Día 10: Candy Gore.

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Lo extrañaba muchísimo.
Recordaba los momentos que pasaron juntos y enserio daría lo que fuera necesario para poder tenerlo a su lado aunque sea un minuto más.

Estaba enojado, y sabía que sólo había una manera de relajarse, necesitaba con urgencia llegar a casa para poder desquitar su ira de manera tranquila.

Cuando terminó la junta, de camino a su auto se encontró con Estados Unidos, lo miró con odio, con asco, imaginando dentro de sí que le arrancaba la piel lentamente, mientras se reía en su egocéntrica cara de sus gritos y lamentos. De verdad aborrecía con toda su alma al norteamericano. Y con justa razón, le había quitado a la única persona que lo amaba por lo que en realidad era.

Con más coraje arribó a su casa, cuando entró azotó la puerta, y todos los trabajadores se pusieron alerta; el jefe había llegado.

Exigió instantáneamente la herramienta para poder sacar su dolor, se la dieron al instante, si de por sí había cambiado mucho desde la muerte de su amado Venezuela, no querían que su país, que Colombia, se volviera más serio de lo que ya era.

Toda la población colombiana extrañaba a su alegre país, en verdad necesitaban lo fiestero, risueño y amable que era junto al difunto Venezuela.

Y no sólo los colombianos lo extrañaban, toda Latinoamérica sintió doblemente la muerte de su hermano con el aislamiento del otro. Ya no hablaba con nadie, a penas y era visto en las juntas, siempre serio, cerrado, apagado.

Bajó a paso rápido al sótano, las gruesas paredes de hierro sólido opacaban los gritos del ciudadano norteamericano que estaba dando vueltas por todo el cuarto como un león enjaulado.

Cuando Colombia estuvo en el campo de visión del desconocido hombre, este fue velozmente directo a golpearlo para salir de ahí, pero se paró en seco al ver el arma pequeña que sostenían las amarillas manos del sudamericano.

–—¿Qué pasa? ¿Qué mierda hago aquí?—– preguntó enojado el hombre.

—–Siéntate.—– Ordenó Colombia señalando con la pistola la silla que estaba en un borde del cuarto, delante de esta estaba un escritorio y otra silla.

—–¿Por qué putas tengo que sentarme?

—–Claramente no tienes claro tu lugar, basura. No estás en posición de preguntar nada, sólo obedece y ve a poner tu asqueroso trasero en esa silla.—– Colombia quitó el seguro del arma, logrando asustar al pequeño hombrecillo, quien fue a sentarse temiendo por su vida.

El país fue a sentarse frente al ciudadano estadounidense, dejando en la mesa una pequeña cajita de madera, y aún sin soltar el arma de fuego alzó la tapa de la caja dejando ver dos simples dulces.

—–Tienes dos opciones, aquí hay dos dulces. Uno tiene veneno y el otro es sólo de piña. Puedes tomar el que gustes. Analiza bien esto, si tomas el equivocado morirás de una manera muy dolorosa.–— Colombia dijo esto tranquilo, sin demostrar emociones, y es que éstas se habían ido aquel día junto con Venezuela.

—–¿Por qué haría eso? Todo esto es una mierda, y tú sólo eres un país tercermundista, obviamente no puedes hacerme nada a mí, una persona originaria del país más importante del mundo.—– Dijo desafiante el hombre, cruzándose de brazos y recargándose en el respaldo de la silla.

La pistola fue disparada, rozando la sien del gringo, este gritó espantado mientras la sangre comenzaba a salir de la pequeña herida.

—–O mueres con un agujero en la frente o puedes escoger un puñetero dulce y tener la mitad de posibilidades de sobrevivir. A la próxima no voy a fallar el tiro.

Con la mano temblando el pobre hombre tomó un caramelo, le quitó la envoltura con miedo y se lo echó a la boca, saboreándolo lento, rogando al cielo que fuera el dulce sin veneno.

Todo iba bien, pero de repente la sangre empezó a salir de uno de sus ojos, luego de los dos, su vista era opacada por el rojo del fluido, su nariz, sus oídos, su boca, la sangre salía sin parar. Un dolor horrible empezó a opacar todos sus sentidos. Gritaba desesperado, empezó a convulsionar tirándose en el suelo, rasguñando su piel, tratando de arrancar su ropa para así dejar de sentir el calor abrazador que lo quemaba por dentro.

Colombia veía el espectáculo feliz, con lágrimas en los ojos.

Estados Unidos pagaría por haber matado a Venezuela, él se encargaría de que la sangre de su gente corriera hasta sentirse completado, hasta ya no sentir el vacío que dejó la muerte de su novio.

Goretober (Countryhumans) Onde as histórias ganham vida. Descobre agora