Ahora tocan las sentadillas. Saco cola y comienzo a bajar y subir con el peso sobre mis hombros. No es mi intención verme sensual, pero simplemente me está saliendo así. O quizás la mirada que está poniendo Emanuel mientras lo hago me está haciendo sentir así. Es una expresión de hambre, lujuria, sensualidad y algo más que no logro descifrar.

Él también hace el ejercicio bastante bien, pero los otros se le daban mejor.

—No suelo entrenar con esta máquina —manifiesta secando su frente con el dorso de la mano—. No me gusta, siento que es para mujeres nada más.

—Pero si los hombres también tienen glúteos —respondo haciendo una mueca pensativa. Él se ríe sentándose en un banco para descansar. Me pongo a su lado.

—Sí, pero no nos interesa entrenarlo tanto como las chicas. Los hombres preferimos hacer brazos —replica, señalando sus fuertes bíceps. Me contengo para no tocarlos y es bastante difícil—. ¿Hace cuánto venís al gimnasio?

—La primera vez que nos vimos fue mi primer día, cuando me seguiste por tres cuadras —comento. Me mira con asombro—. Iba a otro gimnasio antes, un poco más lejos, pero más equipado. Lo dejé porque la cuota aumentó mucho, este es más barato.

—Lo entiendo —expresa suspirando—. Bueno, creo que ya terminamos, ¿no?

—¡Ojalá que sí porque no doy más! —exclamo.

Justo el entrenador viene y nos mira con los brazos cruzados.

—¿Ya se cansaron? —cuestiona. Asentimos rápidamente, a lo que él suspira—. Está bien, pero antes de irse, necesito que me hagan un favor. En el piso de arriba hay una habitación que es solo para los entrenadores, pero yo no puedo ir ahora porque estoy vigilando a una chica que es nueva y me da miedo que le pase algo. Necesito que me traigan una colchoneta, mancuernas de tres kilos y una pelota negra, por favor. Después se pueden ir.

—Bien, no hay problema —replica Emanuel—. Primero voy al baño.

—Sí, yo también —manifiesto antes de ponerme de pie y dirigirme al tocador de mujeres.

Me doy un baño rápido y me visto aún más rápido. Me perfumo, me peino y salgo. Él ya me está esperando afuera, pero también está bañado y perfumado. Su aroma me encanta. Nos dirigimos a las escaleras hasta el primer piso y abre la puerta de "Solo personal" con la llave que nos dio el entrenador. Es un paraíso de colchonetas y pesas, con pelotas de todos los colores y tamaños.

—Agarrá la colchoneta —me manda Emanuel—, yo llevo las pesas y la pelota, son pesadas.

—¿Me estás diciendo debilucha? —cuestiono con tono divertido, agarrando lo que me pidió. Tiro para sacarlo de la pila, pero está estancado—. No sale.

Él viene a ayudarme y también tira, pero sigue difícil de sacar. Suspira y revisa lo que pasa, avisándome que hay un seguro que la mantiene atada. Cuando logra desatarlo, vuelvo a poner todas mis fuerzas para sacarlo y termino cayéndome al piso porque está mucho más liviano de lo que creí. Suelto una carcajada y él se ríe conmigo.

—Ay, Merlina —dice entre risas—. ¿Estás bien? ¿Te golpeaste fuerte?

—Sí, mi dignidad se golpeó —contesto sonriendo, a lo que Emanuel vuelve a reír.

Estira la mano para ayudarme a poner de pie y de un tirón me pega a su cuerpo. Mi corazón late a pura velocidad y mi respiración se vuelve entrecortada en cuanto sus manos se dirigen inquietas a mi cintura. No puedo evitar acariciar su pelo y quedarme ahí por un instante, estoy volviéndome adicta a esto, a su roce, a su mirada, a su cuerpo. Trago saliva, tengo que alejarme, pero no puedo. No dice palabra, simplemente acerca su rostro al mío y me besa con suavidad, haciendo que mi mente se disperse y deje de sentir todos mis sentidos, excepto el tacto. Incrementa la profundidad del beso hasta tornarse en uno desesperado, apasionado, salvaje. Me toma por los muslos y me sube a él para posicionarme sobre una mesa. Siento su excitación a través de la ropa, la que me muero por sacarle. El calor que siento es insoportable, y se vuelve peor cuando sus labios comienzan a dirigirse a mi cuello, besando y mordisqueando cada rincón. Con impaciencia, lleva sus manos a mi espalda y me desabrocha el sostén en un movimiento. Luego acaricia y aprieta mis pechos con suavidad, logrando sacarme un suspiro de placer.

Un flechazo (des)organizadoWhere stories live. Discover now