Capítulo XXII "Manson"

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         He de decir que a la mañana siguiente vagamente recordaba lo que había ocurrido el día anterior. Comencé a tener pequeños “flashbacks” en mi mente cuando me di cuenta de que yacía en la alfombra y poco a poco me fijé en la ropa que había sido abandonada tan cerca, y de la que por cierto, mi cuerpo carecía completamente.
 
         -Madre-mía...
 
         Me palpé el pecho suavemente sin ningún motivo aparente mientras miraba alrededor. Estaba en la sala, tendido ahí en la alfombra, solo. Cuando me senté, el sillón oscuro que tenía a unos metros de mí, más adelante, y que me había hecho sombra mientras estaba recostado, dejó de ser mi protección y los rayos del sol me dieron directo en la cara.
 
         Me quejé y cubrí mis ojos, dándole la espalda a la estúpida luz, que se había colado obviamente porque Frank había olvidado cerrar las cortinas.
 
         Entonces quité la mano de mis ojos y levanté la cara con los ojos muy abiertos.
 
         -Frank...
 
         Hasta entonces, percibí un aroma sumamente delicioso, que provenía de la cocina.
 
         Entre mis labios apareció una larga línea, mientras mi rostro reflejaba una felicidad un tanto patética, y casi escuché a mi estomago ronronear.
 
         Los recuerdos de un buen sexo, y el anticipo de una deliciosa comida. ¿Qué más puede pedir un hombre? Dinero, quizás, pero de eso ya tenía y de sobra. Así que podía considerarme un hombre estúpida y ridículamente feliz.
 
         Me levanté casi con entusiasmo.
 
         “Vaya secuelas... ¿será por eso que la gente se obsesiona tanto con esto?”
 
         Me lo pregunté con una sonrisita que en otros tiempos me hubiera perturbado siquiera ver, era demasiado sencilla, pero irradiaba despreocupación muy animada. Me puse los boxers y el pantalón en un segundo y caminé fuera de la sala, subiendo los pequeños y escasos escalones casi dando saltitos.
 
         “¡Menudo espectáculo debo estar dando ahora mismo!”
 
         Y curiosamente, la idea en vez de molestarme, me divirtió.
 
         Llegué hasta la cocina con pasos ligeros y me detuve en el pequeño arco de la entrada para asomarme adentro. Traté de suprimir mi nada tierna sonrisa al morderme el labio inferior, pero fue imposible hacerlo del todo.
 
         Frank estaba de espaldas a mí, enfrente del tostador, esperando a que el pan que estaba dentro saltara del aparato mientras él servía leche en dos vasos largos que había puesto a un lado. Al igual que yo, sólo llevaba los pantalones.
 
         Tuve tentación de saludarlo, pero me lo pensé mejor. Me acerqué en silencio para que no notara mi presencia y me detuve detrás de él. Justo iba a hacer algo como gritarle un saludo o abrazarlo repentinamente para asustarlo cuando cerró el bote de leche, lo dejó a un lado y dijo:
 
         -¿Qué crees que haces, Gerard?
 
         Se me escapó el aliento que ya había tomado, con gran decepción, pero sin poder evitar la sonrisa. Mis brazos lo rodearon por la cintura y recargué mi cabeza contra la suya.
 
         -¿Cómo supiste? –pregunté con un dejo de desilusión que exageré apropósito.
 
         -No eres la persona mas discreta del planeta –comentó un poco burlón mientras sus manos se colocaban sobre las manos que yo tenía entrelazadas sobre su estómago y giraba un poco su rostro hacia mí-. Y bueno, vi tu reflejo en el tostador.
 
         -Demonios, me olvidé de eso –le dirigí una mirada gruñona al electrodoméstico-. Traidor.
 
         Lo escuché reír y giré mi rostro hacia él para sonreírle un poco. Cuando giró su rostro igualmente, pegué mis labios a los de él y sentí que apretaba mis manos cuando el beso adquirió un lento movimiento.
 
         Entonces el pan salió del tostador en un gracioso salto, anunciando que ya estaba listo.
 
         -¿Desayunamos? –preguntó.
 
         -¿Es indispensable?
 
         Sonrió divertido e hizo que lo soltara para poder poner las dos rebanadas de pan en el plato para untarle mantequilla. A lado de ése plato, había otro, con dos rebanadas de pan ya provistos de mantequilla y azúcar, acompañados también de dos pares de huevos estrellados.
 
         La verdad, sí tenía hambre. Mucha, teniendo en cuenta que la noche anterior sólo había ingerido alcohol. Tomé el plato y mi vaso correspondiente casi a regañadientes y tuve que esforzarme por parecer ligeramente resignado mientras ambos nos sentamos a la mesa y comenzamos a desayunar.
 
         -¿Cómo amaneciste? –le pregunté.
 
         -Muy bien –admitió mordiendo su pan. Después de tragar me miró inquisidor y ladeó un poco la cabeza en un gesto que siempre me pareció adorable hasta cuando no me sonreía-. ¿Y tú?
 
         -Como pocas veces en mi vida. Y en la alfombra, lo que lo hace más asombroso.
 
         -Sí, creo que sí –admitió divertido.
 
         -Aunque creo que no me sorprende tanto –traté de no sonreír-. La última vez que dormí tan bien estábamos durmiendo en la alfombra también. ¿Recuerdas? ¿La primera noche que pasaste aquí?
 
         -Oh sí... –le vi ruborizarse un poco y trató de disimularlo bebiendo de su leche. Al bajar el vaso se rió-. Creo que habrá sido el día más extremo de tu vida, teniendo en cuenta el odio que tenías al contacto humano y que en unas horas me viste desnudo, me besaste, tuviste una charla personal conmigo, te abracé y me dejaste besarte.
 
         -Yo no te besé... –murmuré mirando hacia otro lado, ahora siendo yo quien se ruborizaba-. Te salvaba la vida.
 
         -La respiración de boca a boca es casi igual que un beso –comentó él, bastante divertido por la idea de que aún me pusiera a replicar respecto a eso y encima me abochornara teniendo en cuenta el tiempo que ya había pasado-. Pero es heroico.
 
         -Oh, vamos...
 
         Lo miré y entonces nos reímos.
 
         Que bonita es la simpleza compartida. Estúpida, pero muy bonita.
 
        
         Al terminar, recogió los platos y volvió conmigo para sentarse en mi regazo y rodear mis hombros con sus brazos.
 
         Me encantaba la confianza que ambos íbamos ganando. Aunque no sé que esperaba si la noche anterior habíamos estado desnudos sobre mi alfombra haciendo algo para lo que precisamente necesitabas bastante –por no decir muchísima- confianza.
 
         Y volví a sonreír. Porque la idea de Frankie perteneciéndome, y al parecer ser su primera vez y que el fuera la mía, era suficiente como para alegrarme lo que quedaba de mi existencia.
 
         Así de patético estaba siendo.
 
         -¿Cuánto te tomara ir con Brendon? –preguntó mientras yo besaba su mejilla y mi mano acariciaba su espalda suavemente.
 
         -No lo sé. De una a tres horas quizás.
 
         -Oh...
 
         -¿Qué?
 
         -Nada... –pero la mirada casi melodramática que envió al techo decía otra cosa, así que lo continué mirando hasta que continuó-. Esque voy a aburrirme tanto aquí solo.
 
         -Oh, en ése caso ven conmigo –le dije sonriéndole, y cuando me miró dejé un beso en sus labios-. Mejor así. Si te dejo sólo me quedaré con el pendiente. Me daría horror que te ocurriera algo mientras no estoy.
 
         -¡Viva! –y sonrió mostrándome su dentadura.
 
         Me reí entre dientes y me incliné para besarlo nuevamente.
 
         Y para variar (ya que nunca faltaba), mi celular, que por desgracia mantenía en mis pantalones, comenzó a vibrar y a sonar, anunciando un mensaje.
 
         -Con una.... –solté un sonoro gruñido y Frank compuso una pequeña mueca entre decepcionada y optimista. Yo saqué el teléfono y se lo tendí a Frank antes de comenzar a besar suavemente su quijada-. Léelo. Yo no lo haré.
 
         Él no replicó y abrió el teléfono para ver la pantalla, mientras mis brazos rodeaban con más fuerza su torso y hundía mi cara en su cuello para aspirar su aroma. Oculté ahí mi sonrisita. Nuestros cuerpos tenían un olor peculiar... Olor a sexo.
 
         -Dice Brendon que vayas a las cuatro a su casa –me dijo Frank cerrando el celular y acariciando mi nuca-. Para entonces Ray ya habrá llegado con lo que sea que halla encontrado en la Notaría.
 
         -Bien, entonces a las cuatro –hice una pausa-. ¿Qué hora es?
 
         -Las doce, Gee –me contestó entretenido.
 
         -Uhm...
 
         -Si empezamos a vestirnos, cepillarnos los dientes, peinarnos... y bueno, en sí todo lo que se debe hacer para salir sin parecer vagabundos... –cuando lo dijo solté una breve risa-. Creo que sería mejor comenzar y así lo podemos hacer con calma.
 
         -¿Quieres hacerlo con calma? –pregunté apenas despegando los labios, cerrando los ojos y tratando de evitar la diminuta sonrisa.
 
         -¡No hablaba de eso...! –exclamó sonrojándose y haciéndome reír. Frunció el ceño y dejó el celular sobre la mesa-. Malpensado.
 
         -Perdón... fue inevitable.
 
         -¿Entonces que hacemos? –preguntó tratando de olvidar lo último.
 
         Casi mecánicamente tomé una de sus piernas y la pasé sobre mi regazo para que ambas piernas quedaran a mis costados, y su rostro de cara al mío. Tomé su cintura y lo besé con pasión. Después de unos segundos de duda, sus brazos me rodearon y no rompió el contacto.
 
         Esa cercanía me volvía loco, porque aunque me gustaba, no era suficiente. No para mí, y menos después de lo ocurrido la otra noche.
 
         Habrían pasado menos de quince segundos, y ya me había levantado, sujetándolo contra mí, y haciéndolo recostarse sobre la mesa con algo de brusquedad. El beso se cortó a causa de que lo había hecho sobresaltarse.
 
         -Gee... –jadeó ligeramente sorprendido. A falta de playeras, me puse a besar su clavícula y su pecho de forma juguetona. Él se ruborizó y sujetó mis hombros para empujarme un poco, pero le hice una cara de reproche y seguí en lo mío-. ¡Gee, no es el momento!
 
         Como mis muslos estaban pegados al filo de la mesa, cuando mis manos ciñeron su cintura y lo jalaron hacia mí, su trasero se topó contra éstos y cuando me incliné sobre él yo quedaba casi a su altura para verle a la cara.
 
         -¿Porqué no? –quise saber, sin sonar exigente o irrazonable, en realidad tenía una expresión más parecida al desengaño. Quizás porque sabía que si Frank decía no, era un NO, y punto-. ¿No te gustó la vez pasada?
 
         No negaré que mi hombría temía una respuesta negativa.
 
         -Oh, ¿cómo puedes preguntarme eso? –murmuró casi para sí mismo y enrojeciendo de manera marcada cuando cerró los ojos.
 
         -¿Eso es un sí o un no?
 
         Él me empujó con sus manos y quedé por completo enderezado enfrente de él cuando se sentó con sus manos a ambos lados suyos, recargándose en la superficie de la mesa mientras mis manos aún le sujetaban la cintura. Me miró tratando de recobrar el color natural de su piel y procuró sonreír.
 
         -No tiene nada que ver contigo, Gee –acarició mi mejilla y se acercó lo suficiente como para besar mi mejilla y musitar cerca de mi oreja, tanto porque le apenaba decirlo en voz alta como porque moriría de vergüenza si me dejaba ver su expresión mientras lo decía-: Estuviste fantástico –me aseguró.
 
         Una egocéntrica sonrisa. ¿Porqué no?
 
         -Gracias, igual tú –le dije en su oído y acaricié su espalda mientras uno de mis brazos rodeaba sus hombros y lo pegaba contra mi pecho.
 
         -Tengo dos motivos para no querer hacer esto justo ahora –me aseguró mientras sus brazos rodeaban mi cintura y él recargaba su mejilla contra mi pecho. Yo le dejé continuar-. El primero... es que esto es la mesa donde desayunamos, comemos y cenamos –escuché como su tono de voz cambiaba a causa de una sonrisa-. No tengo ganas de comer, o invitar amigos a comer en una mesa donde pasaron “ése” tipo de cosas...
 
         Solté una carcajada.
 
         -Bueno sí, en eso tienes razón... –admití-. ¿Y el segundo motivo?
 
         -Ahm... pues... –sentí que acariciaba mi estómago con una mano y giró su rostro para sólo recargar su frente contra mi cuerpo-. Digamos que preferiría esperar un poco más antes de repetirlo... –mi silencio resultó ser expectante así que tuvo que admitir-: Aún me duele.
 
         -¿Te lastimé? –pregunté al instante, sin lograra ocultar el tono preocupado cuando busqué la mirada que al final él no me mostró.
 
         -Sí... –luego añadió rápidamente-. Pero antes de que vayas a la cocina por un cuchillo para castrarte clandestinamente... tienes que recordar que se supone que es normal la primera vez ¿no?
 
         Casi solté un suspiro de alivio. Era cierto. Tenía que agradecer el que Frank me dijera las cosas pero que no olvidara mi paranoia.
 
         -Bien, entonces yo espero –dije tranquilamente antes de posar un beso en su cabeza.
 
         Estuvimos otro rato ahí, sumidos en un estado mimoso y bastante empalagoso que usualmente la gente odia ver pero saben cómo les encanta cuando ellos son los involucrados. Yo me cuento entre ésa gente, supongo. Decíamos cosas al oído del otro y había caricias y gestos tiernos todo el tiempo, mientras de vez en cuando compartíamos un beso.
 
         Un tiempo después me recordó que teníamos que salir, así que me vi obligado a separarme de él y a ponerme a arreglarme.
 
         Encontré ropa para ambos en un santiamén; me hallé desolado cuando Frank me cerró la puerta del baño en las narices, y poco después, feliz como nunca cuando se sintió culpable y me dejó pasar. Jugamos un poco en la regadera, y esta vez no hubo ninguna especie de reacción al estar desnudos, como si fuera algo de todos los días. Me vi tentado a llenar la tina, pero Frank me advirtió que no teníamos tiempo para un baño largo.
 
         “Que me parta un rayo...”
 
         Fui el primero en salir y secarme, luego me puse la ropa, acomodé mi cabello y me retoqué ligeramente con un poco de delineador. Cuando salí del baño para buscar mi celular, noté que faltaba una hora para las cuatro. Teniendo en cuenta que la casa de Brendon estaba a poco más de media hora, era mejor ir saliendo.
 
         -¡Frankie, vamos ya! –le llamé en voz alta.
 
         Escuché su amortiguada respuesta detrás de la puerta y aproveché para ir al cuarto y buscar una chamarra para él y mi cazadora para que en la noche no fuéramos víctimas del frío. Ni siquiera habíamos volteado a ver la ropa que seguía tirada en la sala, a la que seguro le acompañaba la bolsa de mis obscenas compras, el lubricante y los restos de envoltura del condón.
 
         “Lo recojo llegando...” me dije sin darle importancia mientras salía del cuarto.
 
         Hallé a Frank a un lado de la puerta de entrada esperándome. Yo me detuve unos segundos al mirarlo. Llevaba una camisa blanca y encima un chaleco oscuro, sus pantalones eran de mesilla azul marino y llevaba sobre su cabello, peinado hacia un lado, una gorra militar.
 
         “¿Frankie puede verse aún más bonito?”
 
         Quizás sí. Siempre me sorprendía. Con decir que a pesar de que yo había comprado esa ropa y se la había dado, no había esperado que se viera tan bien.
 
         Cuando vio que seguía sin moverme me dirigió una mirada interrogante y tuve que volver a la realidad. Me acerqué y le di su chamarra. Puse una mano en su cintura y me incliné para besarlo.
 
         -Te amo, Frankie...
 
         Lo solté como si nada. Fue casi instintivo. Él me miró al instante y yo le sonreí, alzando los brazos para mostrar que no había ningún truco.
 
         -¿Ves? Lo dije y estoy cien por ciento sobrio –le dije casi con orgullo.
 
         Me sonrió a pesar de que parecía un poco abochornado y se paró de puntitas para pegar sus labios contra los míos. Lo rodeé con ambos brazos, con una mano sujetando mi cazadora, y él tomó mis codos, con su chamarra bajo su brazo en el momento en que le dimos forma al beso.
 
         Segundos después, se recargó nuevamente en sus plantas soltando un quedo suspiro.
 
         -Gracias. Yo también te amo.
 
         “Me ama. Tengo todo el derecho de ser engreído.”
 
 
Llegamos a casa de Brendon un par de minutos después de la hora, y cuando nos recibió en su casa casi al instante pareció notar que había algo raro en nosotros. Llevábamos las manos entrelazadas y por lo demás no me pareció que actuáramos de manera extraña, pero quizás había otro tipo de cosas que a pesar de que no las notáramos, le resultaban dudosas a Brendon.
 
Nos dejó entrar a su salita, que conectaba con la cocina. Había unas escaleras pegadas a la pared que subían al segundo piso. Era una casa muy simple, hasta me extrañó que, teniendo en cuenta lo que ganaba, Brendon se conformara con ello.
 
En la sala, sentado en un sillón, estaba Ray. Tenía una pierna cruzada encima de la otra y leía unos papeles que tenía en las manos. Sobre una mesa pequeña de madera oscura, había un montón de fólderes y más hojas. Al escucharnos entrar dejó lo que hacía para levantarse y dirigirse hacia nosotros.
 
-¡Gee, pequeño Frankie! –saludó alegremente antes de darnos a ambos un abrazo colectivo.
 
Nos soltó con cara animada, pero después de mirarnos unos segundos se quedó perplejo.
 
-Se ven diferentes –dijo como ensimismado.
 
-¿Verdad que sí? –convino Brendon mirándonos de ésa manera sospechosa que usaba Ray también.
 
Frank y yo no supimos que decir. Pero yo ya comenzaba a temer que lo que ellos creían que había cambiado fuera lo que yo pensaba.
 
-No sé que sea –admitió Ray-. Es extraño. Algo en sus caras es distinto.
 
-¿Corte de cabello? –sugirió Brendon.
 
-No, no... algo más... referente a sentimentalismos...
 
-A mí me parece curiosamente familiar –admitió entonces Brendon, pareciendo aún más confundido.
 
-Sí, a mí también...
 
-Oigan, no quisiera interrumpir su juego de adivinanzas –dije un poco escéptico-. Pero están resultando terriblemente fastidiosos –ellos continuaron mirándonos de ésa misma forma por lo que me apresuré a preguntar-. ¿Dónde está Ryan?
 
-Oh, pues no quise que... –Brendon fue bajando el tono de su voz hasta que de repente se quedó callado y comenzó a abrir los ojos impactado. De repente gritó-: ¡Ya sé dónde he visto esas caras! ¡Es la expresión de toda pareja con una vida sexual satisfactoria!
 
-¿AAAAHHH? –gritamos Frank y yo enrojeciendo.
 
Había sido lo que había temido, aunque supongo que ésa no era la manera en que lo había pensado.
 
-¡Oh, eso era! –exclamó Ray con cara de haberse dado cuenta-. ¡Es cierto!
 
-¿Cómo dem...?
 
-Estás hablando con un hombre que ya tiene ésa cara –me sonrió Brendon señalando su rostro.
 
-Madre mía, métanse en sus propios asuntos –murmuré mirando hacia otro lado.
 
-¿Te diste cuenta? –susurró Brendon a Ray como si no estuviéramos ahí-. Ni siquiera lo negó.
 
-Entonces le hemos dado al clavo –asentía el otro entusiasmado.
 
-Y Gerard le ha dado a Frankie.
 
Al instante, ambos soltaron carcajadas escandalosas.
 
-No puedo esperar a matarlos mientras duermen –gruñí de forma sombría.
 
Frank miraba sus pies, aún sonrojado mientras apretaba un poco más mi mano. Yo tuve que resignarme, con ésos dos no podía hacer nada. Y eso que Brendon había sido muy serio conmigo antes, ahora parecía que a falta de su novio quería ocupar su lugar.
 
Logramos hacer que recobraran los cabales y tratamos de hacer como que nada había ocurrido para poder concentrarnos en lo importante. Cuando ellos se volvieron para sentarse en los sillones, le dirigí una mirada de disculpa a Frank, que sólo se encogió de hombros como si ya no tuviera remedio aquello.
 
Una vez nos hubimos sentado en un sillón, enfrente de Brendon y Ray, noté que ambos habían adoptado semblantes serios.
 
“Menos mal...”
 
-¿Y qué fue lo que encontraste, Ray? –quise saber.
 
Brendon se inclinó sobre los fólderes y comenzó a buscar entre ellos varias cosas, mientras Ray, que parecía ligeramente preocupado decidió contarnos todo desde el principio.
 
Había ido a la Notaría en la mañana, con la orden policial que Brendon le había dado. La Notaría estaba en una gran plaza, y era un edificio de dos pisos de tamaño bastante común. Al entrar, el dependiente fue muy amable con él y ni siquiera le pidió una identificación para saber si trabajaba para el gobierno o si era un policía. Por un momento, hasta Ray creyó que ni el permiso tendría que mostrar, pero aún así lo hizo.
 
El hombre le dijo que esperara, subió al segundo piso y volvió con el testamento, que le mostró con todo gusto.
 
-El señor Iero dejó todas sus posesiones a Frank –dijo Ray-. Me parece que la familia sólo constaba de ellos tres. Le dejó desde la casa y las posesiones, hasta una pequeña fábrica de vidrio que tienen a las afueras de la ciudad.
 
-¿Fábrica...? –dijo de repente Frank. Poco a poco su rostro adquirió un semblante de reconocimiento-. ¡La fábrica!
 
-¿La recuerdas? –preguntamos Ray y yo al mismo tiempo. Brendon alzó la mirada con curiosidad.
 
-No mucho pero... –vaciló-. Tengo un par de memorias relacionadas con ello. No son muy claras, pero creo que llegué a pasar tiempo ahí, con un amigo. Jugábamos ahí cuando papá me llevaba.
 
De repente se quedó mirando la mesa sin moverse, como si comenzara a recordar detalle por detalle alguna ocasión en especial. Sus ojos se llenaron de lágrimas y yo me sobresalté, pero Ray me hizo ademán de que no dijera nada. Tras unos segundos cerró los ojos y sonrió, haciéndo que sus párpados hicieran saltar una gotita de agua.
 
-Acabo de verlo. Es el primer recuerdo verdaderamente nítido que recupero –musitó casi como si se sintiera en paz consigo mismo-. Papa tenía una oficina en la fábrica donde pasaba mucho tiempo. No recuerdo el nombre del niño que era mi amigo pero me parece que éramos muy cercanos, casi hermanos.
 
Supe lo que quiso decir con ello. Antes ya me había hablado de un amigo de la infancia que él quería mucho, y con el que se había acostumbrado a besarse de ésa manera inocente que no demostraba mas que afecto o quizás un agradecimiento. Supuse que tener una imagen tan clara de él le había alegrado mucho.
 
-Todos los trabajadores nos conocían bien –siguió diciendo-. Por lo general estábamos correteando por el lugar, y los hombres a veces nos dejaban ayudarlos con las máquinas... –soltó una risa pequeña que tembló por el nudo de su garganta-. En realidad no hacíamos más que apretar un botón, pero ellos nos agradecían como si acabáramos de fundir el vidrio nosotros mismos.
 
Ray le dedicó una mirada amistosa, mientras Brendon regresaba su vista a los fólderes con una sonrisa en su boca. Yo acaricié la espalda de Frank con una mano y tomé una suya con la otra. Pareció volver a la realidad, porque con el contacto dio un respingo. Me miró y mandó una mirada de disculpa que deseché con una que le mostraba mi apoyo.
 
-Pero recuerdo a alguien más... –dijo entonces, mirando a Ray con el ceño un poco fruncido-. Había alguien solía ir a la fábrica pero no trabajaba ahí.
 
-Sí, ya me lo parecía –Ray le señaló un fólder a Brendon, que asintió y comenzó a buscar algo ahí-. ¿Es él, de casualidad?
 
Brendon nos mostró una hoja que sacó del fólder.
 
Era una especie de ficha personal sobre un hombre. Había datos que no alcanzaba a leer y en la parte superior izquierda había una foto de él. Al instante tuve una sensación de escalofrío. El tipo no era lo que se dice amistoso a primera vista. Tenía el cabello negro y largo como dos cortinas a cada lado de su cara, su piel era de un blanco antinatural y tenía ojeras. Llevaba los labios pintados de negro y sus ojos parecían ligeramente hundidos en su cráneo de una manera siniestra.
 
Frank pareció shockeado, pero asintió lentamente.
 
-¿Quién es él, Frank? –Preguntó Ray mirando los gestos de mi novio con suma atención-. Tu padre señala en el testamento que al faltar tú todas las posesiones se las puede quedar éste hombre.
 
-Manson... –dijo apenas audible-. Marilyn Manson.
 
-¿¡Qué!? –grité sin poder contenerme. Frank no pareció escucharme, aún miraba la foto en silencio. Me dirigí hacia Ray-. ¿Cómo iba a dejarle el señor Iero todas sus posesiones a ése sujeto? ¿Qué no sabe quién es? ¿No sabe... lo que es?
 
Marilyn Manson, había sido el dueño de una especie de mafia que aterrorizó por varios años a New Jersey. Él era un asesino serial.
 
Frank volvió del trance al escucharme decir lo último y luego nos miró a todos ligeramente perturbado.
 
-Él... es mi tío.

Seducción Homicida |Frerard|Where stories live. Discover now