En lo más profundo...

Mareas Misteriosas

Es curioso cómo pensaba controlar mis emociones hasta el punto de perderle el miedo al descontrol, hasta el punto de bajar la guardia.
Me sentía el capitán del navío más imponente de los grandes e inexplorados mares de mi mente. Yo, valiente guerrero que capitanea y dirige el barco, haciendo del agua y sus corrientes sus cómplices y súbditos.
Maldito imprudente.
El timón nunca ha llevado mi nombre, aunque ciegamente creí haberlo tatuado mucho más profundo que en la propia piel.
Creí saberme cada movimiento, cada reacción que hacía tambalear mi barco, actuando rápidamente para evitar el desastre y acabar siendo el héroe, y así lo era, porque surcaba mareas conocidas y el horizonte se alzaba familiar.
Y es que esta última vez, no solo se tambaleó mi barco, se tambaleó hasta el propio cielo. Y entonces ocurrió.
Las nubes se despegaron del cielo y cayeron al agua sin salpicar, y el cielo se quedó desnudo. El agua perdió su vida, y tornó inerte... Ya no aguantaba el peso de mi barco, y se lo comió.
Sin darme tregua lo engulló, tan lentamente que creí que no acabaría nunca. Parecía como si quisiera burlarse de mí, gritarme que esta vez no había suerte, que la había agotado, y me dolió. Me dolió tanto que ya no podía ni llorar. Me dolió lo que en años se arrastra y en solo unos segundo sentí de golpe, y entonces me rompí. Me rompí mientras veía la madera astillarse y mi barco partirse y pasé a formar parte de los miles de pedazos que se hundieron hondo, muy hondo, en lo más profundo de mi propio ser.
Ya no soy capitán, ni soy marinero, porque antes de lanzarme a las mareas furiosas a luchar contra el rugido de las olas y dominar sus ondeantes y espumosas profundidades, debería haber mirado al infinito horizonte, y me habría percatado del detalle. No tenía los colores tan familiares que yo conocía, no lo reconocía.
Me había adentrado en mareas misteriosas y me habían engullido, me habían roto.