XXXIII "Impacto de Bala"

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         Ahí continuaba yo, con las rodillas entumeciéndome contra el suelo duro de la fábrica de vidrio; mis manos seguían ceñidas como puños a cada lado de mi cuerpo para resistir el impulso de hacer algo violento, mientras que los surcos de mis lágrimas se sentían aún frescos en mis mejillas, así como la fría punta del revólver de Marilyn Manson en mi frente.
 
         Le había rogado por la vida de Frank y él no había dado muestras de que le dejaría vivir, pero a pesar de que inclusive se había divertido mucho al ver lo desolado que yo me había presentado al hacerle mi pedido, por algún motivo aún no me había disparado. Todo continuaba inmóvil y silencioso como una fotografía.
 
Me pregunté si se habría conmovido después de todo, o si tal vez me tuviera tanta lástima que se había decidido a dejarme con vida. Pero ya que eso se me hacía absolutamente improbable, abrí los ojos despacio, casi con temor.
 
Hallé a Manson exactamente cómo lo había visto antes de haber cerrado mis ojos. La diferencia radicaba en que no me dirigía una petulante sonrisa que se acentuaba al tenerme tan indefenso ante él, más bien era como si al verme se hubiera acordado de algo y ahora permanecía pensativo.
 
         -¿Sabes porqué le dije a Frank que te matara en primer lugar, Gerard?
 
         Me quedé perplejo. El sujeto estaba a punto de darme el tiro de gracia… ¿y se detenía a charlar conmigo así de repente? Jamás habría previsto que Manson fuera a decirme algo como aquello por voluntad propia. Obviamente, ni siquiera contesté.
 
         -Porque gracias a ti descubrieron y atraparon a Steven Parten –confesó con calma y sin esperar mi respuesta-. ¿Te suena? Un muy hábil asesino. Uno de los mejores que he tenido –yo me sorprendí al recordar el caso de Parten, quien tiempo después de haber escapado de prisión parecía ser que había sido asesinado por el mismo Gabe Saporta-. En la cárcel lo obligaron a hablar, y por lo que sé estuvo a punto de revelar mi paradero. Por eso le pedí a Cobra que lo buscara y se deshiciera de él apenas supimos que escapó.
 
         Nuevamente no abrí la boca. Jamás hubiera pensado que el hacer mi trabajo le hubiera podido traer problemas a Manson, quien en vez de perpetrar crímenes dejaba que otros lo hicieran por él. Continué observando la manera en que me mostraba su más falsa expresión de disculpa.
 
         -Y todo ése lío no hubiera ocurrido si te hubieras mantenido lejos –se encogió de hombros, confirmando el hilo de mis ideas-. Decidí encomendar tu muerte a Frank para obligarlo a traicionarme, y cuando me deshiciera de él iría por ti de nuevo –torció la boca ligeramente-. ¿Quién hubiera pensado que mis dos blancos predilectos acabarían en la misma ubicación?
 
          Había que admitir que el destino había jugado de manera muy curiosa con nosotros. Lamentablemente, había dejado una gran ventaja para Manson. A pesar de todo, yo no dejaba de preguntarme algo.
 
         -No es que tu charla no sea increíblemente oportuna –dije lentamente-. Pero, ¿por qué me estás diciendo esto justo ahora?
 
         -Pensé que te agradaría saberlo antes de morir –su pulgar jaló al máximo el percutor del arma, preparado para soltarlo-. Pero ya veo que tienes prisa, así que no te entretendré más.
 
         De acuerdo, debí haber cerrado la boca. Ciertamente no pensé que fuera a darme el lujo de dejarme morir sabiendo que Frank nunca había tenido la verdadera intención de matarme. Pero por haber hablado, ahora la explicación quedaría interrumpida y finalmente iba a morir.
 
Contuve la respiración, pero volví a dejarla ir cuando repentinamente Manson se quedó tieso, como si una alarma interior se acabara de activar en él. Luego me di cuenta de que no se trataba de nada interno. A lo lejos, se escuchaban sirenas de policía que al parecer se estaban acercando.
 
         Mi corazón saltó de exaltación, sin poder evitar aquella luz brillante e ilusionada por aquellas nuevas probabilidades que sentí iluminarme por dentro. Por su parte, en el rostro de Manson se mostraba contradicción y algo de furia. Aparentemente no contaba con que la policía diera con la fábrica tan pronto, pero eso era porque no sabía del chip y el GPS que Brendon me había mencionado.
 
Sin darse cuenta y a causa del inesperado peligro en el que se encontraba, el asesino había regresado el percutor a su lugar lentamente, ocasionando que el revólver no se disparara.
 
         -¡The Kid! –bramó con voz ensordecedora que me hizo sobresaltarme-. ¡Cool, Dirnt…!
 
         Guardó silencio y esperó; pero a pesar de su llamado ninguno de sus hombres acudió. Las sirenas seguían acercándose. Manson maldijo en voz baja y sujetó con fuerza su arma, mirando las puertas principales con ansiedad, como si esperara a que se abrieran de un momento a otro y que sus hombres entraran.
 
         Yo comenzaba a sentir emoción dentro de mi pecho, ¿sería que de alguna manera Brendon y Gabe se habrían encargado de esos sujetos? En ése caso, a Manson sólo le quedaba huir. Y al parecer, él pensó lo mismo.
 
         Se había puesto lívido de ira, y cuando me miró de nuevo me di cuenta que era por mi culpa. Sabía que yo había llevado a la policía, y que si sus asesinos no acudían a ayudarlo era porque mis compañeros habían cumplido muy bien su parte. Eso me dejaba como el único presente en el cual podía descargar su creciente rabia, y al notarlo mi emoción decayó como si me hubiera arrojado un cubetazo de agua helada.
 
-Oh, estás tan acabado, Way –rugió apuntándome a la cara con el revólver, haciéndome palidecer-. Te mataré a ti ahora, y apenas pueda iré a deshacerme del traidor de Saporta y el detective Urie.
 
         Podía ver el arma justo frente a mis ojos, sintiendo como si mi corazón se hubiera tratado de escapar de mi pecho, atascándose en su camino por mi garganta donde yacía latiendo con rapidez. Contuve mi respiración y apreté los ojos una vez más, intuyendo por el tono de voz de Manson que ésa sería la definitiva.
 
         Y entonces… se escuchó un disparo.
 
         Uno… dos… tres segundos…
 
Lo primero que pensé fue que estaba muerto, pero luego me di cuenta de que aún sentía el suelo contra mis rodillas y el propio tacto de mis manos hechas puños. Luego me dije a mí mismo que quizás una bala tan cerca y tan deprisa no se sentía al entrar a tu cuerpo. Luego razoné que teniendo en cuenta hacia dónde había estado apuntando Manson, si me hubiera disparado hubiera muerto instantáneamente y habría pedazos de mi cráneo por todo el lugar.
 
Eso quería decir que por algún motivo, ése disparo no me había dado. Varias milésimas de segundo más tarde, y hallándome por completo desorientado, mis párpados se elevaron rápidamente para tratar de esclarecer mis pensamientos con los hechos.
 
Frente a mí estaba Manson, sujetándose el hombro con fuerza y mirando la forma en que su mano comenzaba a mancharse con la sangre que emanaba de la herida que cubría. No entendía cómo había acabado en aquella situación, ya que el que se suponía que debía estar sangrando era yo, pero sentí un gran alivio al reparar en le hecho de que su hombro herido era el del lado del revólver, por lo que su brazo yacía lánguido a un lado de su cuerpo a pesar de que no había soltado el arma.
 
Logrando identificar el punto exacto que al parecer tenía herido, me alegré al darme cuenta de que su brazo le resultaba inutilizable, y continuaría así a menos que se sometiera a atención médica. Así que sabiendo que ahora Manson ya solo resultaba letal si lograba ponerme sus manos encima, me levanté tan rápido como pude,  trastabillando un poco mientras me alejaba varios pasos y procurando no darle la espalda por ningún motivo.
 
Al parecer, yo no era el único que no entendía qué era lo que había pasado, ya que el mismo Manson lucía completamente anonado. Tras contemplar la herida de su hombro de la misma manera desorientada en que yo lo hacía, ambos asimilamos que el disparo que se había escuchado era la causa de su herida; y siendo conscientes de que sólo había alguien más en ése lugar, dirigimos lentamente nuestras miradas al mismo tiempo hacia un punto en especial a espaldas de Manson.
 
Mi corazón se saltó un latido.
 
Aún no entendía ni cómo, pero Frank había recuperado la consciencia, y se había girado en el suelo hacia nosotros en algún momento. Se hallaba erguido lo más que podía con ayuda de su brazo, logrando apenas levantarse un poco, y alzando su mano lo suficiente como para sostener con firmeza una pistola que aún apuntaba a Manson.
 
Frank acababa de salvarme la vida. Sin embargo, se hallaba demasiado débil, y continuaba perdiendo sangre. El brazo que lo ayudaba a resistir su peso parecía inestable, y se hallaba resbalando lentamente por el suelo con líquido vital sobre el que se hallaba. Su boca estaba entreabierta y respiraba profundamente, con sus ojos luchando por mantenerse abiertos y fijos en Manson.
 
Sin que yo lograra comprenderlo del todo, estaba presenciando la escena más asombrosa que fuera a observar en toda mi vida. Nunca había visto tanta determinación y fuerza de voluntad en nadie ni nada, y en ése momento, Frank demostraba ambas cosas en su intensa mirada, a pesar de que había hecho un esfuerzo descomunal solo para lograr sostenerse en ésa posición semi-inclinada. Y mientras que yo no podía disparar adecuadamente aún en mi perfecto estado físico, Frank, a mitad de un desmayo y experimentando muchísimo dolor había dado en el blanco con una sola mano.
 
Manson se hallaba aún más estupefacto que yo, ya que sin duda ya daba por muerto a Frank. Acepto que yo nunca había perdido la esperanza, pero nunca hubiera predicho que aquello pasaría. Y como si eso no fuera lo suficientemente sorprendente, Frank abrió su boca y logró articular palabras a pesar de que lucía como si inclusive respirar le lastimara.
 
-No le pongas… un dedo encima, Manson… –jadeó su débil voz.
 
Aquél fue el incentivo perfecto para que mi cerebro volviera a funcionar como se supone que todos los cerebros hacen. Al instante, ignoré por completo que había estado a punto de morir unos segundos atrás, y corrí con toda la capacidad de mis piernas hacia él, pasando a un lado de Manson sin siquiera mirarlo.
 
Al llegar a lado de Frank, mis piernas temblaban tanto que no tuve reparos al dejarme caer de rodillas, apenas siendo consciente del espeso chapoteo que ocasioné al golpear la sangre que rodeaba su cuerpo. Lo ayudé a sostenerse casi por inercia, y me esforcé al máximo para controlar el impulso de abrazarlo con fuerza, ya que lucía tan frágil que me daba miedo hacerle daño.
 
Sus ojos se dirigieron hacia mí, y me conmocioné al verlo tan débil y con parte de su rostro lleno de la sangre que resbalaba desde las raíces de su cabello, a partir de algún lugar de su cabeza. También tenía algunas diminutas cortadas a causa de los vidrios de la ventana de la oficina, pero no dudaba que tuviera heridas peores, o varios huesos rotos, por lo que no me arriesgué a tocarlo demasiado. Me conformé con sujetar el brazo que se recargaba en el suelo, y el del arma también.
 
La pistola se le cayó de la mano y logró aferrarse a mi hombro. Cerró los ojos y lentamente dejó reposar su frente contra mi pecho, manchando parte de mis ropas con la sangre en su cara, sin que a mí me interesara en lo más mínimo. Le escuché exhalar un exhausto y tembloroso suspiro.
 
-Gerard… -ya mis ojos estaban llenos de lágrimas cuando escuché su nombre provenir de sus labios.
 
-No hables, Frankie. La policía ya casi está aquí. Estarás… -me callé e instintivamente giré mi cabeza hacia atrás. Manson ya no estaba dentro de la fábrica; había preferido escapar ahora que podía-…bien. Estarás bien.
 
Las sirenas de policía cobraron aún más volumen que antes y repentinamente se callaron. Pero a pesar del silencio, las luces rojas y azules se colaron por las ventanas de la fábrica y ya inundaban el lugar en su intermitente cambio, dándome un sentimiento de paz al saber que la ayuda ya estaba ahí.
 
Sentí la mano de Frank resbalando de mi hombro y apretando mi antebrazo cuando pasó por ahí, para evitar acabar en el suelo. Me volví hacia él con aprensión, sabiendo que estaba tratando de decirme algo.
 
-Gerard… yo no iba a matarte… -musitó con su garganta agarrotada y sin apartarse de mí-. De verdad… No te conocía… pero no iba a hacerlo… te lo juro… Nunca lastimaría a nadie… que no lo ameritara…
 
-Shhh… -le apacigüé intentando hacer lo mismo conmigo, a pesar de que ya varias lágrimas resbalaban por mis mejillas-. No me expliques nada, no importa ahora.
 
Era él. Mis emociones se desbordaban por mis ojos a causa de la felicidad y el alivio por comprobar que el Frank del pasado era el mismo que yo había conocido. Había recuperado sus recuerdos, pero no había cambiado su forma de ser. Era él. Mi Frankie, mi amor, mi todo. No había cambiado en lo absoluto.
 
-Qué bueno… que tú estás bien.
 
Apenas y le escuché, pero a pesar de que me hubiera encantado contestarle, no quise forzarlo a hablar más. Así que fruncí los labios y callé, usando todas mis fuerzas para contener el llanto que ya no sabía si era por miedo o felicidad.
 
“Lo único que entiendo es que estás vivo.
 
Lo prometí, Frank. No voy a dejarte ir nunca más.”
 
Dos minutos más tarde, las puertas principales de la fábrica fueron abiertas por la fuerza, y miembros del cuerpo de policía hicieron presencia.
 
-¡Tenemos heridos, traigan camillas!
 
-Estamos a salvo, Frankie… -le dije en voz baja. Pero noté que él se había desmayado. Forcé una sonrisa tenue-. Nadie va a lastimarte de nuevo, mi amor...
 
Los siguientes minutos fueron de total movimiento y estrés, por lo que me costó mucho el permanecer al pendiente de lo que me rodeaba. Tres paramédicos llegaron con una camilla y me hicieron apartarme para que dos pudieran atender a Frank. El paramédico restante me preguntó por mi estado, y yo le pedí que no se preocuparan por mí porque no estaba herido.
 
Varios policías estaban examinando la fábrica y no tardaron en descubrir algo tras la puerta del primer piso que al parecer era una bodega. Yo ignoraba aquello, aquello y al policía que me hacía preguntas sobre lo ocurrido. La cabeza me daba vueltas y seguía aturdido por todo lo que había pasado; igualmente, no quitaba un ojo de Frank, a quien los paramédicos vendaban la cabeza para detener la hemorragia.
 
Tuve que salir de mi ensoñación al notar que subían a Frank en la camilla y desplegaban los soportes de esta para llevarla empujando gracias a las ruedas que traía consigo. Dejé al oficial que se suponía me interrogaba hablando solo, para dirigirme hacia el médico que supervisaba a los otros.
 
-¿A dónde lo llevan?
 
-Lo subiremos a la ambulancia, necesita ir a Urgencias ahora mismo.
 
“¿Qué más esperabas, Gerard imbécil?”
 
Aunque mi consciencia no era justa conmigo. No podía esperar que pensara coherentemente en aquella situación.
 
-Quiero acompañarlos –le dije al hombre.
 
-Sí, claro. Solo…
 
-Ni hablar, señor –intervino el oficial de policía, que lucía molesto porque lo hubiese olvidado después de no haberle prestado la más mínima atención-. Usted tiene que acompañarme a testificar.
 
Me sentí indignado sin remedio alguno. ¿Testificar? Acababa de vivir el momento más traumático de mi vida y por poco no lo había contado; ahora estaba agotado y con los nervios destrozados, deseando más que nada asegurarme de que la persona que más amaba estuviera bien… ¿¿Y ése idiota de uniforme quería hacer que contara todo lo ocurrido de nuevo en un lugar que, me apostaba mi empleo, no era ni siquiera cercano al hospital más cercano??
 
¡Pues bien; la justicia no era solo ciega, también era estúpida!
 
Incapaz de impedir mi visible irritación, abrí la boca dispuesto a hacerle saber todo lo que pensaba al sujeto. Pero justamente cuando un brillante insulto estaba por salir de mis labios, alguien me hizo callar cuando me sujetó gentilmente del hombro. Me sentí aliviado y al mismo tiempo desbordante de alegría. La persona que acababa de posarse a mi lado, era Ray.
 
Acabé abrazándome con fuerza a mi amigo, quien me apretó contra él de la misma forma, transmitiéndome una gran calma que me hizo sentir mucho mejor. Palmeó mi espalda amistosamente y se separó de mí para mirarme.
 
-Creí que no iban a llegar –dije con un hilo de voz.
 
-Por poco no lo hacemos, ¿eh? –Admitió con culpabilidad-. Discúlpame, organizar a todos estos soquetes es aún más difícil de lo que las películas policiales te hacen pensar.
 
La risa que brotó de mi boca sonó extraña. No era diferente a mi risa habitual en realidad, pero posiblemente me resultó desconcertante porque lo que menos creí que pasaría aquella noche era que alguien me hiciera reír. Otra ventaja de que tu amigo y salvador sea Ray Toro. Y eso, aún no era todo.
 
-El señor Way testificará –le dijo con calma al oficial-. Pero en otro momento. Quizás mañana, o en una semana. En realidad, hasta que a él le plazca. Brendon Urie tendrá la amabilidad de escoltarlo cuando el testigo se sienta listo. ¿Está bien así? –preguntó dirigiéndose hacia mí.
 
-No sé cómo voy a pagarte esto, Ray… -musité con una sonrisa.
 
-Tranquilo, ya te diré cómo después –me dio un par de palmadas más en la espalda y yo sonreí-. Ahora sube al carruaje y ve al castillo con tu príncipe azul. Espero no te moleste la falta de intimidad, Brendon y Gabe Saporta deberán ir también.
 
El molesto oficial de policía se alejó hacia los compañeros que revisaban la bodega y los paramédicos salieron de la fábrica presurosos, notando que yo iba a tardar un poco más en alcanzarlos. Yo ahora acababa de dejar de sonreír ante el recuerdo de mis dos compañeros de misión.
 
-¿Están bien? –inquirí preocupado.
 
-Brendon fue herido con una navaja en el brazo –me informó Ray-. Saporta al parecer recibió una bala en su pierna izquierda. Pero ninguno está grave.
 
-Gracias a dios –suspiré. Recordé que el que sí estaba grave era Frank, por lo que me apresuré a dar por terminado aquello-. Muchísimas gracias Ray. Perdón, pero debo… tengo que…
 
-Lo sé, apresúrate.
 
Me dedicó una cálida sonrisa a modo de apoyo, y lo único que pude hacer fue contestarle con una similar, antes de apresurarme a salir corriendo detrás de los paramédicos.
 
Salí de la fábrica lo más pronto que pude, hallando que el terreno no sólo estaba iluminado por las luces de la media docena de patrullas de policías que había afuera de los terrenos, si no que dos grandes reflectores, colocados sobre los capos de dos de los vehículos, alumbraban hacia una de las paredes de la fábrica, donde cinco policías mantenían a varios de los asesinos de Manson con las manos contra la superficie metálica, así como Brendon había sometido a Gabe en mi apartamento.
 
Eran unos diez, pero no me molesté en reconocerlos y me ocupé en dirigirme hacia la ambulancia, que estaba estacionada a un lado de las patrullas. Llegué a la parte trasera, donde las puertas yacían abiertas. Adentro, la camilla desplegable en la que habían transportado a Frank había sido sustituida por una de metal con ruedas.
 
-Señor, ¿viene entonces? –preguntó uno de los paramédicos que estaban ya arriba. Parecía apurado. Yo asentí con la cabeza-. Suba a la patrulla que está aquí enfrente. Nos escoltará al hospital y lleva a otros dos heridos.
 
Yo quería irme con Frank pero no quería causarles más molestias a los paramédicos al ocupar espacio en la ambulancia, así que asentí y me dirigí hacia la patrulla que me habían señalado, mientras las puertas de la ambulancia se cerraban rápidamente. Abrí la puerta trasera del auto y entré sin preguntar a nadie.
 
Por lo mismo, di un respingo al notar que a lado de mí, en el asiento, estaban Brendon y Gabe.
 
-¡Oh, Gerard, que bueno que estás bien! –exclamó Gabe. Luego miró a Brendon, a su lado, que se sostenía su brazo vendado y algo ensangrentado con expresión de consuelo-. ¡Te dije que estaría bien!
 
-¿También va al hospital? –preguntó el policía que estaba al volante.
 
-Sí.
 
No dijo más y encendió el motor. Le dio la vuelta a la patrulla en dos movimientos, y luego salió al camino, dirigiéndose hacia la autopista. Encendió la sirena de nuevo, y pronto la de la ambulancia, que iba solo un par de metros atrás, le acompañó. Cuando nuevamente los vehículos se hallaron sobre el duro pavimento, la patrulla comenzó a escoltar a la ambulancia a gran velocidad.
 
Aprovechando el ruido que hacían las sirenas, decidí que podía hablar con mis dos compañeros con más calma. Gabe pareció pensar lo mismo porque se volvió hacia mí con una expresión muy seria.
 
-¿Cómo está Frank? –me preguntó.
 
-Mal –murmuré. Brendon se quedó mirándome fijamente y Gabe frunció los labios con ansiedad-. Pero hablé con él –dije tratando de sonreír-. Aunque estaba tan mal logró dispararle a Manson desde el suelo. Me salvó la vida e inclusive me reconoció cuando llegué con él.
 
Mis palabras parecieron tranquilizar un poco a los presentes, quienes volvieron a recargar sus espaldas contra los respaldos de los asientos, relajando sus semblantes. Hasta entonces noté que la pierna de Gabe se hallaba entablillada firmemente. Él se fijó en que lo miraba.
 
-The Kid logró darme cuando me moví a un escondite más cercano a ellos –me contó con una mueca de amargura-. Cuando fue hacia donde yo estaba para rematarme, Brendon logró dispararle y cayó al suelo no muy lejos de mí.
 
Procuré no interrumpir el relato, aparentando que no me había dejado atónito el hecho de que Brendon hubiese salvado a Gabe a pesar de que antes se había mostrado desconfiado y mezquino con él. El detective tenía una sonrisa de medio lado en su rostro y miraba por la ventana mientras escuchaba.
 
-Al ver caer a Billie Joe, muchos de los novatos entraron en pánico –continuó Gabe con calma-. La mayoría huyó, otros no sabían si hacer algo o no, y menos cuando Tré Cool fue por Brendon. Tuvieron una pelea mano a mano, ¡fue impresionante!
 
-Hasta que sacó la navaja y me descuidé –agregó Brendon riendo.
 
-Gracias al cielo que las patrullas aparecieron, o si no nos hubiera matado a los dos ahí –dijo Gabe, entre agradecido y molesto-. No me esperaba que dieran tanta batalla. Lo peor es que se llevaron a The Kid y no me dejaron darle el tiro de gracia.
 
Me resultaba divertido y al mismo tiempo algo inquietante el que Gabe hubiera estado tan deseoso de acabar con Billie Joe y que no lo hubiera logrado por poco, mientras que éste lo había lastimado y encima había huido.
 
Capté la mirada inquisidora de Brendon sobre mí, y yo me limite a alzar cejas con curiosidad por lo que se estaba preguntando.
 
-¿Qué pasó con Manson?
 
Gabe regresó su atención hacia mí al instante, y a pesar de que ambas miradas tan penetrantes se fijaran de aquella manera en mí, deposité mi vista en mis rodillas y me puse a contarles mi versión de la historia. Me dio mucha vergüenza admitir lo inútil que había resultado con la pistola, y que si no hubiera sido por el mismísimo Frank quizás aquella misión de rescate hubiera fallado del todo.
 
Sin embargo, mis compañeros no me echaron nada en cara, y me dieron ánimos cuando terminé de relatarles todo, diciéndome que al menos ya había pasado y estábamos bien. De acuerdo, Manson y sus peores matones seguían vivos, pero estaban seguros de que ahora que la policía estaba alerta, podrían ubicarlos de nuevo.
 
-Eso me recuerda que le prometí a Ryan que le llamaría –dijo repentinamente Brendon, quien se apresuró a sacar su teléfono-. Discúlpenme.
 
-Pregúntale por Bill, por favor –musitó Gabe.
 
Brendon marcó el número. El primer tono apenas y había sonado cuando ya un alterado Ryan Ross contestaba. Escuché el parloteo histérico de mi amigo sin entender sus palabras. Brendon no entró en detalles, pero le dijo que estábamos bien y que iba de camino al hospital. De repente, compuso una mueca.
 
-Ry…. Ryro, cielo, no llores… -Gabe rió en voz baja y Brendon suspiró. Yo sólo sonreí-. Ya está todo bien, te veré en unos minutos, ¿bien? Sólo no llores… Dime, ¿cómo está William?
 
 
Cuando llegamos al hospital, diez minutos después, el oficial que conducía la patrulla se ofreció ayudarnos a llevar a Gabe adentro. Ahora que tenía a alguien más que se encargara de eso, no me sentí mal al abandonar el vehículo a gran velocidad y aproximarme a la ambulancia.
 
Los paramédicos habían actuado rápido, y cuando llegué ahí ya habían bajado a Frank y lo habían metido en la camilla por la entrada especializada para los casos de urgencias. Sin embargo, una enfermera me recibió a lado del vehículo.
 
-¿Viene usted con el recién ingresado? –me preguntó. Yo asentí al instante-. En ese caso venga conmigo, necesito que llene un formulario. Apenas me informen la más mínima cosa de parte de Urgencias se lo haré saber.
 
A pesar de que el temor que apresaba a mi corazón no se fue del todo con sus amables palabras, asentí con más confianza y le di las gracias, siguiéndola al interior del hospital.
 
A partir de entonces y por la siguiente hora, estuve solo. Brendon y Gabe habían sido llevados a distintas partes del hospital para ser tratados, pero yo ignoraba dónde o con quién. Permanecí gran parte de mi tiempo sentado en la sala de espera, frente a la recepción, mirando preocupado el reloj una vez que mis manos hubieran dejado de ocuparse en rellenar el formulario sobre Frank.
 
El tiempo pasaba y yo me comenzaba a poner más ansioso. ¿Qué pasaba que no me decían nada aún? Dirigí mis ojos una y otra vez hacia la enfermera de la recepción, que atendía llamadas y otras personas en la sala, pero no había muestras de que fuera a llamarme pronto.
 
Justo cuando el reloj daba las once de la noche, y ya había regresado a mi mal hábito de morderme las uñas por la desesperación, vi cómo un hombre regordete y de barba entrecana iba hacia la recepcionista, usando no la clásica bata blanca de doctor, si no aquellas desechables de color azul de quirófano, que venían con un cubre bocas y un gorro que acababa de retirarse.
 
Intercambió palabras con la mujer, quien asintió y miró alrededor buscando algo. Cuando su vista se fijó en mi, pareció encontrarlo.
 
-Señor Way, venga por favor.
 
Me levanté tan deprisa que de no ser porque las sillas estaban pegadas a la pared, seguramente hubiera tirado en la que me encontraba. Me aproximé al escritorio para hablar con el doctor, que al parecer buscaba hablar conmigo. La recepcionista volvió a sus cosas, y yo me concentré en aquella mirada surcada de arrugas tan llena de gravedad. Mi estómago se sintió encogerse dolorosamente.
 
-¿Señor Gerard Way?, soy el Doctor Asher –se presentó estrechando mi mano sin muchos miramientos-. ¿Usted venía con el señor…?
 
-Frank Iero –dije asintiendo. Ya no soportaba la manera retumbante en que latía mi adolorido corazón-. ¿Él estará bien?
 
Aquella mirada nuevamente mostró gravedad, acentuándola cuando frunció sus pobladas cejas blancas.
 
-No lo sabemos… Me temo que surgió una complicación.

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