Capítulo 46

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Volvieron a la casa a regañadientes, Aiden estaba tan desesperado que planeaba búsquedas imposibles de noche, e incluso buscar por los bosques. John blanqueaba los ojos agobiado y al mismo tiempo, recordando años atrás cuando Diana desapareció. Era tan impulsivo que temía por las locuras y a lo que estuviera dispuesto a aventurarse en pos de encontrar a su mujer, pero lo que más temía era las consecuencias del aquello si ella se negaba.

Apenas entraron en la casa, lanzó el morral al suelo y gritó desesperado.

— ¡Freya! ¡Freya! —caminaba de un lado a otro de la sala mientras resoplaba nervioso.

—Aiden... cálmate por amor a Dios que ya no te soporto. —espetó Martin.

Freya corrió desde la cocina, aún angustiada y con el delantal retorcido en sus manos.

—Mi señor, aquí estoy.

— ¿Qué sabe? Le suplico que no me oculte nada.

—Señor... le aseguro que no se nada en absoluto... estoy desconcertada y angustiada como usted, e incluso preocupada, puesto que no ha llevado sus ungüentos y temo por sus dolores. —expresó con completa sinceridad.

— ¿No llevó sus ungüentos?

—No señor... nada en absoluto, tampoco sus vestidos ni zapatos... Parece que sólo se subió al caballo y se fue.

— ¿No le comentó nada en estos días? ¿No le dijo si algo la angustiaba, si pensaba irse?

—No... sólo la vi muy triste... pero me aseguró que era por Oliver, por su educación.

—Freya, sólo quiero decirle que yo la amo. —Se acercó a ella y tomó sus manos suplicando. —La amo como nunca he querido en esta vida, no concibo seguir adelante sin ella y aunque sé que me he equivocado terriblemente, le aseguro que daría mi vida gustoso tan solo por volver a verla. Es ahora que le suplico que si llega a saber algo de ella de alguna manera, por favor me lo diga. —Ella asintió mientras observaba sus ojos sinceros y cargados de dolor. No entendía qué había sucedido, pero ante todas sus palabras, estaba claro que entre ellos había pasado algo grave.

Harry aparecía por la sala y apretó el ceño al ver aquella imagen, sólo atinó a dirigir sus ojos a John que de inmediato le hizo señas para que hablaran a solas.

— ¡Harry! —Lo increpó Aiden. —Necesito pedirte algo y es para ayer. —Se encogió de hombros y lo siguió al estudio mientras John rodaba los ojos y seguía tras ellos.

Entró en la habitación, tomó el candelabro y rebuscó entre todos los papeles del cajón hasta que encontró aquel documento firmado por Hammill, apenas esbozó una sonrisa repleta de ilusiones, pues sabía que eso era lo único que podía ayudarle.

—Quiero que te encargues de buscar a Hawthorne. Revuelve la tierra entera si es necesario, pero me es indispensable saber dónde diablos llevó a Elena... Tú John, mañana mismo te encargas de...

—De todo lo que hace falta para la casa, de la mina, de los clubes, de la vida... —Le interrumpió. —Entiendo tu dolor y tu preocupación, pero no podemos dejar todo tirado por aquí y buscar a tu damisela por toda Inglaterra.

— ¿Crees que estoy bromeando John? No estás ni cerca... Mañana mismo vas a casa de Marshall y te fijas si hay señales de Elena en esa casa o en la de su familia...

—Aiden...

— ¡Que lo hagas! —gritó ofuscado. — ¿Crees que puedo sentarme en el escritorio y mirar mi vida pasar? No... La idea de que piense lo peor de mí, que me esté odiando o que...

Corazón en  PenumbrasWhere stories live. Discover now