OTRA SIMPLE NOCHE DE INVIERNO

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No puedo creer que estoy en este estado. Por fin, tantos años persiguiendo esta paz y, ante el momento de mayor distracción, me doy cuenta, en plena rutina, nada especial, lavando los platos y limpiando el piso, las luces tenues de una simple lámpara de lumbre cálido en el living, el tímido resplandor dorado de la lámpara de la cocina. Mi familia reposa tranquilamente en el sillón, apenas lo más ruidoso es la película de Netflix de fondo, porque el silencio propio de la paz inunda la casa. 

Y yo lo siento.

Por fin.

Siento la paz.

En el momento en que menos pienso en eso ¿He alcanzado la paz?

No siento que esta sea la recta final de nada. Aún me queda mucho camino por recorrer, y los baches y obstáculos siguen estando, los sigo viendo o esperando, aunque sin pesimismo, simplemente sin esperar la perfección, sabiendo que la vida está hecha de altibajos y eso, igualmente, es lo que la hace divertida.

Pero ahora, en la más absoluta rutina de un día normal, frío de invierno, sin demasiado movimiento por la nieve que paraliza a toda la ciudad. Siento la paz. 

O, más que la siento, ya no siento esa opresión en el pecho que siempre me mantenía alerta, adolorida, frenética, asustada por nada y a la vez por todo. 

Y con esta simpleza. La simpleza de dos luces tenues, el silencio del paisaje nevado en una noche de julio, mi familia sonriendo frente a una película. Hace poco nos quejábamos porque, con la caída de la nieve, una y otra vez hubieron cortes de luz. Pero ahora estoy segura que, a pesar de los cortes, seguiría en paz; estoy en casa, estoy tranquila, puedo respirar la paz. 

Tal vez sea de a poco.

Tal vez es una señal de que voy por buen camino.

Simplemente, paz.  

Pintar Amor en mi PielWhere stories live. Discover now