Capítulo 59

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Elena apretó el ceño mientras veía llegar la tropilla de caballos y jinetes, su corazón se estrujó como un puñado de hierba seca al ver el rostro de John. Se puso de pie mientras Oliver continuaba pintando y tomó la puerta de la sala, tan rápido que su pierna trastabilló debiendo tomarse de la pared para no caer. Al ver el cuerpo desfallecido de Aiden, cubierto de sangre por doquier e inconsciente, sintió cuerpo débil y cayó al suelo apoyando sus manos en él mientras lanzaba un grito desgarrador al cielo.

Se sentía deshecha mientras Freya ayudaba a levantarla y veía a Harry y a los muchachos tomar a Aiden y cargarlo como si fuera apenas un niño. Oliver asustado gritaba desconsolado mientras se aferraba a su cuerpo y escondía su rostro junto a su abdomen.

Lo subieron por las escaleras y lo dejaron en su habitación aguardando la llegada del doctor Miller. Ella se detuvo de pie frente a su cama, incrédula de lo que veía y deseando que fuera una pesadilla. Su piel estaba pálida y cenicienta, sus labios resecos y repletos de mínimas líneas arrugadas, sus ojos hundidos y opacos, supo que estaban perdiendo ese brillo que da la vida. Se aferró a su mano mientras sollozaba y se derramaba en lágrimas que no entendía de razones, motivos o entereza. Sentía que su vida se deshacía y que perdía todo.

Los minutos parecían no avanzar, detenerse y apenas marcar su paso lejos del ritmo de la desesperación y la mente que no hacía sino anhelar la llegada del doctor. Tomó su mano y besó su venda improvisada, acarició su frente y rogó a Dios incansable por el aliento de vida de Aiden que parecía extinguirse como un sol al atardecer.

Sumida en un sopor de dolor y preocupaciones, oraciones y deseos de milagros que parecían a cada instante hacerse menos posibles, no escuchó la puerta abrirse ni las personas entrando allí, sólo a Freya y Lauren tomándola de los hombros y tirar de ella para apartarla de aquella cama.

—Despejen todo por favor —suplico el médico mientras miraba el cuerpo de Aiden desvalido, y se apuraba a abrir su maletín.

La arrastraron fuera de la habitación, contra toda fuerza de su voluntad que no podía apartarse de su esposo. El doctor lavó sus heridas y constató el orificio de entrada y salida de ambas lesiones. Quitó la parte de sus dedos que había quedado desgarrada y cerró los vasos y el muñón. Vendó con cuidado sus heridas y escribió la receta de lo que debían darle a beber para la fiebre, pues no tardaría en subir.

Abrió la pesada puerta labrada y salió de la habitación con su asistente, Elena se abalanzó sobre él desesperada por oír las noticias.

—Señora Hammill, ha recibido dos disparos y el tercero destruyó tres de sus dedos. Las heridas de la pierna y el hombro tienen orificio de entrada y salida, lo cual es bueno, pues no hay que lastimar más para buscar el proyectil; he amputado los restos de sus dedos maltrechos, cerré los muñones y cohibí el sangrado. Sólo mantengan los vendajes limpios y secos, la fiebre va a subir de un momento a otro y es importante que intentemos bajarla. Vendré mañana a verlo. Está muy débil, ha perdido mucha sangre, es todo lo que puedo decirle por ahora.

— ¿Pero hay esperanzas? —cuestionó de inmediato. Ya tenía la experiencia del marqués y sabía lo que se avecinaba.

—Está malherido... todo dependerá de su fortaleza y su capacidad de lucha. He visto lesiones peores salir adelante y a muchos morirse por la mitad de lo que él tiene. Vendré mañana a verle.

Ella asintió junto a los demás que llevaban los ojos repletos de lágrimas y el dolor se olía en toda la casa. Oliver estaba con Martha en su habitación y Elena oía sus gritos desgarradores por ver a su padre que yacía en aquellas sábanas teñidas de rojo.

Avanzó los pasos que la separaban de su lado y se sentó en una silla baja junto a su cama, tocó su frente con el dorso de su mano que aún no había levantado calentura. Secó sus lágrimas y contempló su mano envuelta, acaricio el dorso de ella y la beso con dulzura.

Corazón en  PenumbrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora