—Pobre, no se viste tan mal —digo entre risas.

—¿Cómo que no? ¿Vos viste cómo estaba vestido en su cumpleaños? ¡Parecía un vagabundo! Y la mayoría de las veces que se viste bien es porque roba mi ropa. Hasta mi perfume se pone.

—Con razón el otro día olía como vos —comento sonriendo. Él niega con la cabeza y suspira.

—Si tuvieras hermanas también deberías compartir tu ropa, te salvaste.

—No del todo. Vale no es mi hermana, pero aun así nos prestamos cosas e incluso no nos la devolvemos. Me debe un vestido hace como tres meses, y encima es de mis vestidos favoritos. Creo que nunca más lo voy a volver a ver. Igual, sé que me va a regalar uno igual para mi cumpleaños.

—¿Cuándo es tu cumpleaños? —interroga.

—Diez de junio. ¿Y el tuyo?

—Uh, no falta mucho, un poco más de un mes —expresa sorprendido. Hago un sonido afirmativo, aunque incluso a mí me sorprende que esté tan cerca de cumplir veintiséis y aun me siento adolescente—. Yo cumplo el veintiuno de diciembre.

—Casi navidad —comento, a lo que él ríe y asiente—. Supongo que recibías regalo doble.

—Mmm... ropa en cumpleaños, juguetes en navidad. Así que tuve una buena infancia. En navidad siempre estreno ropa, aunque ya no me regalan más juguetes. —Hace una mueca de tristeza fingida y luego carcajea—. El año pasado mi papá me regaló un montón de ropa, ropa vieja de él. Terminé donándolo porque no me gustó nada, estaba desgastada, rota, con olor a humedad... obviamente lo lavé y descarté cosas inservibles antes de donarlo, pero con eso me di cuenta de que ya estoy grande y no voy a volver a recibir los regalos de antes.

Lo miro con ternura. Me encanta cuando se abre y deja salir sus pensamientos, por más tontos o sensibles que sean.

—Es una estupidez lo que estoy diciendo, ¿no? —interroga riendo con incomodidad.

—En lo absoluto, estoy de acuerdo con vos. En mis últimos cumpleaños me regalaron ropa interior y plata, así que también me hace sentir vieja, pobre y bastante solterona, porque mi mamá suele regalarme cosas de encaje que nunca voy a usar porque... bueno, no tengo porqué —replico, aunque me arrepiento de lo último cuando me mira con un brillo picarón en sus ojos.

—¿Segura de eso? Bueno, a mí no me molestaría en lo absoluto verte con encaje puesto.

Sonrío y siento que me sonrojo. Este hombre está loco, siempre se insinúa así y me hace poner nerviosa, aunque admito que me encanta. Unos diez minutos después, estaciona en una especie de garaje privado y bajamos del auto. Salimos a la calle, al principio está todo completamente oscuro, escucho ruidos que me dan miedo y tengo que tomar la mano de él para guiarme.

—Tranquila —me dice apretándome suavemente.

De a poco, lo único que nos ilumina es la luz de la luna. No veo muy bien, pero sigo confiando en que él sabe a dónde vamos.

—Cerrá tus ojos un instante —me pide. Le hago caso y vuelvo a caer en la oscuridad, aunque no cambia mucho con el paisaje que estaba viendo. Continuamos caminando por unos minutos, yo con torpeza y miedo, pero siento sus pasos seguros—. Listo, podés abrirlos.

Sigue todo oscuro, pero con la única diferencia de que hay pequeñas luces que vuelan, se encienden y apagan a nuestro alrededor. Me quedo obnubilada ante este show de luces.

—No puedo creer la cantidad de luciérnagas que hay —opino casi en un murmullo para no asustar a los bichitos—. Parecen estrellas doradas que caen del cielo. —Estiro una mano y varios insectos se posan en ella, haciendo que mis dedos brillen por segundos—. Y qué confianza que tienen.

Un flechazo (des)organizadoWhere stories live. Discover now