Día 2: Band Aids/Curitas/Banditas.

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Gemidos, jadeos, gruñidos y gritillos se oían por toda la habitación.

La sangre, aunque poca, se encontraba presente.

México se aferraba fuertemente a los omóplatos del más alto, gemía desesperado, no pudiendo aguantar el delicioso placer que le daba al ser embestido y masturbado al mismo tiempo, pero jadeaba por el dolor producido por las manos de su activo.

Rusia tomaba con fuerza las caderas del menor, lo subía y bajaba de su regazo con fuerza, el chapoteo se escuchaba fuerte, miraba sus manos y piernas con manchas de sangre. Con una de sus manos sobaba el miembro de México, quien se encargaba de rasguñar su espalda, provocando dolor, que fácilmente era opacado por el placer de disfrutar el interior de su pareja.

El euroasiático agarró por milésima vez una pequeña navaja de bolsillo que se encontraba a un lado de los sudorosos cuerpos y, en la  pierna rojiza del más pequeño hizo una pequeña y superficial cortada en ese lugar.

México jadeó encantado, el dolor le daba un toque al sexo tan único y exquisito.

Otra cortada, otro gemido, y otra, y otra y más, y más gemidos, sangre, lágrimas, besos, mordidas, chupetones, caricias.

El sexo entre ellos era rudo, pero el amor que se tenían uno al otro era innegable, enorme, los asfixiaba, los aplastaba, huendiéndolos en un mar de desesperación por estar juntos, por tocarse hasta que el mundo se acabe.

La verdad, llegar hasta ese punto había sido difícil.
Cuando México y Rusia llevaban tan sólo unos meses de relación y estaban a punto de tener su primera vez en el hogar del más alto, entre los toqueteos el americano lo detuvo, se dirigió a su maleta y de ahí sacó una pequeña navaja con su nombre grabado en el mango, se acercó nuevamente al menor y le hizo entrega de esta.

—–¿Qué es esto?—– preguntó extranado.

México rió con desdén.

—–Una navaja.—– respondió obvio.

—–¿Y yo para qué quiero esto?—– Rusia no entendía la intención del más pequeño.

México tomó la navaja de las manos de su pareja y aprovechando que no tenía en pantalón se dió la vuelta, ahí Rusia pudo darse cuenta de que tenía cicatrices, muchas, pequeñas. Entonces el norteamericano deslizó por un corto tiempo el arma sobre su piel, el euroasiático vio en cámara lenta cómo la carne se abría y la sangre empezaba a salir, estaba en shock, ¿Qué mierda estaba pasando?

Luego México gimió, volvió a hacer otra pequeña cortada, jadeando en el proceso, y cuando volteó, Rusia se encontró con sus ojitos lagrimeando, su lengua dejaba salir un poco de saliva, su mano estimulaba su pezón derecho y sus ojos se derretían en placer y exitación.

—–La hematofilia es la exitación por ver, tocar o beber sangre. Es una parafilia que descubrí con mi ex pareja. Tenía que decírtelo, porque la sangre me da una gran satisfacción y creí necesario que lo supieras antes de acostarte conmigo y para saber si quieres continuar con esto o no.

El más alto se había quedado mudo, no sabía qué decir, si de por sí le había costado aceptar que estaba enamorado de un hombre, que este hombre tuviera fetiches raros era mucho para asimilar.

Esa noche durmieron separados. No hubo más contacto hasta que después de una semana Rusia buscó desesperado a México, y cuando lo encontró, lo besó.

Esa noche durmieron juntos, después de que Rusia se diera cuenta de que sin México no era nadie, se compró su propia navaja, le grabó su nombre junto con el de su novio unidos en un corazón, y entre cortadas y placer la noche pasó siendo testigo de un encuentro sexual perturbador pero bello.

Ahora, cada mañana después de una noche pasional, las curitas abundaban en el cuerpo del mayor. Curitas en su pecho, sus piernas, sus brazos, su cuello, algunas en su rostro. Cuando la herida cicatrizaba, Rusia quitaba con amor y cuidado cada curita, guardándolas en una caja especial, sólo para las curitas que salían del cuerpo de México. Y en el siguiente momento de sexo, mientras abría la suave carne de su pareja, besaba las cicatrices antiguas.

Al fin y al cabo, él también tenía sus fetiches raros. Además, el color de la sangre, tan rojo intenso, le encantaba.

Goretober (Countryhumans) Where stories live. Discover now