De pronto, Alice tuvo algo muy claro todo lo que le había dicho Rhett en su día, todo ese miedo de ser como su padre... era porque nunca se había sentido querido y le daba miedo no saber querer a alguien cuando llegara el momento. Lo observó en silencio y siguió acariciándole la nuca con las manos. Tenía miedo de no poder querer a alguien. Tenía miedo de no ser capaz de hacerlo.

Se inclinó hacia delante y unió sus labios durante un breve momento. Cuando se separó, lo miró a los ojos.

—No necesitas su amor, Rhett. Tienes el mío. Siempre lo tendrás. 

Él parpadeó, sorprendido. Alice tragó saliva.

—Aunque a veces seas un cabezota, un instructor amargado y no me dejes ser romántica contigo. No me importa. Nunca lo hará. Nunca lo cambiará. Así que... lo siento, pero esta alumna pesada y preguntona siempre va a quererte. Siempre.

Rhett entreabrió los labios, mirándola fijamente. No parecía saber qué decir. Alice volvió a sentirse como si se quitara un gran peso de encima. Esperó una respuesta. Sabía que a Rhett le resultaban difíciles esas cosas. Nunca había tenido que expresar sus sentimientos con nadie.

Entonces, él le puso una mano en la mejilla y la recorrió el labio inferior con el pulgar. La miró a los ojos con la expresión más suave que le había dedicado jamás.

—Yo también te quiero, Alice.

***

Alice disfrutó de no tener ninguna responsabilidad esa mañana. Max le había perdonado las clases del día, así que aprovechó para hacer lo que había tenido en mente toda la noche, viendo como Rhett dormía plácidamente.

Era la primera vez en su vida que había dicho a alguien que lo quería o lo amaba... no entendía muy bien la diferencia de esas dos cosas, pero sí entendía lo que sentía por Rhett. Por eso, bajó las escaleras hacia el sótano.

Max había asignado a Charles la custodia de Ben, así que él era el máximo obstáculo que podía encontrarse.

Era alentador.

Efectivamente, se encontró con dos miembros de las caravanas al final de las escaleras que la miraron con suspicacia.

—¿Tienes órdenes de estar aquí? —preguntó uno de ellos.

—Quiero ver a Charles —ella enarcó una ceja.

El otro desapareció para volver, un minuto más tarde, con Charles. Él sonrió ampliamente al verla.

—La heroína de la ciudad —empezó a reírse—. Está mal que un drogadicto haga esa broma, ¿no?

—Quiero verlo —le dijo Alice.

A Charles se le sustituyó la risotada por una pequeña sonrisa curiosa.

—¿Por orden de alguien?

—Por voluntad propia.

Lo consideró unos instantes, pensativo.

—Max se enfadará mucho conmigo si se entera de que te he dejado pasar, preciosa.

—Entonces, que no se entere, precioso.

Charles y sus dos hombres empezaron a reírse. Alice esbozó media sonrisa.

—Venga, pasa. Tienes diez minutos. Aprovéchalos.

Alice pasó por su lado y cruzó la puerta de las celdas. Nunca había estado ahí abajo, pero tenía entendido que era donde iban los androides que se rebelaban contra los padres. Tragó saliva y avanzó por un corto pasillo. Había una puerta vigilada por un último hombre que no hizo preguntas cuando Charles le hizo un gesto para que la dejara pasar. Alice entró en la habitación y él cerró la puerta a su espalda.

Ciudades de Humo (¡YA EN LIBRERÍAS!)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora