X

767 109 2
                                    

La lluvia golpeaba con fuerza la ventana del departamento de Sunhee. Agradeció al cielo estar bajo techo. La tormenta aquel día parecía más fuerte que de costumbre. Al mismo tiempo, también agradecía que cada vez faltaba menos tiempo para que el sol volviera. O al menos eso esperaba. Le avisó a la señora Kim que aquel día no se sentía muy bien, y la mujer le aconsejó que se quedara en casa hasta que se hubiera recuperado por completo.

El estado de Sunhee no era tan malo. En realidad, podría ir a trabajar sin ningún problema. Su cuerpo estaba en perfectas condiciones. Pero una sensación de pánico la embargaba de manera asfixiante.

A Sunhee no le gustaba la idea de faltar al trabajo. Se sintió aliviada cuando su jefa le dijo que le pagaría al menos la mitad del día. De cierto modo, aquello la hizo sentir culpable. Ella no estaba tan mal como su jefa pensaba.

Miró la hora en su celular. Eran las cuatro de la tarde. La lluvia no pararía aún, estaba segura de ello. Sunhee estaba aburrida. Generalmente estaba ocupada. Pero aquel día en lo único que se había ocupado momentáneamente había sido en preparar su almuerzo. A partir de allí, volvió a tomar asiento en el sofá y no se había levantado.

El timbre sonó. Sunhee frunció el ceño. ¿Quién podría ser? Ella no conocía a nadie que viviera cerca, su familia estaba en Daejeon, y ni siquiera San conocía su dirección. Tampoco había ordenado comida.

Se asomó por la mirilla. Era un chico, de unos veintitantos. Vestía el uniforme de una compañía postal. Dudosa, Sunhee abrió la puerta.

—¿Park Sunhee? —preguntó él. Su rostro era neutro, se veía cansado. Y hasta cierto punto, malhumorado.

—Sí —respondió despacio.

—Esto es para usted —le entregó un paquete mediano—. Firme aquí.

—No estaba esperando un paquete —Sunhee volvió a fruncir el ceño. El chico suspiró y la observó agotado.

—Lo siento, señorita. Pero sólo estoy cumpliendo con mi trabajo. Esto ha sido enviado para usted. Se me ha ordenado traelo. Así que por favor... Sólo firme el documento —soltó cansado. Sunhee suspiró, y firmó la hoja—. Que tenga una buena tarde.

—Gracias. Igualmente —respondió la muchacha adentrándose nuevamente a su departamento. Cerró la puerta detrás de ella y caminó a tropezones hasta el sofá.

El paquete no era demasiado pesado. Aunque tampoco era una pluma. Leyó la dirección de procedencia, sin embargo, no la reconoció. Aunque notó que no quedaba demasiado lejos de donde ella vivía. No había alguna clase de información concreta.

Con manos temblorosas, rasgó el papel que lo envolvía. Su semblante desconcertado nunca desapareció. Por el contrario, fue más pronunciado cuando pudo observar un cofre de madera, tan sólo un poco más grande que su mano. El trabajado tallado lo hacía ver fino, elegante... Caro. Adornado con bisagras y broche de lo que parecía ser oro, no aparentaba ser una baratija.

Aparte del cofre, en el mismo paquete había un sobrecito en el cual se encontraba la llave. Tomó una respiración profunda. Estaba nerviosa. Por pánico, no quería abrirlo y encontrar vaya a saber Dios qué adentro. No obstante, Sunhee era tan curiosa que, sin dar muchos rodeos, introdujo la llave en el cerrojo.

«Click»

Cuando lo abrió. Una canción de cuna acarició con suavidad sus oídos. Y aunque dulce, le resultó aterradora. Observó el cofre con detalle, por dentro estaba revestido de un terciopelo tan rojo, que no pudo evitar pensar en la misma sangre. Tembló cuando, al ver debajo de la tapa, leyó con claridad en letras doradas "Sunhee. 1998".

—¿Yo? —susurró desconcertada. Realmente no comprendía nada. Y la confusión crecieron cuando notó que uno de los compartimentos podía abrirse, a diferencia de los otros tres. Adentro encontró un papel de color rosáceo.

«Sunhee. Pequeña y hermosa Sunhee.

Han pasado tantos años desde que pude verte. Tan sólo eras una bebé cuando te vi por última vez. Te has vuelto una mujer preciosa. Estoy celoso de los hombres que pueden tenerte cerca. Si supieras quién soy sería tan desagradable saber que pienso en ti con tanta intensidad. Hasta yo mismo me repudio por ello. Pero, ¿qué más da? Me gané el infierno cuando te desgracié la vida hace quince años. Fui tan rudo aquella vez, aunque puede que no lo recuerdes, igual lo siento. Veo que vives sola. ¿Debería alegrarme? No hay nadie cerca que pueda impedir nuestro encuentro. Es por ello que, estoy planeando visitarte dentro de poco. Hay muchas cosas que quiero hablar contigo mientras nos divertimos un poco.

Sin más que añadir, espero que hayas avivado algunos de tus recuerdos con este regalo. Realmente fue útil conservarlo. Eso es todo. Nos vemos pronto, pequeña Sunhee. Estoy ansioso.»

Algo dentro de Sunhee se removió. Sus manos se tornaron frías... Heladas, más bien. El temblor volvió a apoderarse de ella.

Jooheon, por otra parte, se removió que incómodo en su asiento. Más que incómodo, angustiado.

—Sunhee —susurró inquieto.

Los vampiros purasangres poseían poderes fantásticos, mucho más fantásticos que los poderes que poseían los vampiros de sangre noble. Jooheon poseía una gran variedad de poderes. Uno de ellos era la capacidad de ver el futuro, aunque de manera subjetiva, por lo que existía un porcentaje de probabilidades de que sus predicciones no se cumplieran. No obstante, aquellos casos no solían darse con frecuencia. Por lo que el pelinegro estaba más nervioso de lo que preferiría.

«Nos vemos pronto, pequeña Sunhee. Estoy ansioso» —leyó el pelinegro en su visión.

«Sunhee derramaba lágrimas de miedo. Lloraba con desconsuelo. Mientras los cabellos largos y oscuros de aquel hombre le acariciaban la piel desnuda de sus hombros.

—Debes despertar, pequeña —le susurró sediento. La lascivia brillaba en aquellas pupilas doradas. Y los colmillos afilados resaltaron en aquella sonrisa que le puso a Sunhee los pelos de punta.

Él pasó su lengua hambrienta desde las blancas clavículas de la muchacha hasta el costado de su cuello.

Y la mordió.

La sangre roja corrió por las comisuras de aquel bastardo y mancharon la piel de porcelana que la retenía».

Los ojos rojos de Jooheon se encontraron con su reflejo en el espejo. El cristal se agrietó y se quebró, y él no había movido ni un sólo dedo. Pero la tensa ola de emociones que estaba experimentando luego de aquel desagradable escenario, lo privó de ser capaz de controlar sus propios poderes.

Jooheon podría ser devastador, si así lo quisiera. Sin embargo, aquella faceta llevaba varios años acumulando polvo dentro de él. Siempre prefirió pasar desapercibido.

Pero si se trataba de Sunhee, no lo pensaría dos veces antes de asesinar a quien osara ponerle un dedo encima.

Red, Like the Blood «Lee Jooheon»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora