Capítulo X "El Cadilac"

926 104 10
                                    

Cuando me desperté al día siguiente, fue extraño y a la vez tranquilizador hallar que Frank dormía a mi lado en la repisa de la ventana y continuaba abrazando mi cuerpo mientras el suyo aún descansaba tan cerca.
 
¡Cómo deseaba tener esa visión todos los días después de abrir los ojos!
 
Aún era temprano, el cielo que veía a través del cristal de la ventana tenía un color grisáceo que se iba volviendo azul. El sol parecía anunciar que haría aparición pronto.
 
La cobija se había caído al suelo por lo que no me extrañó que Frank pareciera más pegado a mi cuerpo.
 
Me sonrojé un poco sin proponérmelo, procurando no sonreír demasiado.
 
-Valla, creí que esperarías a que tu príncipe te besara para abrir los ojos.
 
Me sobresalté al reconocer la voz de Ray y maldije mentalmente. Cerré los ojos unos segundos, respiré hondo y logré quitarme a Frank de encima sin despertarlo. Giré la cabeza hacia donde había escuchado la voz.
 
Ray leía tranquilamente el periódico del día anterior con un café en sus manos. No parecía sorprendido, y algo me decía que llevaba un buen rato ahí.
 
-Ra-Ray... –mi cara se puso por completo roja.
 
Con lo que él había visto para ese momento ya no tenía forma de volver a parecer su negativo y distante amigo de odiosa e inquietante personalidad, podía adivinarlo solo con la disimulada burla en sus labios torcidos a modo de sonrisa.
 
Me levanté evitando su mirada cuando la alzó del periódico y procuré alejarme de Frank para que el ruido de mi voz no lo despertara. Me acerqué a mi amigo y le quité el periódico de las manos, para sentarme a su lado y fingir leer.
 
-Buenos días –dije secamente y sin mirarlo.
 
-Sí, creo que muy buenos.
 
-Maldición Ray, no empieces –pedí entre dientes y cerrando los ojos en busca de paciencia.
 
-Bueno, perdón, es solo que no esperaba hallar tan conmovedora escena en una mañana tan aburrida.
 
-Se sentía mal ¿de acuerdo? –cuchicheé bajando el periódico y mirando al hombre que tenía a un lado con mirada feroz. Mis dientes yacían fuertemente apretados-. Tenía miedo por toda tu charla del asesino y no entender nada de lo que le pasaba lo hizo llorar –Ray apenas alzó las cejas con vaga sorpresa-. Traté de hacerlo sentir mejor y cuando estaba más tranquilo nos quedamos dormidos.
 
-Siendo sinceros... –dijo con tranquilidad y como si no me hubiera escuchado-. ¿Qué hay entre ustedes?
 
-¡No hay...! –me callé al escuchar que Frank se movía en la repisa. Miré sobre mi hombro y solo lo vi girarse hacia la ventana para seguir durmiendo. Volví a mirar a Ray y susurré-: No hay nada.
 
-¿Te parece si damos un paseo? –preguntó de nuevo como si no me hubiera escuchado-. Creo que no es apropiado hablar de eso con él aquí.
 
Señaló con los ojos al aún dormido Frank y después de pensarlo me di cuenta de que era lo mejor.
 
Cinco minutos después ya nos habíamos cambiado y mientras Ray tomaba su chamarra y salía yo coloqué una nota en un pequeño papel amarillo para notas telefónicas sobre la mesa con el sencillo mensaje:
 
“Ray y yo salimos a dar un paseo. Volvemos en media hora...”
 
Ya nos hallábamos sobre la calle caminando. Fue casi instantáneo el momento en que saqué un cigarro y lo encendí.
 
-Creí que dejarías tus vicios –comentó Ray con las manos en las bolsas de su chamarra.
 
-Creí que querías hablar de algo –corté de mal genio.
 
-Es raro ¿sabes? –yo ni lo miré. Solo calé el cigarro y solté el humo con resignación mientras seguíamos caminando-. Justo como actúas ahora es como actúas siempre, con algunas excepciones cuando pareces no muy malhumorado –alcé las cejas-. Pero... cuando estás con Frank actúas diferente, muy diferente. Quizás no quieras oírlo, pero de verdad pienso que sientes algo muy fuerte por él.
 
Apreté la mandíbula y fijé mi mirada en el suelo.
 
Como si no lo supiera.
 
-¿Te sientes bien? –preguntó cuando llegábamos a algo parecido a un parque.
 
-No lo sé –admití mientras nuestros pies rozaban la hierba y yo volvía a calar el cigarro. Solté el humo y nos acercamos a un árbol sobre una colina. Nos sentamos ahí, recargando nuestras espaldas contra el grueso tronco-. Quizás debería estar bien. Pero algo me dice que quizás no lo estoy.
 
Ray meditó mis palabras mientras su vista marrón se fijaba en unos edificios al otro lado de la calle, por donde los madrugadores que iban al trabajo ya transitaban.
 
-Si de verdad quieres a Frank –empezó a decir pensativo- deberías estar tanto feliz como preocupado, pensando en todo el problema que se está desvelando ahora.
 
-¿Cómo el problema puede hacerme feliz? –quise saber-. Hay posibilidades de que un maniaco quiera asesinarlo ¿y eso debe ponerme contento? –volví a fumar con cierta ansiedad.
 
-No –se exasperó mi amigo-. Pero ésta situación lo pone nervioso y es por eso que se aferra a ti más que antes. Dudo que confíe en alguien más ahora, a pesar de que sea muy amable, tú eres el único al que acudiría sin pensar. Teniendo en cuenta lo que sientes, que Frank permanezca tan cerca es bueno ¿o no?
 
Me quedé silencioso. Extrañamente las palabras de Ray hicieron que una escena se dibujara en mi cabeza.
 
Frank yacía arrodillado en el suelo abrazándome por la altura de la cintura y yo me inclinaba ligeramente rodeándolo con mis brazos con un gesto de valentía mientras que él parecía indefenso.
 
Me abstuve a bufar y mientras mis mejillas se encendían ligeramente apagué el cigarro con rudeza, hundiéndolo en la tierra.
 
-No es bueno –dije al fin. Ray me miró inquisidor y yo sólo me fijé en el horizonte, sintiendo un ligero vacío en mi interior-. No importa lo que yo sienta. Él me ve como un amigo, casi un hermano. Sólo eso.
 
-Pero te besa –replicó sonriendo un poco-. Te abraza. Te acaricia. Duerme contigo. Llora en tus brazos –enumeró-. Aunque él no sienta lo que tú, estás recibiendo algo a cambio.
 
-¡Pero no es lo mismo Ray! –exclamé por primera vez muy molesto. Bajé la mirada y recogí mis piernas taciturno-. Yo me estoy aferrando a ésos gestos como si fueran reales. Para mí lo son. Pero sabemos que para él no significan nada. Sin darme cuenta yo mismo me estoy tendiendo una trampa, es como si echara más leña al fuego de mi hoguera. Al final él va a irse, y yo me sentiré traicionado porque daré por hecho que de verdad sentía algo...
 
Agaché mi cabeza, procurando que mis cabellos no permitieran que Ray mirara mi rostro, que poco a poco se estaba tornando herido mientras mi vista se nublaba y el vacío en mi pecho parecía más hondo.
 
Ray tomó mi hombro en forma de apoyo, pero éso sólo me hizo sentir peor.
 
-Quizás en el fondo solo temes salir lastimado –conjeturó-. Temes que ésos sentimientos que por tanto tiempo evitaste, se vuelvan contra ti dolorosamente.
 
Me pareció muy cierto y solo asentí justo antes de secarme dos gotitas saladas que había sobre la piel de mi rostro.
 
-Lo peor esque no puedo alejarme para buscar mi propio bien como siempre lo he hecho –suspiré con la voz un poco ronca-. Ya no puedo dejarlo solo.
 
-Quizás así sea mejor.
 
Lo miré sin entender y Ray por su parte soltó mi hombro y me miró con cordialidad.
 
-Quién sabe. Quizás mientras esto se resuelve de verdad se enamore de ti.
 
-Quizás...
 
“Algún día voy a darte una lección por avivar sueños vanos en criaturas como yo, Ray Toro. Pero de momento sólo disfrutaré tu disparatada teoría y dejaré que mi recién despierto corazón goce del suculento sabor de la esperanza...”
 
 ***
 
Eran casi las ocho cuando llegamos a mi apartamento de nuevo.
 
Cuando abrimos la puerta un aroma delicioso hizo ronronear a nuestros estómagos. Y ahí en la mesa, había tres platos con cubiertos y vasos, listos para que se les sirviera.
 
-Frank... –llamé.
 
-¡Oh, llegaron! –exclamó su voz de la cocina-. ¡Siéntense, les tengo una sorpresa!
 
Ray y yo nos miramos pero intuyendo que se trataba de comida, Ray sonrió muy abiertamente y se sentó antes de que yo me acercara a la mesa siquiera.
 
Pronto llegó Frank con una pequeña cazuela y una gran cuchara de madera. Ni siquiera recordaba tener esas cosas en mi cocina.
 
Sonrió antes de destapar la cazuela, sirviendo lo que resultó ser un platillo que yo desconocía, lleno de pollo, queso, tortilla, frijoles, crema y alguna salsa de color verde. Parpadeé perplejo ante lo exquisito que parecía sólo a la vista, mientras que Ray abría la boca estupefacto. Yo sonreí de medio lado por éste hecho, ya que no podía evitar sentirme orgulloso de que los dotes culinarios de Frank dejaran en ése estado a mi amigo.
 
-¡Se ve delicioso! –exclamó.
 
-Espero que sepa igual –se rió Frank-. Cuando desperté y vi la nota decidí hacer algo constructivo con el tiempo que tenía. Ayer quería hacer esto pero no había hallado un buen momento –se encogió de hombros satisfecho-. ¡Buenos días, por cierto!
 
-Ah, sí. Buenos días.
 
Se inclinó sobre la mesa y un segundo después me había besado quedamente.
 
-¡Iré por el jugo! –dijo entusiasmado al enderezarse, sin notar que yo estaba estático y que Ray me miraba fijamente.
 
Apenas lo perdí de vista bajé mi mirada y tomé los cubiertos sin ánimos.
 
-¿Estás bien? –preguntó Ray en voz baja.
 
-Supongo. Y si no, algún día lo estaré –suspiré comenzado a cortar la comida con los cubiertos.
 
Frank volvió enseguida con una jarra de jugo de naranja y sirvió en los tres vasos antes de sentarse a comer con nosotros.
 
Ray y Frank hablaban entusiasmadamente de algo que yo ignoré por completo mientras comía y pensaba en mis propios asuntos.
 
“No puedo dejar que me siga tratando así, pero sé que si deja de hacerlo me sentiré incompleto. Una vez que se reciben ese tipo de atenciones es difícil no extrañarlas si se van. Y siendo sinceros, las extrañaría tanto que sería capaz de armar un berrinche por el resto de mi vida.
 
Ser humano apesta.”
 
Una hora después, con los estómagos llenos, Ray y yo nos despedimos de Frank (yo procuré hacerlo desde lejos) y salimos para ir a nuestros respectivos trabajos.
 
Acompañé a mi amigo hasta su auto y cuando subió, bajó la ventana y me miró.
 
-Voy a seguir investigando todo lo que pueda, te lo prometo.
 
-Gracias Ray –murmuré.
 
Encendió el auto.
 
-Y ya no te aflijas –me pidió con una amable sonrisa-. Mejor disfrútalo.
 
Sonreí de medio lado y me alejé para que pudiera irse. Cuando perdí de vista el auto me encaminé al mío. Subí y con una fugaz mirada al edificio partí también.
 
***
 
El día transcurrió muy normal. Atendí a los muertos como todos los días, escuchando lo que Ryan muy animadamente me contaba.
 
-Y dime ¿qué ha pasado con Brendon? –sonreí mirándolo cuando me dijo que había llegado tarde a su casa el día anterior justo cuando yo terminaba con el último cuerpo.
 
-Ahm... nada... ¿qué iba a pasar? –musitó ligeramente ruborizado.
 
-Se me ocurren muchas cosas.
 
Pero antes de que me reclamara rojo como tomate, mi celular comenzó a sonar. Le pedí que guardara silencio, me quité los guantes y contesté.
 
-¿Bueno?
 
-¿Gerard?
 
-¿Qué pasa Frank? –pregunté un poco confundido.
 
Me quité la bata mientras con los ojos le señalaba aRyan el cadáver. Él entendió y cerró la bolsa para luego llevarse la mesita de metal hacia donde estaban los cajones.
 
-Ahm... no quiero molestarte, de verdad... pero...
 
-¿Ocurrió algo malo?
 
-Bueno, no sé si llamarlo malo –parpadeé más confundido-. ¿Recuerdas el cadilac negro?
 
-Sí.
 
-Está afuera otra vez.
 
Me quedé paralizado unos segundos. Ryan volvió y observó mi cara preocupado.
 
-¿Cuánto tiempo lleva ahí? –pregunté.
 
-No sé. Me di cuenta hace diez minut--
 
-¿Frank?
 
-Alguien bajó del auto.
 
-¿¡Qué!?
 
-Viene al edificio.
 
-Voy para allá –dije al instante. Comencé a caminar y Ryan me siguió completamente aturdido-. No abras la puerta si tocan, en el peor de los casos llama a la policía ¿me oyes?
 
-Pero...
 
-Estaré ahí lo más pronto que pueda.
 
Y colgué. Bajé las escaleras con Ryan detrás de mí.
 
-¿Qué pasó? –preguntó al fin, apresurando sus pasos para no quedarse atrás.
 
-El del cadilac volvió –fue mi respuesta y él pareció impactado-. Creo que tratarán de entrar a mi apartamento. Excúsame con Bob, debo irme.
 
Y salí de la morgue dejando a Ryan clavado en el suelo con expresión nerviosa. Pero no pude detenerme. Una vez afuera casi corrí a mi auto y cuando estuve dentro salí disparado con el corazón latiéndome a mil por hora.
 
“Por favor que no pase nada...” pedía sintiendo gran ansiedad “Por favor. Por favor. Frank no hagas nada estúpido.”
 
Cuando llegué (después de casi matarme en los topes y pasarme unas cinco luces de tránsito), pude ver el cadilac del otro lado de la calle. Bajé rápido y corrí dentro del edificio. Subí las escaleras tan rápido que casi llegué al piso catorce cuando me di cuenta de que me había pasado mi apartamento.
 
Llegué rápidamente al rellano de nuevo y vi que todo parecía calmado. Entré al apartamento abriendo bruscamente la puerta y me quedé ahí respirando hondo y mirando alrededor en busca de cualquier señal de violencia.
 
Pero no.
 
Solo estaba Frank, que saltó del sillón cuando entré. Se llevó una mano al corazón.
 
-¡Me asustaste! –reclamó enojado.
 
-Perdón... –yo me hallaba quieto, sin poder creerlo-. ¿Estás bien?
 
-Quitando el casi paro cardiaco, sí.
 
Me acerqué poco a poco a él, aún mirando alrededor, como si me hallara decepcionado de que algún asesino serial no me hubiera saltado encima aún.
 
-¿Qué pasó? –inquirí.
 
-Pues el hombre entró al edificio –dijo-. Pero no sé donde esta ahora.
 
-¿Nadie tocó a la puerta? –negó-. ¿No llamaron? –siguió negando-. ¿No oíste ningún ruido o algo?
 
-Bill salió de su apartamento hace rato. O al menos abrió y cerró la puerta.
 
Traté de no gruñir al oír el “cariñoso” nombre de mi, ahora, Némesis.
 
Hubo un pequeño silencio en el que nos quedamos pensativos, pero entonces, unas voces se escucharon afuera. Nos dimos cuenta de que no había cerrado la puerta y nos quedamos ahí, mirando lo que alcanzábamos a ver del rellano con los corazones en un puño.
 
Entonces vimos a un hombre, un hombre que acababa de salir del apartamento de William... y parecía venir hablando con alguien.
 
-Es él –musitó Frank con los ojos muy abiertos-. Gerard, él es el hombre que bajó del cadilac.
 
Me quedé impresionado al verlo. Si ése era un asesino, de verdad que tenía menos posibilidades contra él de las que llegué a pensar.
 
Era increíblemente alto, de espalda ancha y piel morena. Su cabello era negro y muy corto, sólo lo suficiente para que unos pequeños chinos se formaran sobre su frente y nuca. Tenía ojos oscuros y una voz agradable por su tono grave.
 
-De acuerdo, mañana voy a traer todo. Nos veremos –dijo.
 
-Sí, cuídate. Nos veremos mañana.
 
-Esa es la voz de Bill –me susurró la voz de Frank.
 
El hombre hizo un gesto de despedida y entró al ascensor.
 
Cuando las puertas se cerraron, Frank pasó a mi lado con rapidez hacia la puerta.
 
-¡Espera, Frank! –pedí alarmado.
 
No me quedó más que seguirlo, y al salir del apartamento lo hallé saludando a William.
 
-¿Cómo has estado? –sonrió el castaño de finas facciones.
 
-¡Magnífico! –le contestó Frank. Luego, aún con tono desinteresado le preguntó-. Oye Bill ¿quién era ése sujeto?
 
-Ah... –pareció animarse-. Su nombre es Gabriel Saporta. Él acaba de rentar la habitación que les había dicho. Lo conocí en la peluquería. Vió mis anuncios ahí mientras le cortaba el cabello y cuando le dije donde estaba situado éste lindo edificio pareció muy interesado en la habitación.
 
-¿Es... la primera vez que viene aquí? –inquirí yo sintiendo la garganta seca.
 
-Vino ayer, pero yo no estaba –me explicó con aire un poco apenado-. Me dijo que quería ver el apartamento pero que olvidó avisar que vendría. Como yo no contestaba el teléfono, se quedó un buen rato en el auto para ver si llegaba. Pero desistió y se fue.
 
Frank me miró. Supongo que ambos habíamos pensado lo mismo.
 
“Lo que hace la paranoia...”
 
El sujeto jamás nos había seguido. Había sido una coincidencia que hubiera venido al edificio. Él solo iba a ver el apartamento de William para rentarlo.
 
Me sentí muy estúpido.
 
-¿Y qué tal? ¿Le gustó? –quiso saber Frank, tratando de evitar que William se sintiera curioso por el motivo de que lo interrogáramos sobre Gabriel.
 
-Parece que sí –el hecho pareció aliviarlo-. Ahora se me hará más fácil pagar la renta y no tendré que estar tantas horas en la peluquería. Mañana vendrá con sus cosas y se quedará entonces.
 
-Eso es genial.
 
-Uhm... sí –musité-. Oye William, tenemos que irnos, así que discúlpanos –pedí.
 
-Oh, claro Gerard. Que estén bien.
 
-Sí, adiós.
 
-¡Adiós, Bill!
 
-Nos vemos, Frankie.
 
Antes de que se le ocurriera abrazarlo o algo así, lo sujeté el cuello de su camisa y lo jalé dentro de mi apartamento para luego cerrar la puerta. Unos segundos después escuchamos como William entraba a su propio apartamento.
 
-¡Valla, entonces todo fue producto de nuestra imaginación! –exclamó Frank muy alegre-. Eso es bueno.
 
-Sí, creo que sí.
 
No podía evitar estar cortante. Cada vez que me hallaba con William era lo mismo. No soportaba que ése sujeto siempre se llevara tan bien con Frank.
 
“Es incomprensible el miedo que me acomete cuando alguien más te habla. Cuando alguien más te toca. Cuando alguien más te mira.
 
Frank no soporto que no seas mío.”
 
Frank continuaba hablando y riendo sobre lo ocurrido, yo apenas y lo escuchaba. Me hallaba más preocupado en irradiar odio, tumbándome en el sillón boca arriba.
 
-Perdón por sacarte del trabajo. De haber sabido...
 
-No importa. Ya había acabado –le calmé sin muchos ánimos.
 
-¿Te sientes bien?
 
“¿Cómo voy a estar bien si estás cerca? ¿Cómo se supone que me encuentre bien si el que estés conmigo sólo provoca que añore más tener lo que no puedo? Tenerte a ti. Sentirte. Abrazarte. Besarte. Que me pertenezcas. Si no correspondes a mis deseos... ¿cómo demonios voy a encontrarme bien?”
 
-Sí. De maravilla.
 
-No te ves así.
 
Se había acercado al sillón y ahora me miraba con aire crítico mientras se sentaba en el reposabrazos que estaba más cerca de mi cabeza. Suspiré y me senté poco a poco, mirando la chimenea.
 
-¿Estás enfermo? ¿Quieres que te traiga algo?
 
Negué con la cabeza y luego lo miré.
 
Mis ojos escrutaron su inquieto rostro. Sonreí un poco y subí mi mano hasta tomarlo por debajo de la nuca y lo acerqué a mí, haciéndolo inclinarse. Su respiración choco contra mi rostro cuando sólo un par de centímetros nos separaban y lo miré a los ojos.
 
-No te preocupes por alguien como yo.
 
-Si te dijera lo mismo no me harías caso. Así que tampoco te haré caso.
 
Mi sonrisa se estiró ligeramente.
 
-Gracias. Así esta bien. No necesito nada.
 
Y lo jalé un poco más para besarlo con suavidad.
 
“Nada más...”
 
Frank contestó al beso lentamente. Yo me dejé llevar por lo que no me percaté cuando ya le faltaba el aire.
 
Se separó de mí un poco brusco y yo sólo pude pedir una disculpa en voz baja y jalarlo hacia mí para que abandonara el reposabrazos y se sentara a mi lado, donde lo pegué contra mi cuerpo y lo abracé.
 
Él pareció confundido por mi comportamiento, pero no hizo nada para evitarlo mientras yo recargaba mi mejilla contra su cabeza.
 
-Gee... –cerré los ojos al escucharlo. Esa sonrisa difícilmente abandonaría mis labios para mañana-. ¿De verdad te sientes bien?
 
-Increíble.
 
“Y esta vez, no te estoy mintiendo.
 
             Lo juro.” 

Seducción Homicida |Frerard|Where stories live. Discover now