mí ni por un segundo y me dio todas las atenciones habidas y por haber... —Acerca su boca a mi oído y me tenso—. Obviamente que él no sabe que yo me saqué al bebé porque quería a Ema solo para mí, no podía compartirlo con nadie.

—Sos una enferma —es lo único que logro decir antes de soltar una arcada.

Mi mamá me agarra del brazo y me saca de ahí mientras miro a Vanina sonriendo a través de las lágrimas que empañan mis ojos. Ya en la calle, corro hacia un tacho de basura y vierto todo el desayuno de esta mañana allí. Lo que acabo de escuchar es lo más enfermo que supe en mi vida, y más aun teniendo en cuenta que voy a ser tía y esas cosas me pegan el doble de fuerte.

—¿Te dijo algo malo? —cuestiona mi mamá. Asiento con la cabeza y ella acaricia mi espalda con suavidad. Me imagino que ella no escuchó nada porque lo murmuró en mi oído.

Cuando logro recomponerme, caminamos lentamente hasta un kiosco. Me siento en una silla mientras me compra un agua y algo salado para que pueda comer. Probablemente me bajó la presión y por eso me siento tan mal.

—No puedo decírselo a Emanuel, ma —digo mientras como una papa frita. No me entiende, pero me escucha con paciencia—. Me dijo que...

De solo imaginarme a Lezcano sufriendo por haber perdido a un hijo que seguramente él quería solo porque una tóxica mal de la cabeza se lo sacó a propósito... yo no puedo creer lo horrible que es el mundo. No puedo evitar llorar y mi acompañante toma mi mano con dulzura.

—Ya va a pasar, mi amor, cuando puedas lo soltas —susurra con tono tierno. Tomo aire para recuperarme, termino el paquete de papas fritas y siento que ya estoy lista para decírselo. Sé que también le va a hacer mal, sobre todo porque ella sí perdió su primer bebé realmente y estas cosas le destrozan el corazón, pero tengo que decírselo a alguien, no puedo quedarme con eso dentro. No puedo cargarlo yo sola.

—Vanina abortó un bebé para que Emanuel la cuide y sea solo de ella —murmuro con cansancio. Mamá se tapa la boca con sorpresa y palidece—. Se habrá sentido celosa, pensado que ese... individuo iba a sacarle tiempo y espacio con Ema y prefirió matarlo. —Me encojo de hombros—. No sé qué clase de enfermedad mental debe tener, pero necesita ser tratada.

—Tenés que decírselo al pobre chico. —Suelta ella—. Mer, vas a reavivar algo que quizás Emanuel ya tiene guardado y asimilado, pero hace falta. Hace falta porque... si en algún futuro lejano o cercano deciden estar juntos de manera oficial y te embarazas, él va a tener un trauma. Y no sabemos cómo puede reaccionar. Entonces deberías decirle lo que te acaba de contar esta desagradable mujer.

Un flechazo (des)organizadoWhere stories live. Discover now