Capítulo 44

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Caminó despacio por el corredor; la separaban de la habitación del niño apenas unos cuantos pasos que parecían eternos pues su corazón deseaba su abrazo y su cercanía. Todo lo que inundaba su existencia no eran más que tristezas, pesares y angustias desgarradoras. Se acercó a la puerta y contuvo sus lágrimas que se amontonaron en el contorno de sus párpados, dispuestas a volcarse de un momento a otro.

—Permiso…  —Susurró mientras abría y encontraba los ojos brillantes de Oliver que se posaron en los suyos y sonrió.

—¡Mamá! —gritó entusiasmado y Martha aquietó su cuerpo dispuesto a correr hacia ella. —Te estuve esperando toda la tarde… ¿Tan cansada estabas?

—Sí mi niño… —susurró mientras se sentaba a su lado. —¿Puedes darme un abrazo? —Oliver sonrió y se abalanzó sobre ella enredando sus delgados brazos alrededor de su cuello. Elena levantó sus manos por su espalda y cerró sus ojos inspirando su aroma a inocencia y juegos.

—Permiso señora… —asintió mientras Martha se apartaba para dejarlos solos. Cuando sintió la puerta cerrarse acarició su cabello y sonrió.

—¿Te sucede algo? —miró sus ojos brillosos y su corazón se contrajo por decirle una mentira, él no se lo merecía pero tampoco quería crearle conflictos o ahondar en temas que no comprendiera a su corta edad.

—Estoy cansada…

—¿De la cacería? —Asintió

—Quería preguntarte algo… el otro día estuvo aquí Victoria, mi hermana. ¿La recuerdas? ¿La conoces? —Oliver apretó su frente y asintió.

—Claro que la recuerdo —Tragó nerviosa y por completo deshecha, sabía lo que vendría luego y apretó los pedazos de su corazón para que no se deshicieran allí mismo. —Ella venía a la casa seguido, a ver a papá. ¿Sabías que iban a casarse? Al menos eso decía ella. Menos mal que no lo hizo, porque era muy mandona y una vez me tiró de las orejas porque me mandó a dormir y le dije que no quería. —Largó todas aquellas palabras con inocencia y sin tener la mínima idea de lo que producían en Elena, que estiró sus labios en una sonrisa obligada mientras llevaba su mano a sus ojos y secaba sus lágrimas incontenibles. —Es mala, yo no la quiero.

—Claro… entiendo. —musitó. —¿A que no sabes a qué vine esta noche a tu habitación? —Desvió la conversación de inmediato pues no soportaba una palabra más, su corazón rebalsaba de dolor.

—¿A jugar? —Elena sonrió.

—No… es hora de descansar y recuperar fuerzas para mañana. Vine para decirte que te amo y que si en algún momento tenemos que separarnos por alguna razón, yo voy amarte más y más… no voy a olvidarte nunca.

—¿Vas a irte? —preguntó angustiado.

—Tal vez durante un tiempo…  no lo sé… Es para que lo sepas y lo guardes en tu corazón. Pero ahora muchachito ven acá —lo abrazó y lo recostó sobre su regazo mientras acariciaba su cabello. —Ahora voy a contarte una historia muy bonita sobre el sol y la luna…

 —Ahora voy a contarte una historia muy bonita sobre el sol y la luna…

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