Capítulo 49

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Se acercó a la espalda de John y palmeó su hombro mientras se apoyaba con sus antebrazos en un palenque de caballo.

—¿Ya se te enfrió el cerebro o necesitas que te meta la cabeza en las pesebreras?

—Ya se me enfrió...

—Eso espero porque temo en lo que vayan a terminar tus estúpidas borracheras... estás tirando tu vida por la borda y todos nuestros planes... sólo por unas faldas Aiden... unas faldas...

—No digas eso... no son solo faldas como dices... es otra cosa.

—Calentura. —dijo con risa sarcástica.

—Tampoco. No vas a entenderlo porque nunca has amado...

— ¿Y tú que sabes?

—Vamos John... hace tantos años que nos conocemos, he crecido contigo, he comido tu comida y he conocido tus andanzas, y has sido como un padre... —Martin guardo silencio, sus palabras lo conmovían. —Lo que siento por ella es como un viento huracanado que arrasa con todo, incluso con mi cordura... Estoy seguro que si existe alguna posibilidad de que yo sea feliz es con ella, solo con ella. He probado lo que puede ser la vida a su lado, ahora explícame cómo puedo olvidarla... dejarla ir... es que no lo concibo.

—Entiendo lo que sientes, de verdad que si; y ella no me parece una mala mujer, no le tengo mala voluntad ni me disgusta, sé que es buena para ti, pero lamentablemente sus caminos están opuestos, invertidos, ella para aquí y tú para allá. Estás perdiendo todo lo que hemos conseguido por la memoria de Diana...

—Eso no. —Interrumpió terminante.

—Vino Marshall el día que te caíste en el techo. Estaba desesperado, y apenas le dijen que estabas enfermo, te aseguro que leí la felicidad ante tu desgracia es sus ojos y en el color de su piel. No ha vuelto desde entonces, y supongo que ha de estar rogando por tu muerte. —Aiden sonrió.

—Haz efectivos los pagarés.

— ¿Estás seguro?

—Sí, lo estoy. Llegué hasta aquí y quiero terminarlo de una vez.

John sonrío.

Sus piernas no respondían a la velocidad que su mente le indicaba, tropezó enredada en la tela de sus faldas y volvió a ponerse de pie para continuar su carrera

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Sus piernas no respondían a la velocidad que su mente le indicaba, tropezó enredada en la tela de sus faldas y volvió a ponerse de pie para continuar su carrera. Cuando las paredes de las caballerizas estaban tan solo a unos metros es que comenzó a gritar.

—¡Señor Hammill! ¡Señor Hammill! —Aiden volvió su rostro hacia ella extrañado mientras dejaba a John con la palabra en la boca y aguardaba su llegada.

Frenó su cuerpo y sostuvo su pecho agitado que subía y bajaba desesperado por aire, no permitiendo que su boca emitiera palabra. Él continuaba observándola y al notarla tan traspuesta es que se acercó para asistirla.

Corazón en  PenumbrasWhere stories live. Discover now