Suelta una carcajada y abraza a Juan Manuel en la puerta de salida. Creo que si no fuese cierto el audio estaría devastada, pero está tan contenta que sospecho que realmente fui un juguete para ella. La secretaria se acerca a nuestra mesa y le estrecha la mano a mi papá.

—Señor Lezcano, ya tengo que irme, pero estuvo todo hermoso. Lo felicito —le dice.

—Gracias, señorita Rosales, pero se lo debo a su amiga más que nada, ella fue la que creó todo esto —contesta mi papá. Valeria sonríe y asiente.

—Mi amiga es la chica más trabajadora y fuerte que conozco. Prefiere trabajar antes que ganarse la vida estafando, así que puede estar seguro de ella —comenta. Sé porqué lo dijo y prefiero no responder.

Solo tengo a Vanina de mi lado, mientras ya hay tres personas a favor de Merlina. Ojalá Rama se ponga de mi lado y no se deje llenar la cabeza por la novia.

La rubia termina de saludar a Andrés y a mí solo me dirige un seco saludo de buenas noches. No me preocupa, simplemente le hago un asentimiento de cabeza.

De a poco los invitados comienzan a irse y empiezo a sentir la incomodidad que se aproxima. Voy a tener que cruzarme con ella.

El Chino pone salsa y mi hermano se acerca a ella para bailar. Ricardo lo mira sonriente.

—Creo que terminan juntos esos dos —comenta—. Qué bueno, es hora de tener nietos, ella es linda y creo que es buena chica.

Me muerdo la lengua y no respondo, simplemente los miro. Están dele bailar y reírse.

¿Y si Fabián es él?, me pregunto. Él necesita el dinero para pagarle a los mafiosos, y no me sorprendería que estén juntos para estafarme. Él termina abrazándola y ella apoya la cabeza en su pecho con los ojos cerrados, como si quisiera sentir su corazón. Eso lo hacen los enamorados.

Me levanto con brusquedad, voy al baño y me encierro en un cubículo. No puedo evitar volver a oír los audios, solo para terminar de confirmar que es ella. El hombre no es mi hermano, así que debería dejar de sospechar que es él. Respiro hondo, me lavo la cara y vuelvo a salir. Me sorprendo al notar que ya no hay casi nadie, solo quedan la familia Liniers, los mozos juntando los platos, Vanina hablando con mi papá y Merlina charlando con el Chino y Arturo. Están muy serios y la organizadora les da el celular. Keung se lo pone en el oído y el fotógrafo también se acerca para escuchar, claramente ya sé lo que les está mostrando. Cuchichean entre ellos y hacen una mueca que no logro entender.

Quiero seguir prestando atención, pero mi ex toca mi brazo y me entrega una caja. La miro con las cejas arqueadas.

—Son los postres sin lácteo que sobraron —anuncia—. Estamos repartiendo las cosas que quedaron, no da tirarlas. ¿Te gustó algo más? También sobraron muchas empanaditas.

—Mmm, no, con esto está bien —respondo depositando la caja sobre una mesa—. Estaba todo muy rico, como siempre.

—Gracias —replica esbozando una sonrisa de oreja a oreja.

Nos quedamos mirando por un instante y ella se acerca a mí con un movimiento imperceptible, pero hago de cuenta que toso cuando me doy cuenta de su intención. No voy a besarla, no tengo ganas ni me llama la atención. La cocinera ya no me gusta. Se muestra avergonzada y vuelve a la cocina sin decir nada más.

Resoplo y masajeo mis sienes. La verdad que estoy cansadísimo y el dolor de cabeza que tengo es insoportable. De lejos veo cómo los acompañantes de Merlina la abrazan fuerte y ella sonríe. Genial, ya puso dos personas más de su lado. Chasqueo la lengua, ella es así. Es convincente, se hace la simpática para que logres encariñarte y después te traiciona.

El DJ y Arturo se van, por lo que ella llama por teléfono y desaparece por la puerta del personal. Los Liniers son los últimos en irse y también se llevan cajas de comida. La rubia plástica se acerca a mí y me saluda con un beso apoyando sus labios en mi mejilla.

—Si necesitas consuelo, me podés llamar —me susurra en el oído. Arrugo la nariz con asco y niego con la cabeza.

—Ni en tus sueños —murmuro.

Se ríe con falsedad y se va. Estrecho la mano con la señora Liniers y Max Steel y los observo hasta que salen. Listo, solo quedamos mi papá, mi hermano, Merlina y el dueño del salón. Me quiero morir.

—Señorita Ortiz —dice mi papá acercándose a la organizadora—. Fue una fiesta fenomenal y cumplió con todas mis expectativas e incluso más.

—Gracias, señor Lezcano, para mí es muy importante que le haya gustado y que se haya divertido.

—Lo disfruté muchísimo y creo que mi hijo, Andrés, también.

—Sí, Andrés cantó excelente, es un buen artista y un buen hombre, lo crió muy bien.

—Bueno, gracias, pero también fue trabajo de su madre —contesta mi papá con humildad. Hago una mueca cuando cuchichea algo que no escucho y sé que le está diciendo algo de mí. Merlina se encoge de hombros con una sonrisa.

—¿Se lleva algo de comida, no? —interroga ella preocupada. Ricardo asiente rápidamente.

—Por supuesto, ¿usted no?

—No, no como nada de lo que pusieron —contesta riendo—. Al parecer afuera está lloviendo muchísimo.

—Sí, eso me dijeron. ¿Tiene modo de irse o precisa que la acerquemos a su casa?

—Me pasa a buscar mi hermano, no se preocupe.

Mi padre asiente, le da la mano y luego comunica que se va porque está muy cansado. ¡Y se va con mi hermano! ¿Qué hago yo solo ahora? Decido irme también, no tengo nada que hacer acá. Al salir me quedo abajo de un techo, esperando que la lluvia torrencial pase para poder ir a mi auto y manejar sin tanto problema.

Mientras espero, ella sale. Ya no está más con su vestido azul, sino que se cambió por una camisa y un pantalón negro de cuero con botas. Tiene el abrigo en su mano, pero se lo pone con rapidez cuando el viento frío la toca. Me mira y noto en su rostro algo de indiferencia fingida y tristeza, pero desvío mi vista por más que me cueste. Su teléfono suena y se tapa un oído para escuchar bien la llamada a través de la lluvia.

—Está bien, Pepe, no te hagas problema, espero a que pase la lluvia. Obviamente no vas a salir, no quiero que tengas un accidente ni nada —dice con frustración. Seguramente su hermano no puede pasarla a buscar, lo cual es entendible porque yo tampoco manejo cuando hay tormenta—. No, él no me va a llevar... bueno, besos.

Mi instinto protector quiere abrazarla y decirle que yo la llevo, y besarla fuerte como pensaba hacer hace unas horas... mierda, tengo que resistir.

Una ola de viento trae agua y nos empapa. El techito no está funcionando mucho, así que ya me da igual si me sigo mojando. Ella chasquea la lengua y se protege con los brazos, apoyándose contra la pared.

—Chicos... ¿todavía están acá? ¿Quieren que los lleve a su casa? —interroga el dueño del lugar saliendo y mirándonos con sorpresa.

—No, yo tengo auto, estoy esperando a que la lluvia se calme —contesto.

—Sí, por favor —le dice Merlina—. Mi hermano iba a venir, pero está todo inundado y no puede llegar.

—Bueno, Merlina, vamos.

El tipo le hace un gesto con la cabeza señalando su coche mientras saca las llaves de su bolsillo.

—Gracias, Fabián —expresa ella. Aprieto los dientes y evito decir algo. Así que es él.

La organizadora se da cuenta y abre los ojos de par en par mientras niega con la cabeza mirándome. Siento que me convierto en piedra y no dejo que mis sentimientos salgan. No pienso demostrarle que me molesta mucho saber que es cierto todo, que me siento mal por ser engañado. Si a ella no le importo, entonces ella me importa mucho menos.

Sin dejar de mirarme se mete al auto del tipo. Le dedico una última mirada llena de remordimiento.

Hasta nunca, Merlina.

Un flechazo (des)organizadoWhere stories live. Discover now