—¿Qué va a pasar ahora? —se me escapó.

Wendy levantó la vista de su última porción de pizza y soltó una risotada.

—Nada —contestó—. Absolutamente nada.

Pero mi hermana no había estado del todo en lo cierto: a la mañana siguiente todas nos levantamos ante el inconfundible aroma de las tortitas con las que nain solía recibirnos los sábados. Me encontré con Wendy y Jocelyn en el rellano del primer piso, ambas con expresiones idénticas de incomprensión; la noche anterior había terminado con todas subiendo cada una a sus respectivas habitaciones con gestos adustos ante lo que vendría ahora que Babenne estaba de nuevo entre nosotras.

Cerridwen, quien se había refugiado en mi dormitorio, se restregó contra mis piernas, lanzando un maullido.

Nain no está en su dormitorio —fue el extraño saludo que recibí por parte de Wendy.

Fruncí el ceño y mi hermana señaló el final del pasillo donde se encontraba la puerta abierta, corroborando sus palabras. Jocelyn permanecía en silencio, pensativa; ahora que Babenne había jurado estar lista para no volver a abandonarnos, sus responsabilidades quedaban en suspenso hasta que nuestra madre hiciera su próximo movimiento.

—¿Bajamos? —propuso Jocelyn.

El hecho de que nain hubiera decidido abandonar voluntariamente su encierro autoimpuesto era buena señal... y todo gracias a Babenne. Ninguna de nosotras lo dijo en voz alta, pese a estar de acuerdo en ello: la abuela había quedado muy afectada después de la marcha de Babenne y que su puerta estuviera completamente abierta, delatando que no había nadie en su dormitorio, no podía significar otra cosa que las cosas estaban encauzándose tras la aparición sorpresa de Babenne y su promesa de no volver a marcharse.

Descendimos hasta el vestíbulo, donde pudimos escuchar la animada voz de nain. Las tres nos miramos con gestos de desconcierto y un ápice de desconfianza por aquel ambiente tan... normal, rutinario incluso. Era como si las cosas no hubieran cambiado, como si Babenne nunca se hubiera marchado y nain no hubiera sufrido por la repentina huida de su hija.

Sentí a Wendy tensándose a cada paso que nos acercaba más y más a la cocina. Jocelyn, mucho más pragmática, había alzado la barbilla y mantenía una expresión cuidadosamente neutra, cerrando a cal y canto sus sentimientos al resto. Incluso Cerridwen caminaba con la cola totalmente erguida, como si también fuera consciente de aquella extraña nube que parecía haber rodeado a la mansión.

Tuve que parpadear varias veces cuando cruzamos el umbral y pusimos un pie dentro de la cocina. La silueta ligeramente difuminada por los bordes de nain estaba cerca del frigorífico mientras una Babenne vestida con uno de sus viejos pijamas se afanaba en los fogones, intentando imitar las tortitas que nuestra abuela nos hacía.

La estampa que se desarrollaba ante mis ojos me parecía surrealista, como si hubiera terminado en una realidad alternativa donde Babenne se comportaba como una auténtica madre y sus ausencias no eran más que un mal sueño.

Wendy estudió la cocina con una mezcla de desagrado y recelo, siguiendo de cerca todos y cada uno de los movimientos de Babenne. Casi parecía estar esperando que se desvaneciera en el aire y la ilusión que estaba desarrollándose ante nosotras quedara rota.

Jocelyn se aclaró la garganta para anunciar nuestra presencia y nain fue la primera en dirigir su mirada hacia nosotras. Cualquiera que no conociera la verdad no sería capaz de averiguar que se trataba de un simple espíritu, ya que debías prestar mucha atención a sus contornos para descubrir que eran difusos, como la imagen de un viejo televisor.

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