IX

852 101 4
                                    

Seonghwa se mordió la uña del pulgar con insistencia. Yeosang lo miró preocupado desde su lugar, mas no dijo nada. Sólo lo observó en silencio. El rubio se había estado comportando de aquella inusual forma desde temprano. Y su ánimo empeoró cuando San le informó que Sunhee se había ido a casa por malestar.

Aunque estaba curioso, Yeosang evitó hacer preguntas. No quería irritar más al mayor. Se levantó cuidadosamente de su lugar, dispuesto a salir de la habitación para hablar con el pelirrojo.

—Si tu intención es preguntarle a San qué fue lo que ocurrió. Abstente de salir por esa puerta —el chico se estremeció ante la voz del rubio.

—De ningún modo —susurró sin moverse—. Sólo iba a buscar algo de comer. Tengo hambre.

—Yeosang —Seonghwa se dio la vuelta y lo observó directamente a los ojos—. Nos conocemos desde hace varios años. No pienses que engañarme es tan sencillo.

El castaño suspiró y lo miró suplicante.

—Permíteme saber qué ha ocurrido. No puedes ocultar las cosas demasiado tiempo. Eventualmente los chicos se volverán tan curiosos que no podrás pararlos, aunque seas nuestro líder.

—Bien —se rindió—. Estoy preocupado —admitió, haciendo que algo se removiera dentro de Yeosang.

—¿Motivo? —quiso saber el castaño. Aunque se hacía una idea.

—¿Me odiarías si nuestro plan no funcionara? —cuestionó preocupado. Yeosang hizo una mueca y se acercó cauteloso al rubio. Puso su mano derecha en uno de los hombros del mayor.

—Sería imposible para mí odiarte, Seonghwa —susurró el muchacho—. ¿Qué ha ocurrido para que estés tan asustado repentinamente?

—Yeosang —musitó—. Soy demasiado ambicioso —arrastró las palabras con angustia—. Ideé una forma para hacernos indestructibles basándome sólo en suposiciones. Yo mismo soy consciente de que ser Adán es más imposible que probable.

La expresión del castaño se volvió neutra.

—Lo sé —el rubio lo observó perplejo—. En realidad, todos sabemos eso. Sin embargo, prometimos seguirte hasta la muerte. Somos tan sólo una manada de mestizos. Y tú siempre has sido quien ha despejado nuestro camino. Te has preocupado por nosotros todo el tiempo. En mi caso, tal vez ya estaría muerto si no me hubieras salvado.

Lo cierto era, que para los de su especie era más complicada la vida. Especialmente para los mestizos como ellos, que constantemente eran rechazados por su fuerza física, que no era tan grande como la de un lobo puro.

Los hombres lobo, aunque longevos, no eran inmortales, a diferencia de los vampiros purasangre y nobles —estos últimos tan sólo un poco más débiles, pero bastante poderosos, en comparación a los lobos—. Para ambas especies existían los mestizos. Y en ambos casos, la inmortalidad era tan sólo un sueño imposible de alcanzar.

Sin embargo, Seonghwa había sido terco desde pequeño. Y, bastante joven, se había revelado en contra de la única manada que había aceptado hacerse cargo de él de mala gana. Desde muy pequeño había sido tratado como un esclavo. Fue torturado hasta el cansancio. Cuando cumplió quince, logró huir del lugar en el que había sido aprisionado toda su vida. No tenía nada. Sin familia, sin ropa, sin comida; había hecho hasta lo imposible por sobrevivir en el infierno que viviría los siguientes meses. Nunca se le había permitido cazar, y encadenado, le habían dejado hambriento por varios días seguidos. Pero ya no había nadie que le impidiera hacer lo que él quisiera.

Viajó por varias semanas, ocultándose por el día para no ser juzgado como un niño indigente. Cuando el sol se ocultaba, se transformaba cada vez con mayor facilidad. Cazaba sin remordimientos para cuando cumplió dieciséis un mes después de huir. Su cuerpo se había fortalecido bastante y ya sabía defenderse al cien por ciento.

Conoció a Yeosang en una situación deplorable, el menor estaba a punto de morir desangrado. Reconoció el familiar olor de una sangre impura como la suya propia.

Por primera vez se sintió esperanzado.

Aquella esperanza lo incentivó a cuidar de Yeosang hasta que este pudiera ponerse de pie nuevamente. Pasó en coma unos tres días, y cuando despertó rompió en llanto cuan niño pequeño. Asustado, le contó al Seonghwa todo lo que había pasado en su vida los últimos años.

Él es igual que yo —pensó el mayor.

Las cicatrices revelaron todo el daño que el castaño había sufrido por culpa de su sangre.

Entonces Seonghwa prometió que encontraría una solución. Ellos serían fuertes.

Poco después de que Yeosang estuviera curado, ambos continuaron viajando. Con algo de vergüenza, habían robado algunas prendas de una pareja rica, cuyo hijo cumplía servicio militar para aquel momento. Hurgaron en la ropa vieja hasta dar con prendas de su talla. Lo cual les permitió movilizarse en el día. Fue ahí cuando conocieron a Hongjoon: niño rico de cuna, pero odiado por su familia al ser el resultado de la unión de su padre con una sirvienta de la mansión. Él lobo y ella humana. Bautizado como el «Hijo Bastardo». Huyó de casa habiéndose llevado consigo una enorme suma de dinero.

Con el tiempo el resto de los chicos se fueron uniendo a ellos. Los últimos en llegar fueron San y Jongho, primos de sangre. Y Mingi, su amigo de la infancia, quienes habían huido por meses de su ciudad natal.

Se volvieron una familia de mestizos odiados por los de su propia especie. Siempre obedecían a Seonghwa. Siempre lo siguieron a todos lados. Siempre lo trataron como el líder. Hasta que formalmente fue nombrado como «Líder». Con dieciocho recién cumplidos, y una vida más estable para todos, «Dios» se manifestó frente a él una noche.

«Puedo ayudarte, perro» —le había dicho el hombre. La mitad de su rostro era cubierta por su cabello negro. Pero en la penumbra, vislumbró unos colmillos que le pusieron alerta.

Sí, era un vampiro.

Un vampiro que sugirió una solución para acabar con la desgraciada vida de él y sus siete hermanos.

«Debes volverte Adán» —fue lo que dijo ante el silencio que el lobo había guardado.

Volverse Adán. Qué peculiaridad. Seonghwa sería indestructible si se volvía Adán.

¿Pero acaso no necesitaba Adán a Eva?

«Park Sunhee» —apuntó el vampiro con una sonrisa cínica.

Ella era Eva. Él la necesitaba para volverse Adán.

Después de aquello, el vampiro desapareció. Y hasta aquel día, no sabía nada de él. Pero «Eva» hizo ruido en él. Haciéndolo idear un plan descabellado que los salvaría de todo el infierno que habían tenido que vivir por ser lobos mestizos. Y sólo necesitaba encontrar a Sunhee.

Sonaba tan fácil. Parecía un plan tan prometedor al principio. Nunca entendió qué tenía aquella humana corriente de especial. ¿Qué la convertía en Eva? No lo supo nunca. Pero lo intentaría e todos modos.

Después de todo, él era el líder. Sus hermanos habían puesto sus vidas en las manos del rubio. Y él los salvaría de la muerte.

Al menos eso quería.

Pero ahora temía no poder lograrlo. Porque Park Sunhee resultó ser una humana no tan corriente. ¿Por qué el líder purasangre del Clan X estaba tan interesado en ella? Su plan de volverse Adán se estaba viendo entorpecido por la misma especia que lo motivó a idearlo.

—Perdónenme —susurró el rubio mirando a Yeosang—. Puede que esto no funcione como les prometí hace tres años.

—Te seguiremos de todos modos, Líder —por la puerta, se asomó Yunho, siendo seguido por el resto de los chicos—. Si nos volvemos Adán o no. Seguiremos tus pasos hasta el final.

—Los vampiros pueden irse a la mierda —arrojó Mingi con ferocidad y una sonrisa de lado.

—Nos salvaste —San se acercó decidido—. Nos hiciste fuertes. No importa nada.

El rubio los miró desorientado. ¿Dónde estaría si no los hubiera encontrado?

«Debes convertirte en Adán. Sólo así puedes dejar de ser miserable y salvar a tus hermanos».

Red, Like the Blood «Lee Jooheon»Where stories live. Discover now