—Yo saqué esa conclusión porque pensé que mi hermano no podría ser así y porque está como loco —contesta con tono conciliador.

—¿Está como loco? —inquiero. Hace un sonido afirmativo—. ¿En qué sentido?

—¡En que quiere hablar con vos para arreglar las cosas! —exclama—. Mirá, yo a veces no lo entiendo a Ema, pero creeme cuando te digo que de verdad le interesa cómo te estás sintiendo. Creo que él piensa que te lastimó y que merecés unas disculpas.

—Pero está todo bien, Andy, somos adultos. No hace faltan las disculpas, es ridículo. Decile que se quede tranquilo, no hay problema. Yo lo perdono, pero no quiero verlo hasta la fiesta de tu padre...

—¿Por qué? —me interrumpe. Resoplo y miro hacia abajo.

—No puedo verlo, porque él me gusta —confieso. Esboza una pequeña sonrisa y se relame los labios, como si disfrutara lo que dije—. No le digas nada.

—No, tranquila —responde acariciando mi espalda—, ¿pero por qué no querés verlo? Quizás a él también le gustes.

Suelto una carcajada irónica y aprieto con fuerza el peluche de mi llavero.

—Porque es obvio que sólo quería desquitarse conmigo, no quiero seguir pensando en que le intereso porque no es así, sino me habría mandado un mensaje mínimamente.

Sus expresiones demuestran derrota. Claramente quiere que esté con su hermano, pero no voy a caer en su juego. Si Emanuel no cayó, yo menos.

—Bueno, Mer, pensalo. Si le das la oportunidad para hablar quizás te sorprendas —dice, dejándome pensando.

Al fin llegamos a la capital y, por suerte, puedo retirar absolutamente todo. Lo malo es que es tanto y es tan pesado que no se puede volver en colectivo. Intento pedir un uber, pero la tarifa está tan alta que no pensamos ni por un segundo en tomarlo. Caminamos por una peatonal y nos sentamos en un banco cuando ya no damos más. Vuelvo a consultar la tarifa del auto, pero sigue con demanda. Hago una mueca de irritación y él suspira mirando su teléfono.

—Ema dice que nos pasa a buscar —anuncia. Abro los ojos de par en par con enojo—. Perdón, Mer, pero de verdad prefiero irme con él que pagarle un montón de plata a un desconocido.

—¡Qué mal amigo sos! Te dije que no quiero verlo —digo con tono elevado. Me observa con diversión—. ¿Qué te da risa?

—Nada, es divertido verte enojada, das ternura. Mirá el lado bueno, dijo que iba a pagar la comida del McDonald's al cual vamos a ir. —Esboza una sonrisa triunfante y ruedo los ojos, pero no puedo evitar sonreír de igual manera frente a su lado positivo.

—Solo porque tengo muchas ganas de comer una hamburguesa —replico haciendo puchero con los labios. Él se ríe con ganas y me abraza por los hombros.

—Perdón, preciosa, pero tengo razón. En media hora viene, imagínate que el uber no baje de precio, y que encima no nos pague la comida... No es negocio —continúa—. En cambio, a Ema no le pagamos, él nos paga a nosotros. —Me guiña un ojo y suelto una carcajada.

—Lo usás mucho.

—Para algo es mi hermano menor. —Se encoge de hombros—. ¿Vos también tenés hermano, no?

—Sí, Pepe. Es profesor en una escuela, es mayor que yo y muy buen hermano... aunque sí, a veces también me usa de esclava como vos a Emanuel. —Nos reímos y suspiro—. Lo bueno de tener un hermano es que sabés que siempre podés contar con él. —Hace una mueca de duda.

—No sé si siempre. Hubo en la época en la que me llevaba mal con Ema, de hecho, antes de volver no nos llevábamos nada bien. Según él, yo soy pesado, odioso, insoportable, creído y todo lo que puedas imaginar. Y, para mí, él es exactamente eso. —Saca un cigarrillo y se mete la punta a la boca, luego lo enciende y empieza a fumar—. Somos así, a veces nos odiamos, a veces nos queremos. En este momento nos queremos, por eso nos invita al Mc. —Se ríe.

Un flechazo (des)organizadoOpowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz