Lloro más fuerte al darme cuenta de lo que quiere decir, alguien robó mi celular e inventó todo esto para que él se lo creyera. Borraron los mensajes reenviados para que parezca que no hice nada y sorprenderme de esta manera.

El nudo en mi garganta se incrementa y respiro hondo para intentar tranquilizarme. No debo llorar por un hombre que no le interesa escuchar mis explicaciones, porque si realmente me quisiera, me daría la posibilidad de hablar. Le mando un mensaje de auxilio a mi amiga y escucho que entra al baño un instante después.

—¿Mer? —me llama.

—Acá —contesto con voz ahogada. La puerta de mi cubículo se abre con lentitud y ella entra como puede, ya que es un espacio muy estrecho.

—¿Qué pasó? —inquiere con preocupación. Sin decirle nada, le muestro los audios y frunce el ceño—. Bueno, a pesar de que sé que no sos vos porque es imposible que hayas dicho esto y porque no conozco a ningún Fabián en tu círculo, la verdad es que es muy real. No sé quién hizo esto, pero hay que admitir que hizo un buen trabajo duplicando tu voz.

—En vez de ayudarme, me tiras abajo —respondo con ironía—. Emanuel cree que soy yo y no quiere ni que le hable, él piensa que es cierto porque le reenviaron esto desde mi celular, me lo habrán sacado de la cartera en un momento de distracción. Me quiero morir, ¿cómo le explico ahora que esto es mentira? ¿Qué hago? Es injusto, justo cuando empezábamos a estar bien.

Ella bufa mientras se agacha frente a mí y toma mis manos con suavidad.

—Que esto no te arruine la noche. Hiciste una fiesta espectacular y tenés que enfocarte en eso, ¿sí? —continúa—. Después vas a tener tiempo para aclarar esto, para hacerle entender que no sos vos. Quizás ahora está confundido, lo creyó sin pensarlo porque no lo escuchó dos veces. Solo te pido que pongas tu mente en blanco. Esos audios nunca existieron, ¿está bien?

—Está bien —murmuro inspirando y exhalando. Por suerte el baño está limpio o no podría hacer esto—. Solo tengo que esperar un poco más, falta poco para que termine.

Ella hace un sonido afirmativo y me abraza, gesto que le devuelvo con fuerza.

—No llores por falsos príncipes azules, no merece que gastes tus lágrimas y energía en quien sigue siendo un sapo —expresa acariciando mi pelo. Muevo la cabeza en un gesto de afirmación y nos mantenemos abrazadas en silencio hasta que me calmo. Cómo amo a mi amiga.

Esbozo una sonrisa y exhalo el último aliento triste que me queda.

—Listo —digo con más firmeza y secando mis lágrimas. A pesar de que me sigue mirando preocupada asiente y me ayuda a maquillarme con su kit de emergencia.

—Una diosa como siempre —manifiesta al terminar. Salimos del cubículo y me miro al espejo.

Lo único que demuestra que lloré son mis ojos rosados, pero por lo demás, estoy como nueva. Aun me quedan cinco horas de esta fiesta que creo que van a ser un martirio, pero aguantaré. La tanda de baile está llegando a su fin y no me interesa que Emanuel me vea. Estoy segura de mí misma, sé quién soy y sé que soy inocente. No hice nada de lo que él piensa, o de lo que le hicieron creer que hice. No tengo porqué ocultarme.

Con la frente en alto, salgo nuevamente al salón. Ya todos están nuevamente sentados, sonriendo con diversión de tanto baile. El único que no sonríe sobresalta de los demás porque es quien más me interesa. Suspiro, tengo que superar esto. Andrés aparece con la guitarra.

—¿Ahora me toca a mí? —interroga. Asiento con la cabeza y frunce el ceño al mirar los ojos—. ¿Qué pasó?

—En cuanto sirvan los otros platos y empiecen a comer salís —le digo, omitiendo la última pregunta que me hizo.

—Mer, ¿qué pasó? Me doy cuenta de que lloraste.

—Vamos a la otra sala y te explico —contesto finalmente—. Supongo que me vas a entender.

En la sala de personal le cuento absolutamente todo, escucha los audios y hace una mueca de desconfianza.

—Bien, esa chica sos vos. Es decir, claramente es tu voz... —comenta. Bufo.

—¡Que no soy yo! —exclamo frustrada.

—Sí, sos vos. Lo que no es real es lo que decís porque hay momentos en los que se notan cambios de volumen —explica—. Mirá, creo que hay una aplicación que básicamente roba todos los audios que envíes, luego uno va escribiendo las palabras que quiere y el robot comienza a decodificar todo hasta que las va encontrando y las mete en las frases que uno inventa. Por lo tanto, eso que mi hermano cree está dicho por vos, pero en diferentes audios. Unieron un montón de palabras para crear esto.

—Pero yo no conozco ningún Fabián... —murmuro confundida. Quien se haya tomado el tiempo de hacer todo esto no debe tener vida.

—¿Nunca dijiste ese nombre? —interroga. Me encojo de hombros junto a una mueca de no saber—. Bueno, lo dijiste, pero no te acordás. Después de la fiesta voy a hablar con mi hermano, debería entender que esto es mentira. No creo que sea tan idiota.

—Es que ahora que sé que sí es mi voz, hay menos chances de que crea las explicaciones —contesto con tristeza. Él me consuela acariciándome los hombros.

—Tranquila, vas a ver que se va a solucionar. —Esbozo una sonrisa sin ganas y asiento—. Emanuel es un tonto, lo conozco más que nadie porque soy su hermano, pero también sé que está loco por vos y en cuanto se le pase el enojo te va a escuchar, aunque primero tiene que escucharme a mí, obvio.

—Espero que esto no haga que se peleen...

—Hemos tenido peleas por estupideces, así que no sería una novedad que nos peleemos por esto. —Suspira y tira su cabello hacia atrás—. Bueno, supongo que ya tengo que salir. Intentá no escuchar las canciones, son todas románticas y aburridas y no quiero que llores.

—¡Pero me gusta como cantas! —exclamo. Sonríe y asiente con la cabeza.

—Bueno, pero andá a la cabina con el Chino, sé que en cuanto quieras llorar va a hacer alguna tontería o algún chiste para que te distraigas.

—Está bien. Suerte —agrego pasándole la guitarra—. No la rompas.

Se ríe y me guiña un ojo antes de salir. Yo me paro contra la pared y lo miro de lejos. Por suerte todas las luces bajan y queda solamente la luz sobre Andrés, por lo que nadie nota que estoy mirándolo desde un rincón.

—Hola, soy Andrés y esto va dedicado a todas las chicas lindas de esta empresa —dice sonriendo de manera coqueta. Seguro que a varias se le están cayendo las bombachas—. Y felicitaciones a mi papá por los treinta años de Lezcano Company. Empecemos...

Justo cuando comienza a cantar, Vanina aparece y se sienta junto a la silla vacía de Emanuel para ver el show junto a él. Noto que ella me busca con la mirada, pero no me encuentra porque estoy escondida. Entonces agarra a su acompañante del brazo, le dice algo en el oído y luego le da un beso en la mejilla. Él le sonríe con tristeza y asiente.

Lo único que aun me mantiene esperanzada, es que cuando la mira no le brillan los ojos como cuando me observa a mí. Espero que eso sea una buena señal.

Un flechazo (des)organizadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora