Capítulo 36

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Alice respiró hondo, mirándose a sí misma al espejo.

Llevaba la ropa negra y gris reglamentaria con sus respectivas botas oscuras y pesadas. Su piel parecía todavía más pálida que de costumbre. Y ella, en general, parecía mucho más delgada y menuda. Se relamió los labios y suspiró. Después, se ató el pelo lentamente, como había hecho en su momento en su zona a una de sus compañeras androides, especialmente a 42, y volvió a dejar caer los brazos a ambos lados de su cuerpo.

Miró el reloj y vio que solo faltaban unos minutos para que fueran las seis. Tenía un nudo de nervios en el estómago. Volvió a echarse una ojeada a sí misma y, después, se dio la vuelta y salió de su habitación sin mirar atrás.

Rhett estaba en el pasillo, apoyado en la pared de brazos cruzados. Se miraron un momento el uno al otro sin que ninguno de los dos supiera qué decir.

—No necesitas venir si no quieres hacerlo —le dijo él finalmente.

—Es mi hermano.

—Alice, no tienes por qué venir —insistió—. Sabes que nosotros lo traeremos de vuelta.

Ella le dedicó una mirada de advertencia.

—Voy a ir.

Le dio la sensación de que Rhett parecía algo frustrado al ver que insistía, pero se esforzó en ocultarlo para no molestarla. Se separó de la pared y se acercó a ella, colocándole una mano entre los omóplatos y emprendiendo el camino hacia las escaleras.

Alice tenía la sensación de que ese día era más frío de lo habitual y se subió la cremallera de la chaqueta gris oscura. Vio que la caravana de Charles estaba un poco apartada de las demás. Max y él hablaban entre ellos junto con varias figuras más. Alice levantó un poco las cejas cuando las reconoció. Tina, Trisha, Kilian y Kai.

—Buenos días, parejita —el único que no parecía tenso era Charles, que les sonrió ampliamente—. ¿Por qué habéis tardado tanto? ¿Qué hacíais sin mí?

—Dormir —le dijo Rhett secamente.

—Qué aburrido eres, Romeo.

—¿Podemos centrarnos? —Max frunció el ceño, como de costumbre, y miró a Tina de nuevo—. Dejo la ciudad bajo tu mando hasta que vuelva.

Ella asintió con la cabeza. Alice vio que apretaba los labios. Parecía estar a punto de llorar.

—Vais a tener que ser solo dos guardianes por unos días —murmuró Max, mirándola a ella y luego echando una ojeada a Kai, que parecía aterrado—. Vais a tener que trabajar mucho para que esto no esté en ruinas cuando volvamos.

—Se las arreglarán —Charles sonrió ampliamente y se adelantó—. Aunque, ahora que lo pienso, yo también tengo que dejar mi precioso legado de líder a alguien.

Alice vio que su sonrisa iba directamente a Trisha, que no se dio cuenta hasta que pasaron unos segundos. Dio un respingo, confusa.

—¿Yo?

—Eres la candidata perfecta, rubita.

—¿Q-qué...? Si yo no...

Alice nunca había visto a Trisha titubear. Por un momento, estuvo a punto de sonreír.

—Eres la candidata perfecta —repitió Charles, mirándola—. Tienes autoridad, mala leche y sabes dar órdenes. ¿Qué más podría exigir a mi sustituta temporal?

—P-pero...

—Además, el otro día te quejabas de que no podías disparar ni luchar, ¿no? —Charles se encogió de hombros—. No necesitas nada de eso para liderar las caravanas. Y, como habrás comprobado, la falta de un brazo tampoco es que marque un gran cambio.

Ciudades de Humo (¡YA EN LIBRERÍAS!)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora